En los ojos de la luna

Capítulo 7

Era pasada la medianoche. El frío comenzaba a intensificarse cuando terminé de leer la última página del diario. Lo cerré de golpe, cerrando también los ojos y dejando escapar el aire en un suspiro largo y pesado. Mi aliento se disipó como una voluta de humo blanco, elevándose hacia el cielo nocturno.

Abrí los ojos lentamente al sentir una brisa helada recorrerme la espalda.

—Estás aquí, ¿verdad, Cloe?.

Su risita juguetona se deslizó entre el viento, invisible, pero inconfundible. Esta vez no se hizo presente.

—¿Encontraste a Lorelei?

—Sí, niño, la encontré. —Su voz era un susurro espectral que me acariciaba con el soplo helado de la noche.

De forma casi automática, mi labio se curvó hacia la derecha. Cerré los ojos y afiné mis sentidos. Me concentré, escudriñando el entorno, intentando percibir su presencia.

—Bien... entonces dime, ¿dónde está?

—Te lo diré. Pero primero... veo que tienes el diario de tu padre en las manos. ¿Lo has leído?

—Sí, lo leí. —Respondí con frialdad—. Es estúpido. Mi madre no se parece en nada a la mujer que describe. Tan... imprudente, ingenua y —busqué la palabra adecuada, trayendo a mi mente su imagen— sumisa. Ella nunca habría rogado por el afecto de un hombre.

—Oh, no... de un hombre, claro que no. Pero tu padre. Es un dios. No lo olvides.

Guardé silencio unos segundos. Casi podía sentir su sonrisa extendiéndose entre los muros y la hierba que me rodeaba.
Dejé salir lentamente el aire por la boca, sujetando con más fuerza el diario. Entonces la sentí por completo, como si emergiera desde dentro de la oscuridad.

Arrojé el diario por encima del hombro. Su risa, astuta y divertida, sonó nítida justo donde lo lancé.

Abrí los ojos y me giré para mirarla. Se había materializado para atraparlo con facilidad; con un movimiento lento y elegante lo guardó en su riñonera, bajo la falda de su vestido. Esta vez no desvié la mirada. Me quedé contemplándola, imaginando su aspecto cuando mi padre la rescató, y cómo había cambiado para convertirse en esta criatura hermosa que, pese a su naturaleza inhumana y peligrosa, podía parecer tan inocente.

—Sabía que no me había equivocado contigo —dijo divertida, alisando su vestido al enderezarse—. Al menos tienes los sentidos tan agudos como él.

—Dijiste que seguramente habría heredado parte de su poder —respondí, bajando de la banca y dándole la espalda—. Pero si lo que dice el diario es cierto, me temo que vas a desilusionarte. Hasta ahora no he tenido ningún indicio de crear huracanes o desatar tormentas.

—No seas ingenuo, cariño. —Se deslizó detrás de mí posando sus frías manos en mis mejillas con suavidad, deslizándolas después hasta mi cuello y mis hombros, un escalofrío me recorrió. — Por más hijo de un dios que seas, si no ejercitas tus dones permanecerán dormidos. Es obvio. Te lo dije: yo te ayudaré, pero debo mantenerme...

Terminé su frase con tono irritado, casi impaciente:

—Oculta de mi madre, lo sé. Entonces, ¿cómo me ayudarás? Al parecer ella puede sentir tu presencia. Claro, no eres tan discreta que digamos.

Su sonrisa se desvaneció, sustituida por un gesto de indignación. Me soltó y se sentó delicadamente en la banca de piedra, tirando de mis hombros para sentarme sobre su regazo. Me sentí abrumado por la cercanía; abrí los ojos de par en par e intenté girar la cabeza para verla, pero ella, con un movimiento tosco, giró mi rostro al frente y comenzó a acariciar mi cabello de forma exagerada relamiendo mis mechones hacia atrás.

—Bueno, en ese caso tú deberás poner mayor empeño y arreglártelas para tomar tu entrenamiento, ¿no crees?, ¡Míranos!. —Se encogió de hombros, dirigiendo mi cabeza con sus manos hacia el cielo; su voz era sarcástica y teatralmente burlona—. Henos aquí, y tu linda mami no sospecha nada.

Me sacudí bruscamente, obligándola a soltarme. Bajé de su regazo y arreglé mi abrigo con indignación por la forma en que me trataba. Aquello solo pareció divertirla aún más: sus dientes blancos se asomaron en una sonrisa afilada. Cruzó las piernas, recargó el codo en la banca y posó el rostro sobre la palma de su mano.

La miré, ceñudo.

—Que así sea entonces. A medianoche te veré aquí y...

—¡Oh, no!, cariño, ten más imaginación y, por favor. —Me interrumpió, exagerando su pose suntuosa—. Déjame recordar viejos tiempos.

Su mirada, cargada de confianza y astucia, despertó en mí un extraño deje de intimidad. Cloe era exactamente como la describía el diario: altiva, burlona, cambiante; con esa sonrisa torcida y gesticulaciones tan exageradas que revelaban su ánimo sin reservas. Parecía que la vida misma era un chiste para ella.
Me gustaba. No de manera romántica, por supuesto, sino de una forma casi filial. Sentía cierta cercanía hacia ella, una necesidad de comprenderla, de conocerla más. Permanecí atento a sus palabras.

—Tu padre le enseñó parte de su magia a tu madre en el bosque. Yo te entrenaré ahí mismo. Además, te ayudará estar más en contacto con la naturaleza que encerrado entre cuatro paredes. —Agitó la mano con desdén, observando el entorno como si el lugar no fuera digno de su presencia. Se levantó y caminó hacia mí. No pude evitar una ligera sonrisa cuando se inclinó hasta quedar a la altura de mi rostro.— Tendremos más espacio para explayarnos, ¿no crees? y... bueno habrá una sorpresa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.