En los ojos de la reina

Capítulo 2: No soy su princesa

La celebración comenzó casi al anochecer y como en cada uno de nuestros festejos, todo relucía en elegancia y sofisticación invadiendo cada centímetro del gran salón principal del palacio que los trabajadores prepararon para esta ocasión. Mi padre y hermanos se habían envuelto dentro de sus clásicos atuendos avocados en azul marino y plata honrando nuestros colores, portando sus recién pulidas medallas de servicio a la nación con orgullo mientras mi madre y yo, vestimos de color lila destellante con una faja en combinación a ellos como símbolo de respeto ante Victoria. 

Todo lucía correr adecuadamente dentro de los estándares sometidos para deleitar a los invitados. Mis bien refinados modales se encontraban siendo aprobados por la señorita Magnolia y pese que creí que me reclamaría por haber sido grosera con anterioridad no lo hizo. 

—Princesa Ofelia. 

Una grave voz me hizo retirar la mano de aquel dilema en el que me encontraba acerca de si elegir un biscocho oscuro o un mantecado blanco como suvenir para mi estómago, mientras el más que basto banquete principal se servía en las mesas.  

—Señor Crampo. 

Su exquisita reverencia fue atendida por mí, recordando todo lo que mi mente aprendió a lo largo de estos ciclos de cómo atender a los invitado, sin embargo, su altura tanto delgadez, consiguió captar toda mi atención en aquel instante pese que su basta y rojiza barba cubriendo la mitad de su rostro, tampoco pasó desapercibida. 

—Permítame espetarle con el respeto que merece, lo exquisita que luce esta noche. 

—Favor que me otorgan sus palabras. 

—Su festejo también está próximo a llevarse ¿cierto? 

—A tres días del término de cada ciclo, si. 

Recuerdo haberme empequeñecido por aquella fecha que todos (excepto mi familia) parecían olvidar y es que se veía opacado por las faustosas fiestas que cada final e inicio de ciclo traían consigo, ya que durante muchos de ellos de mi infancia mis celebraciones no parecían llenar ni siquiera el recibidor Zaradan que es de un octavo de tamaño que este. Jamás he sido exactamente lo que algunos llamarían la Tamos más estimada de la nobleza por aquella mirada azul que les recordaba mi falta de fuerza. 

—Parece imposible que cumpla 17 tan pronto y se convierta ante Victoria en toda una adulta —le sonreí con cortesía mientras asentaba su inesperada atención hacia mí—. Permítame presentarle a mi hijo. 

Mi sonrisa disminuyó tras haber comprendido toda aquella atención que colocaba con la finalidad de conocer a su pelirrojo hijo. Y pudiera que tal vez mi pasivo temperamento me otorgara una imagen ingenua y torpe, pero no lo era. Al menos no del todo y aquel hombre necesitaría más para que nuestras familias emparetaran. 

Y es que mi hermano mayor y yo, habíamos hecho un pacto y este consistía en convertirme en su consejera real cuando él fuera rey, aunque para aquello todavía restara unos cuantos ciclos. El tiempo suficiente para poder instruirme. Fue por eso que rogué a mi madre para que en cuando cumpliera la mayoría de edad, me permitiera ir a Lorde, el gobierno de las leyes y de ese modo, poder recibir una educación legislativa siendo esa y la militar, las únicas opciones que los fuertes tenemos como base de formación dentro de las instalaciones emergiendo de estas, una serie de variaciones profesionales metódicas tales como ingenieros o médicos, mientras que otras más, eran simplemente adquirían a base de maestros y aprendices, ya que los puestos aquí se heredan.  

Y pese que aquellos deseos internos para mi futura vida me invadían, una parte de mí contemplaba lo imprescindible que era forjar vínculos y alianzas dejándome así, solo con el deseo de al menos encontrar a alguien que nos hiciera ver como mis padres. Supongo que se seguían amando. Después de todo, decidieron tener 3 hijos y no solo uno para cumplir con la cuota de enjendrar al futuro heredero al trono como los anteriores reinantes. 

—Tadeo Crampo a su servicio, Alteza. 

