En los ojos de la luna

Capítulo 13

Las sombras se disiparon. Ahora nos encontrábamos en medio de una habitación a oscuras. Me tomó unos segundos lograr que mi vista se acostumbrara a la penumbra, cuándo por fin lo hizo miré alrededor cauteloso.

—¿Dónde estamos, Cloe? —Pregunté en un susurro instintivo; escuché una leve risa y el rose de los anillos al desplazarse unos centímetros sobre la barra de metal cuando Cloe abrió una cortina dejando entrar un diminuto rayo de luz de la farola que iluminaba la calle. Se hizo visible la cama situada junto a la ventana. Era pequeña, de madera dura y clara, con flores y hojas talladas en sus postes. Sobre ella una figura se encontraba bajo las sábanas que se movían de arriba a abajo en un ritmo constante y sereno a causa de su respiración relajada y constante. Sentí cómo mi corazón se agitaba. Me acerqué despacio, cuidando no hacer ruido.

Ahí estaba ella. Sumida en un sueño profundo. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre su mejilla.

Lorelei. Mi Lorelei.

Extendí la mano, deseando apartar los mechones de su rostro. Me detuve justo antes de tocarla y giré hacia Cloe, buscando en su expresión alguna señal que me animara a continuar. Ella asintió con una sonrisa pícara, recargada en la pared al otro extremo de la ventana.

Tragué con dificultad y avancé. Mi mano atravesó la piel de Lorelei como si fuera bruma. Ella se removió entre sueños y giró, dándome la espalda.

Aparté mi mano rápidamente, confundido.

Cloe contuvo la risa, poniendo un puño frente a sus labios. —No seas tonto, niño —murmuró—. Eres un alma. No puedes tocar a los humanos en este estado. Solo a quienes están en forma astral... o a seres como yo, que podemos volvernos corpóreos a voluntad. En tu forma, a lo mucho, los harías sentir un airesito.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —pregunté, molesto.

Ella sonrió, separándose de la pared y acercándose a la cama. Se arrodilló, apoyó los codos sobre el colchón, tan cerca de Lorelei que casi parecía oler su cabello, me miró con fingida inocencia. —No hubiera sido tan divertido descubrirlo, ¿o sí?

Fruncí el ceño y me acerqué parándome de puntas, intentando ver el rostro de Lorelei una vez más. —¿Aunque sea... puede oírme?

Cloe negó con la cabeza, tomando uno de los mechones de Lorelei y enredándolo entre sus dedos antes de dejarlo caer, parecía querer provocarme.

—Entonces, ¿por qué murmuramos?

Ella soltó una carcajada por fin, estrepitosa, pero salvo por mí, nadie la escuchó, todo seguía en calma. —Le da cierta adrenalina y misterio, ¿no crees? como jugar a que podemos ser descubiertos. —Retomó el tono normal de su voz.

—¡Agh! —bufé, cruzando los brazos y recargándome en el barrote de la cabecera—. Eres insoportable.

—Vamos, vamos, chiquillo —dijo Cloe, con más suavidad—. No arruines tu regalo. ¿No lo entiendes? ¡Puedes ver a tu princesita cada vez que quieras!, al menos hasta que seas capaz de venir a ella de verdad, y que pueda verte también. Deberías estar feliz.

La sonrisa que me lanzó me provocó un escalofrío. Algo dentro de mí me advertía que no estaba bien usar mi magia de esa forma. Pero Cloe era mi guía, y ella me ofrecía esta oportunidad. Además, de pie ahí, junto a mi querida Lorelei, era imposible resistirme a tener esos momentos, aunque fueran sin su conocimiento.

—Ven, cariño. —Cloe se levantó y me extendió la mano. La tomé con cautela, separándome del barrote. Me guio hacia el colchón y, con un gesto de cabeza, me indicó el pequeño hueco que Lorelei había dejado al girarse. Sentí el rubor en mis mejillas mientras lentamente me tumbaba a su lado en silencio, contemplando su espalda, los mechones de cabello que escapaban y se revolvían en la almohada y el edredón.

Me quedé así durante minutos, horas, velando su sueño, quieto, sin pensar en nada más que en el vaivén de su respiración.
Hasta que mi luz comenzó a debilitarse. Sin haber absorbido almas esa noche, no podía mantener mi estado astral por mucho más, comenzaba a agotarme y se reflejaba en mis patrones atenuándose.

Resignado, me incliné sobre su cabello y lo besé, o eso intenté. Mis labios lo atravesaron como niebla, pero dentro de mí sentí alivio.

Me incorporé lentamente y, con un leve asentimiento, di mi consentimiento a Cloe para devolverme al bosque, donde mi cuerpo físico me esperaba.




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