En lugar de llevarme a la prisión junto al juzgado en donde detienen a los criminales, el capitán Gil me lleva a una posada en la calle principal. Los guardias me llevan hasta una de las modestas habitaciones, con el capitán pisándonos los talones.
—Creo que estará más cómoda aquí que en la prisión —dice intentando utilizar un tono cordial—. Al menos hasta que sea el día del juicio.
—¡Soy inocente! Debe creerme, yo sería incapaz de envenenar a alguien. Esto es un error —le digo en tono casi suplicante—. No tengo forma de probarlo, pero estoy segura de que mi suegra y mi cuñada pusieron ese frasco ahí. Me odian y han intentando deshacerse de mí desde que contraje matrimonio con Dominic. Por favor, tiene a la persona equivocada. Yo no envenené a Ray.
El capitán estruja sus manos entre ellas, claramente incómodo con lo que está sucediendo.
—Si es así, lo podrá aclarar cuando se encuentre ante el juez Russo. Él será quien determine su inocencia, yo no tengo injerencia en ese proceso —me dice apenado.
Nicolás Gil debe sospechar de mi inocencia aunque no pueda admitirlo pues, si pensara que soy una criminal, me habría llevado a las prisiones en lugar de alojarme en esta posada.
—¿Será posible mandar a llamar a mi esposo? Dominic tiene que saber lo que su madre pretende hacerme —le digo angustiada.
—Yo mismo intentaré dar con él. Por ahora usted debe quedarse aquí. Mis guardias permanecerán afuera de la habitación custodiando la puerta en todo momento. Por favor, no intente huir, eso solo la hará parecer culpable —me explica.
—No lo haré, pero, por favor, encuentre a mi esposo cuanto antes —suplico con pesar.
El capitán Gil se retira, dejándome sola en la habitación de la posada. Es un lugar sencillo y pequeño, pero está limpio y lo prefiero mucho más a estar en una sucia celda. Doy vueltas por la habitación para matar el tiempo, me siento frustrada y furiosa por lo que Celeste y Ágata hicieron. Escondieron el frasco de veneno en mi joyero mientras yo no estaba y luego presentaron la denuncia con la seguridad de que las autoridades iban a encontrar esa evidencia en mi contra. Tenía muy claro que eran personas viles, pero jamás imaginé que llegaran al extremo de acusarme de asesinato ante las autoridades. Esas dos no tienen límites para su maldad, no les importa que puedan arruinar mi vida con tal de salirse con la suya.
Me paro en seco cuando un pensamiento inquietante llega a mi cabeza: ellas tenían el frasco de Refymee, ¿significa entonces que fueron ellas quienes asesinaron a Ray? Sacudo la cabeza horrorizada, matar a tu propio esposo o padre es algo demasiado atroz como para siquiera entretener ese pensamiento en mi cabeza. ¿Serían capaces de ello? Me siento sobre la cama, desconcertada por las implicaciones que tiene el hecho de que el frasco sea de ellas. No puedo concebir que lo hayan hecho, pero... alguien tuvo que haber sido y ellas tenían el veneno. Me doy cuenta de que la maldad que les atribuía antes no es nada comparado a la realidad. Si salgo de esta, me encargaré de no volverlas a ver en mi vida, me mudaré a la residencia que tienen fuera de la ciudad y jamás cruzaré palabra con esas brujas. No me importa que sean parientes de Dominic, yo no las quiero cerca de mí o de los hijos que vayamos a tener.
En la noche, la posadera trae mi cena bajo la supervisión de los guardias. Como sin mucho ánimo mientras miro la calle principal por la ventana. A pesar de que estoy consciente de que mi situación es privilegiada y de que estoy mucho mejor aquí que en la prisión, me siento desmoralizada. Me urge que Dominic llegue y me ayude a aclarar este asunto.
Me voy a la cama pensando en mi esposo, en lo mucho que me gustaría que estuviera aquí a mi lado, oler su loción y tener sus brazos alrededor mío haciéndome sentir protegida. De pronto, una idea hace que el corazón me dé un vuelco. ¿Y si Dominic no me cree? No lo había considerado hasta ahora, pero existe la posibilidad de que Dominic piense que el frasco en mi joyero es evidencia demasiado sólida y decida darme la espalda. Él me había dicho que yo era la sospechosa perfecta... tal vez la treta de su madre logre engañarlo y piense que yo realmente asesiné a su padre. El pensamiento ya no me abandona después de eso, paso la noche presa de la angustia pensando en qué pasaría si Dominic decide que soy culpable y me deja a mi suerte.
La mañana llega sin que yo logre levantar mi ánimo. La posadera trae un café y tostadas para el desayuno y se lleva los platos sucios de la cena de anoche. Le agradezco con una sonrisa lánguida que refleja mi estado decaído.
Más en la tarde, escucho gritos por el pasillo de la posada. Me pongo de pie de un brinco al reconocer la voz de Dominic.
—¡Abran esta puerta de inmediato! —le ordena a los guardias con voz llena de autoridad.
—Señor Godard, pero... —dice uno de los guardias.
—Nada de peros. La que tienen ahí dentro es mi esposa y exijo que me dejen verla en este instante —ruge impaciente.
A pesar de que no lo tengo enfrente, su voz resulta muy intimidante, ya imagino lo que sentirán los guardias bajo su mirada avasalladora. No me sorprende cuando la puerta se abre de inmediato, era de esperarse que Dominic lograra amedrentar a mis captores.
En un instante, mi esposo ya está dentro de la habitación, llenando el lugar con su imponente y viril presencia. Ardo en deseos de tirarme a sus brazos, pero me paralizo ante la incertidumbre de la actitud que él pueda tener. Cautelosa, lo miro desde mi lugar, esperando que sea él quien hable primero. En lugar de eso, Dominic llega a mí de dos zancadas y me levanta en el aire, envolviéndome en su abrazo y llenándome de seguridad.
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Editado: 31.07.2022