En los brazos del enemigo

Capítulo 11

Encuentro a mi esposo entre los invitados, charlando despreocupadamente con su padre y algunos amigos de este. Sin el menor decoro o pudor, tomo a Dominic del brazo y lo aparto del círculo de hombres para llevarlo hacia la salida. La sorpresa de mi arrebato hace que Dominic se deje llevar unos cuantos pasos, pero en cuanto se repone se planta sobre sus sólidas piernas obligándome a detenerme también.

—¿Se puede saber qué te sucede? —pregunta irritado por lo indecoroso de mi comportamiento.

—Me duele la cabeza, quiero irme a casa —miento, haciendo acopio de toda mi fuerza para no dejar que mi ira se asome en mi expresión.

—¿No puedes aguantarte un rato? Siento que sería conveniente quedarnos un poco más, ni siquiera hemos bailado ni una pieza —me dice al tiempo que se inclina sobre mí.

—Quiero irme ahora, Dominic —insisto en tono de niña malcriada.

No puedo quedarme aquí ni un minuto más sabiendo que la fiesta entera cree que soy una especie de monstruo cubierto de escamas. Tengo que ir a aclarar este asunto de inmediato.

Mi esposo pone los ojos en blanco y asiente resignado.

—Bien, vamos. Enviaré el carruaje de vuelta por mi padre en cuanto nos deje en casa —accede de mal modo.

 

Hago todo el recorrido de vuelta a la mansión de los Godard en completo silencio y con los brazos cruzados. Voy echando humo del coraje que traigo. Lo único en lo que puedo pensar es en estar frente a Celeste y darle unas buenas cachetadas para exigirle que se retraiga de todas las tonterías que dijo y me pida una disculpa, pero conforme nos acercamos a nuestro destino, me doy cuenta de que no puedo hacer lo que me propongo. Si entro a la mansión Godard y ataco a mi cuñada, lo único que lograré es reafirmar esa idea que ellos tienen de que los Blake no somos mas que un montón de gente irracional que se deja llevar por sus arrebatos. No voy a darles más material para que se burlen de mi familia. Solo hay una cosa que puedo hacer, lo único que me quitará a esas brujas de encima de una buena vez, que hará que mi suegra deje de estar inspeccionando nuestras sábanas y acallará los rumores que han esparcido. Una vez que el matrimonio esté consumado, ya no habrá forma de anularlo y las mujeres Godard no tendrán más opción más que resignarse y dejarme de fastidiar.

En cuanto llegamos me voy directo a mi habitación, no quiero arriesgar a perder los estribos si me encuentro con las mujeres de esta casa, es mejor guardarme en la recámara hasta haber logrado mi cometido y sentirme más tranquila. Al parecer, Dominic tampoco tiene deseos de convivir con sus familiares pues en lugar de pasar a la biblioteca a saludarlas, se sigue de largo a nuestra habitación.

Una vez dentro, mi esposo se sienta sobre la cama para quitarse las botas mientras suelta un quejido de cansancio.

—¿Cómo va el dolor de cabeza? —pregunta distraído al tiempo que se despoja de su calzado.

Dominic no me está mirando, por lo que no ve el momento en el que desabrocho mi vestido y lo dejo caer al suelo. Él solo nota cuando ya estoy completamente desnuda frente a él.

Mi corazón late desbocado. Una mezcla de pudor y excitación corre por mis venas, es la primera vez en mi vida que me muestro así a un hombre, me siento profundamente vulnerable, pero al mismo tiempo muy estimulada.

Pasan algunos instantes sin que Dominic diga una palabra, se limita a contemplarme embobado y sé que le gusta lo que ve. Sonrío para mis adentros, ¡qué escamas ni que nada! Mi piel es perfectamente tersa, sonrojada con vitalidad y adherida a mis bonitas curvas. Después de un rato, Dominic traga saliva y recobra la compostura, al menos parte de ella; estira su mano para alcanzar la mía y me atrae hacia él, colocándome de pie entre sus piernas. Su otra mano me toma de la cintura, sus yemas acarician mi piel con evidente deseo.

—¿Esta bienvenida exposición tiene algo que ver con cierto rumor sobre unas escamas? —me pregunta con una ceja enarcada.

Abro los ojos como platos.

—¡¿Sabías de eso?! —pregunto indignada antes de dar un paso hacia atrás, furiosa de creer que él formó parte de esta infamia en mi contra.

Dominic endurece su agarre para no permitir que me mueva ni un centímetro y, al contrario, hace que me acerque más a él, de modo que su rostro está a punto de rozar mi piel expuesta.

—Alix Leroy mencionó algo al respecto en la fiesta —me aclara—. No tenía idea de la estupidez que había cometido mi hermana y te aseguro que fui muy preciso en aclarar el asunto para que supiera de forma inequívoca que se trataba de un mal entendido.

Dejo salir el aire de mis pulmones y, con él, la fugaz indignación en contra de Dominic. Su agarre se suaviza, pero solo un poco, como si no quisiera dejarme oportunidad de quitarme de enfrente suyo. Mi esposo ya superó su asombro inicial, pero eso no significa que haya logrado aplacar lo que sea que acabo de despertar en él. Sus ojos me recorren de pies a cabeza sin prisa, luego sus manos comienzan a seguir el mismo recorrido. Mi piel se eriza por ahí por donde él pasa, me tomo de sus hombros para no perder el equilibrio pues temo que mis piernas vayan a flaquear ante su toque.

De forma inesperada, Dominic toma la manta que se encuentra sobre la cama y me la tiende.




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