En los ojos de la luna

Capítulo 11

—Has mejorado mucho, cariño. —Cloe me observaba con una mezcla de orgullo y cautela mientras yo terminaba de absorber la esencia del cuarto oscuro que había derrotado sin su ayuda aquella noche. Mis patrones se entrelazaban con los hilos de sombra, haciéndome sentir una rabia creciente y un poder que me desbordaba. Moví el cuello, intentando relajarme.

—Anda, es hora de volver —dijo, apartándose de la pared donde estaba recargada. Dio unos pasos hacia mí. Entrecerrando los ojos me escudriñó con esa mirada suya, cargada de discernimiento y misterio.

Mi aura era una red compleja de filamentos luminosos y oscuros, danzando en una lucha constante por el control. Como hiedra venenosa, los hilos de oscuridad reptaban por mi cuello y rostro, adhiriéndose a mi piel. Miré mi mano izquierda: la energía negativa comenzaba a trepar desde la punta de los dedos, desapareciendo bajo la manga de mi abrigo. Aun así la sentía, helada, palpitante, expandiéndose por mi brazo.
Me quedé absorto, fascinado por los patrones que se extendían dentro de mi piel; parecían vetas de metal oscuro, reflejando destellos cada vez que movía la mano. Energía sólida.

—Has absorbido lo suficiente por hoy. En pocas horas la luna se ocultará, y no quiero que tengas problemas.

—Aún puedo con uno más —dije, frunciendo el entrecejo. La interrupción de su voz me irritó; la adrenalina me quemaba por dentro, sentí instantáneamente la presión en mi mandíbula y mis dientes chirriando por la tensión.

Cloe alzó una ceja. Luego sonrió, mostrando su hilera de dientes con una expresión más amenazante que amistosa. Se inclinó hasta quedar a mi altura, sus ojos brillando con la misma negrura inquietante que cubría mis manos.

—No tientes a la oscuridad, niño. —Su mano fría tomó mi mejilla, siguiendo con el pulgar las vetas que marcaban mi rostro. Reprimí el impulso de apartarla. —Venga... vamos a casa. —Dijo con frialdad aunque pude notar una pizca de apuro y nerviosismo en su voz.

Las sombras comenzaron a envolvernos. La miré fijamente, sintiendo el frío de su tacto extenderse por cada línea de mi piel. Sabía que tenía razón. Podía absorber más oscuros que en las primeras semanas de entrenamiento, sí, pero había aprendido durante esas lecciones que esa euforia... esa maldad... no eran mías y no debía dejar que me controlaran.
Debía purificarme y sólo podía hacerlo si llegaba al tronco caído cuando la luna aún iluminaba el cielo.

Sin embargo, resultaba casi imposible resistirme a los impulsos de alejarme de las sombras de Cloe y correr a buscar más oscuros que absorber, el poder que sentía resultaba embriagador, y mientras más oscuros derrotara, más incrementaría, llegaría a ser invencible. Casi tanto como mi padre o cualquier otro dios si me lo proponía.

Además estaban las voces...

Cada vez más intensas, cada vez más persistentes. Voces de hombres, mujeres, niños. Todas resonando, gritando al unísono dentro de mi mente, alimentando mi rabia, incitándome a apartar la sucia mano de esa banshee y huir de su jaula.

Especialmente porque repetían sin cesar una y otra vez las mismas palabras, una idea que me había estado rondando de manera recurrente en los últimos días, una espina que no me dejaba en paz; Cloe. Esa banshee a la que yo obedecía, esa a la que escuchaba sin dudar de su palabra, parecía burlarse de mí.

Cada noche esperaba en silencio, con la esperanza de que, por su propia voluntad, me dijera algo sobre Lorelei, por ínfimo que fuera. Pero no lo hacía.

Ella se ríe de ti.
Te usa.
Sabe lo que quieres.
Lorelei...

Su nombre resonó como un eco prohibido. Las voces repetían una y otra vez, llenando cada rincón de mi mente.
Los filamentos de oscuridad se extendían, devorando los restos de mi luz, y un odio feroz crecía en mí.

Sin darme cuenta, nos materializamos en el bosque.
Las voces se transformaron en un rugido ensordecedor. Me cubrí los oídos, cayendo de rodillas, temblando y bufando desesperadamente, luchando contra mi propia mente. Muy dentro de mí sabía que no debía dejarme consumir; debía resistir, debía repeler a mis demonios.

Cloe me observaba desde lo alto, los brazos cruzados, su silueta recortada contra la noche. La expresión en su rostro era serena, pero sus ojos... sus ojos sabían exactamente lo que me estaba ocurriendo.

—Vamos, cariño... eres más que esto —susurró al fin. Juraría que su voz sonó preocupada, con temor.

Con cautela, me tomó del brazo y me obligó a ponerme en pie. Me arrastró con fuerza, intentando no lastimarme a pesar de los jalones que daba instintivamente, hasta el tronco caído donde descansaba mi cuerpo físico.

—Por favor. Cast. No. No me hagas esto más difícil —dijo entre dientes, apretando la mandíbula mientras me obligaba a entrar en mi cuerpo.

Mi forma etérea volvió a él, pero la oscuridad seguía enredándose dentro de mí, quemándome por dentro. Mi cuerpo cayó contra la corteza áspera, convulsionando y jadeando. Estaba consciente, pero no tenía control sobre mis movimientos; sentía cada sacudida, cada músculo contraerse contra mi voluntad.

Fijé la mirada en el cielo completamente negro. La luna parecía más lejana que nunca, y mi visión se redujo a un túnel sin final.

Entonces, tras unos segundos de agonía, la luz comenzó a surgir de mí: hebras plateadas que brotaban de mi piel, como si mi cuerpo intentara desgarrarse desde adentro.




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