En los brazos del mafioso.

1

Bella.

Jamás me había sentido tan usada, tan vendida… como hoy.
Mi madre —si es que todavía puedo llamarla así— acaba de entregarme, según ella, para “salvar su vida”. Pero en realidad lo que está entregando es la mía. Mi vida, mi futuro. Como si yo fuera una simple moneda de cambio, como si no valiera nada.

Increíble, ¿no? Esa mujer que dice ser mi madre desapareció cuando yo tenía apenas dos años. Reapareció recién a mis diecisiete, de la nada, parada en la puerta de casa pidiendo techo como si nada. Se quedó una sola noche, y a la mañana siguiente, cuando mi padre y yo no estábamos, nos robó todo lo que pudo… y volvió a desaparecer.
Hasta hoy.

No puede ni mirarme a la cara. Y no está sola. Viene acompañada de varios hombres, pero hay uno que destaca entre todos: traje negro, camisa blanca, una rosa blanca en el bolsillo. Y una mirada… Dios, esa mirada. Fría, calculadora. Me observa como si me estuviera evaluando, como si ya fuera suya.

Mi padre me toma la mano, tenso, como si supiera algo que yo no.
—Dime que no hiciste lo que creo que hiciste —le gruñe—. Si lo hiciste, llegaste a tu límite… no te atrevas a llamarte madre. Aunque en realidad, nunca lo fuiste.

Ella sigue callada, con los ojos clavados en el suelo.

Entonces el tipo da un paso al frente.
—Me presento. Soy Damiano Steven… el prometido de su hija. Vine por ella.

—¿Perdón? ¿Prometido de quién? —le digo, creyendo haber escuchado mal.

—Tuyo, Bella —responde mi madre, al fin levantando la voz—. Damiano es tu prometido. Yo lo elegí para ti.

La miró, con una sonrisa cargada de desprecio.
—¿Hija? Has perdido el derecho a llamarme así hace años. Y mucho menos tenés derecho a decidir con quién voy a casarme. No sé qué estás tramando, pero no me interesa. Ahora andate de mi casa. Los dos.

En un abrir y cerrar de ojos, Damiano está frente a mí. Tan cerca que puedo sentir su respiración mezclándose con la mía.
Y tiene un arma. Apuntando directo a la cabeza de mi padre.

Me mira fijamente, sin pestañear.
—Yo no me voy a ningún lado, Bella. Tu madre me ofreció algo muy valioso a cambio de sus deudas… a ti. Hace dos años que espero este momento.

—Yo no soy la prometida de nadie —le respondo firme—. Si ella le debe, cobrale a ella. Nosotros no tenemos nada que ver.

Él sonríe apenas, ladeando la cabeza.
—Tu padre tiene todo que ver. Es su esposo. Y los matrimonios funcionan así: las deudas se comparten.

—Mis padres no están juntos hace años —le escupo—. Mi padre no tiene por qué pagar por sus cagadas.

—Entonces pregúntale a él —dice, girando apenas el arma—. Si prefiere que me cobre con ella… o con él.

Miro a mi padre. Y en su mirada no hay duda, ni miedo. Solo decisión.
Asiente.
Y en ese instante entiendo que va a sacrificarse, una vez más, por alguien que no lo merece.

Se lo llevan. Y yo me quedo frente a esa mujer que me dio la vida y me la arruinó al mismo tiempo.
—¿Se puede saber qué hiciste? —le gritó—. ¡Por qué no enfrentas tus deudas como una adulta! ¡Se llevaron a mi padre por tu culpa!

Ella me mira sin un rastro de remordimiento.
—En realidad, se lo llevaron por ti. Si hubieras aceptado irte con él, esto no habría pasado. Siempre fuiste egoísta, Bella.

—¿Egoísta? —me río sin humor—. has apostado todo, arruinas nuestras vidas, desapareces cada vez que necesitamos algo de ti. Nos has robado, mentido, y todavía te atreves a hablar de egoísmo.

—Tu padre también me abandonó —murmura con frialdad—. Cuando dejó de mantenerme, sabiendo que yo no podría sola..

No puedo escucharla más. Agarro mi abrigo.
—Dime dónde lo llevan. Voy a arreglar esa deuda. Pero va a ser la última vez.

—¿Te vas a casar con él?

—Claro que no —le contesto, sin mirarla—. Voy a negociar. Trabajando, haciendo lo que sea.

Ella se encoge de hombros.
—Yo lo intenté. Pero él te quiere a ti Bella.

No le contesto. Pero en el fondo sé que algo cambió.
Esa mirada, esa amenaza…
Damiano no solo vino a cobrar una deuda.
Vino a reclamar lo que, según él, ya le pertenece.




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