En los brazos del enemigo

Capítulo 12

Jamas en mi vida había despertado a lado de un hombre, pero creo que puedo acostumbrarme rápido y de muy buen modo. Dominic me sonríe mientras se estira con pereza a mi lado, yo aprovecho el momento para recargar mi cabeza sobre su amplio pecho de modo que puedo escuchar los latidos de su corazón. El sonido es constante y firme, pum, pum, pum. Él reposa sus manos sobre mi espalda con tanta naturalidad como si hubiéramos hecho esto toda la vida.

—¿Tienes algún plan para el día de hoy? —me pregunta mientras juega con un mechón de mi cabello.

—Sí, estar con mi esposo —me atrevo a contestar, esperando que él no tenga otros planes.

Dominic sonríe con mi respuesta. Luego se incorpora, haciendo que yo me tenga que levantar de su pecho.

—Vamos, hay un lugar que quiero mostrarte.

 

Una vez que ambos estamos listos, Dominic me lleva a pasear por las tierras de los Godard hacia una zona que colinda con el bosque de Encenard. Caminamos entre los enormes árboles tomados de las manos como una pareja de enamorados y no como los hijos de dos acérrimos enemigos.

De pronto, Dominic se detiene frente a un árbol y señala una rama en donde hay algunas tablas viejas de madera que, al parecer, alguna vez tuvieron la intención de ser una casita.

—Yo hice eso cuando tenía once años. Siempre quise una casa en un árbol, como una guarida donde pasar el rato lejos de mi hogar —me explica con una sonrisa melancólica.

—Así que desde niño ya se te daba querer refugiarte en el bosque —observo.

—Sí, las peleas constantes de mis padres eran demasiado abrumadoras. Celeste siempre fue mejor ignorándolos, pero yo no podía —responde con un dejo de pesar—. Es una lástima que no conseguí terminarla, pero era demasiado niño para poder con el proyecto solo y mi padre se rehusó a ayudarme.

—Tal vez ahora puedas terminarla, sería un lindo lugar para que nuestros hijos jueguen —observo.

Dominic enfoca su atención en mí, como si mis palabras lo hubieran sorprendido. Luego me toma de la cintura y me acerca más a él.

—¿Así que planeas darme hijos? —pregunta inclinándose hacia mí.

—Por supuesto, yo siempre he querido una familia grande y pienso tenerla —respondo con seguridad.

En lugar de contestar, Dominic comienza a llenar mi cuello de besos cargados de sensualidad. Ladeo la cabeza hacia un costado para darle mejor acceso a mi piel mientras que mis manos se toman de sus enormes hombros para no perder estabilidad. Sus labios mandan descargas eléctricas por todo mi cuerpo cada que me tocan.

—Tú dices cuándo empezamos —comenta contra mi piel.

—Yo quería empezar desde anoche... fuiste tú el que se rehusó —le recuerdo mientras mis dedos se aferran con fuerza a su cuerpo debido a la expectación que siento.

Dominic gruñe por lo bajo.

—Ahora me estoy arrepintiendo de no haber tomado la oportunidad... —me confiesa sin dejar de besarme.

—Nunca es tarde para enmendar un error.

En ese momento, me inclino hacia él para buscar sus labios con los míos. Dominic acepta mi boca de buena gana y me besa de esa forma tan arrebatadora que solo él sabe. Sucumbo en sus brazos, su pasión me desborda de modo que pierdo todo raciocinio y me vuelvo puro sentimiento. Damos unos pasos hacia atrás de modo que quedo aprisionada entre el tronco del árbol y el enorme cuerpo de Dominic. Él lleva sus manos hacia mi espalda y comienza a desatar mi vestido, poco a poco siento como el corsé se afloja. La Ava normal estaría escandalizada y le daría un bofetón por impertinente al asumir que una dama como yo va a aceptar hacer algo tan intimo al aire libre, pero en sus brazos no me siento la Ava normal, ahora solo estoy hecha de pasión y deseo. Si Dominic quiere hacerme suya aquí mismo, lo voy a dejar.

—¡Mi señor! ¡Mi señor! —la voz de Myr a la distancia es como un jalón de pies que me devuelve al mundo del buen juicio.

Dominic da un paso hacia atrás mientras que yo carraspeo abochornada, intentando desesperadamente componer mi vestimenta. Mi esposo se da cuenta de lo que pretendo hacer y comienza a ayudarme, de modo que cuando Myr llega a nuestro lado yo ya estoy completamente vestida, tal vez algo despeinada y sin duda ruborizada, pero vestida al fin.

—¿Qué pasa, Myr? —pregunta Dominic claramente molesto por la interrupción.

—Su padre sufrió un colapso... no se ve bien —le informa con urgencia.

La preocupación cruza el rostro de mi esposo como un rayo. Dominic no pierde tiempo para tomarme de la mano para salir disparado de vuelta hacia su casa. Hago mi mejor esfuerzo por aguantar su paso, es difícil pues su piernas son mucho más largas que las mías, pero si fuera yo en su lugar querría que él diera todo de sí para que llegáramos a lado de mi padre cuanto antes, así que le exijo a mi cuerpo dar su máximo.

Para cuando llegamos a la mansión Godard, yo siento que veo estrellitas por el esfuerzo de correr. Dominic está como si nada y no tiene ninguna dificultad en subir las escaleras de dos en dos hacia la habitación de sus padres. Yo, por el contrario, me voy asistiendo del barandal para no desplomarme




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