En los brazos del enemigo

Capítulo 20

El capitán Gil llega para llevarme a la corte poco después, escondo la camomila en mi vestido. En verdad espero que mi plan funcione pues es lo único que va a poder, no solo probar mi inocencia, sino también la culpabilidad de las Godard.

La corte se encuentra dentro de una construcción modesta a unas calles del castillo. Es un lugar bastante sobrio, que solo tiene lo elemental para funcionar. Me queda claro que es así pues quien lo dirige, el juez Russo, es un hombre bastante austero que rechaza cualquier tipo de extravagancia. Al entrar descubro con sorpresa que, además de todas las caras que ya esperaba encontrar, también están presentes la reina Annabelle y Teodoro Schubert. Al parecer ambos han tomado especial interés en el caso. El capitán Gil también se queda a su lado para presenciar el juicio, de modo que los tres se encuentran sentados contra la pared izquierda como meros espectadores. Yo soy colocada en el banquillo de los acusados frente al podio, mientras que mi familia y las brujas Godard están sobre los bancos detrás de mí. Noto con alivio que el doctor Moss está aquí entre los presentes.

—Así que la vieja y confusa querella entre los Blake y los Godard acabó en asesinato —declara el juez Russo en el segundo en el que toma asiento en el podio—. ¿Por qué no me sorprende?

—Su señoría, le aseguro que mi esposa es inocente —interviene Dominic de inmediato, poniéndose de pie—. Ella no tuvo nada que ver con lo que le sucedió a mi padre.

—La evidencia dice lo contrario, señor Godard. No solo encontraron el frasco de veneno entre las posesiones de su mujer, sino que una empleada doméstica dice haberla visto en la cocina haciéndole algo a la comida de su padre varias veces —argumenta el juez.

—Esa evidencia no es más que una sucia artimaña de mi madre y mi hermana pues detestan el hecho de que nos hayan obligado a unir a nuestras familias...

—¡Está mintiendo! —grita Ágata—. Esa chica embrujó a mi hijo, lo está manipulando para salirse con la suya. No deben culpar a mi pobre Dominic que no sabe ni lo que dice, todo es a causa de esa hechicera. Por favor, su señoría, tenga compasión de esta pobre viuda y encierre a la chica de por vida.

—¡La única bruja aquí eres tú! —grita mi madre indignada.

—¡Basta! ¡Orden! —interviene el juez, con gesto enfadado—. Esto no es un mercado. Si no se comportan, los sacaré a todos de aquí y dejaré que la acusada se defienda sola.

—Por favor, no haga eso, su señoría. Soy su esposo, necesito estar aquí para ayudarla —le pide Dominic con voz suplicante.

En ese momento, me pongo de pie. Lista para llevar a cabo mi plan.

—Tome asiento, por favor —me ordena el juez secamente—. Primero llamaré a quienes presentaron la denuncia para que testifiquen y, una vez que ellas hablen, será su turno de dar su versión de los hechos.

—Puedo ahorrarnos ese tiempo y probar ahora mismo que soy inocente —declaro sin volverme a sentar.

La corte entera me mira intrigada, incluyendo al juez Russo.

—Esto es muy poco convencional... —comienza a decir el juez.

Saco la camomila en el pañuelo y la alzo en el aire para que todos puedan verla. Mi movimiento hace que el juez deje de hablar, picado por la curiosidad de lo que estoy haciendo. En ese momento, me giro hacia Walter Moss.

—Doctor, ¿sería tan amable de decirme qué es esto que tengo en mis manos?

El médico se levanta de su lugar y camina hacia mí, no sin antes preguntarle al juez con la mirada si tiene permiso de hacerlo, lo cual obtiene de inmediato.

—Me parece que es camomila —contesta una vez que está a mi lado.

—¿Y nos puede ilustrar acerca de qué sucede cuando la camomila entra en contacto con el Refymee? —le pido.

—Claro, la unión de las dos sustancias tiene un reacción muy peculiar que provoca que se tiña de azul. Debido a que el Refymee carece de olor y sabor, exponerlo a la camomila es el mejor método para detectarlo en las personas. Es tan potente que su presencia se queda durante semanas y de inmediato se vuelve azul al momento en que entra en contacto con la camomila —explica el médico y veo por el brillo curioso en su mirada que está adivinando a dónde quiero llegar con esto.

—Así que, según lo que usted me está diciendo, lo más probable es que la persona que envenenó a Ray Godard aún tenga rastros que Refymee en las manos de cuando trituró el veneno para ponerlo en la comida y que estas se teñirán de azul en cuanto el culpable toque la camomila, ¿es correcto? —le digo.

—En efecto, eso sucedería —responde Moss.

Paso la camomila del pañuelo a mi mano, la dejo ahí unos momentos y luego la regreso para alzar mi mano en el aire y que todos los presentes puedan ver que sigue del mismo color.

—Su señoría, ¿sería mucha molestia que le pidiéramos a mi cuñada y a mi suegra hacer lo mismo? —pregunto en tono inocentón fingido, a pesar de que no puedo ocultar la mueca de satisfacción en mi rostro. Voy a atraparlas.

—¡Esto es una injuria! La que está en juicio es ella, no nosotras —reniega Ágata desde su asiento—. La petición está totalmente fuera de lugar.

El juez parece estar considerando qué hacer, nos mira a todos lentamente mientras intenta tomar una decisión. Debe hacer lo correcto, no solo porque es su trabajo, sino porque tiene a la reina de público y sabe que todo lo que ocurra aquí llegará a oídos del rey.




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