Su saludo distrajo mi muy vago pensamiento concentrándome en aquellas múltiples pecas y rizos muy rizados de mi acompañante. Se inclinó en una reverencia semejante a la de su padre, al mismo tiempo que mis nervios comenzaron a traicionarme por estar sola por primera vez con dos nobles sin ningún posible tópico de conversación, ya que no solía convivir con nadie que no fuera externo a los sirvientes del palacio o familia. Del mismo modo, recordé como mi abuela solía recalcar lo extrañas y aburridas que resultaban mis conversaciones, por lo que como era mi costumbre, torcí mis dedos en un gesto que unía mis manos en silencio, causando que ellos se percataran de ello y observaran esa manía adquirida a través de los ciclos. 

"Torpe. Se han percatado de lo torpe que eres y se irán" me reprendí de inmediato. 

—Le gustaría bailar conmigo la siguiente pieza y así, sacarme de aquel triste asiento de allá, mi princesa —dijo con rapidez Tadeo alentado por su padre. 

—M-me gustaría, si. 

Yo no era su princesa, pero al menos fingió ignorar mi tartamudeo, así como que su comentario y rostro cómico de sufrimiento exagerado me hizo esbozar una sonrisa, sintiendo la suficiente confianza como para olvidar aquellos bocadillos que me consolarían de una larga velada para tenderle la mano con entusiasmo e ir a la pista de baile con esperanza de que esa no fuera otra cruel broma que los jóvenes nobles solían hacerme a través del tiempo. 

La melodía comenzó a tocarse por aquella amplia sinfonía cuál de teatro fuera y de inmediato la mano de mi acompañante se colocó en mi cintura, causándome una sensación extraña, puesto que aquella era la primera vez que bailaba con alguien que no fuera mi padre o hermanos, ya que en el pasado llegué a tener unas cuantas decepciones debido a que mi condición era y es considerada por al menos la mayoría, una falla repulsiva que mi reflejo debe recordarme todos los días de mi vida, ya que el verse como un seguidor no es precisamente un halago, por lo que mi autoestima nunca fue exactamente la más saludable.  

—No suele bailar con caballeros como yo ¿cierto? —debió notar mis nervios, pensé con prontitud. 

—Por qué lo menciona, señor Tadeo. 

—Instinto. Simple instinto y porque si hago esto —apretó su cuerpo más al mío llevándome tan cerca de él que podía sentir su aliento a alcohol dulce en mi nariz—. Sé que se sonrojará, mi princesa. 

Sabía que fue una mala idea el haberle aceptado. 

—No vuelva a decirme tal cosa —espeté disgustada. 

—¿Decirle qué?  

—No soy su princesa, señor. Que le quede claro. 

—¿Segura? —exclamó estrujándome de nuevo, aunque esta vez su mano se deslizó por mi espalda baja, lo cual solo me enfureció aún más, pues por mucho que hubiera deseado bailar con alguien, no creía merecer tal trato, provocando que me quisiera zafar de su amarre, pero como el fuerte que es y lo débil que yo soy, me fue imposible pese el forcejeo. 

—Quíteme sus asquerosas manos de encima y vaya a ponerse un hielo debajo del pantalón, señor Tadeo —gruñí en voz baja para él con el color de la rabia hirviéndome la sangre. 

Creí que su mano iría aún más abajo después de lo espetado, sin embargo, tan pronto como lo exclamé, me soltó y se alejó de mi camino y de la pista de baile sin decir nada más. Se dirigió a la fuente de bebidas del gran salón, tomó un hielo de la vasija y lo colocó justo donde le indique para después, quedarse pétreo con la mirada vacía viendo a la nada.  

Fue entonces que un dolor en mi pecho se produjo sin aviso. Angustia. Palpitante angustia y temor aprisionó mi corazón martillándolo al son de cada uno de mis latidos de manera indiscriminada dejando mi piel fría, al tiempo que intenté procesar lo sucedido. Ofrecí un paso atrás a nada de colisionar con una pareja danzante de no haber sido que conseguí esquivarla, aunque eso provocó que un sirviente seguidor tambaleara por querer hacer lo mismo conmigo tirando al suelo la única copa que poseía en su bandeja para no derramarla sobre mi vestido. 

—Lo lamento, Leopoldo yo... —me disculpé tan pronto como me percaté que las personas más cercanas al accidente observaron mi gentil trato hacia el seguidor. 

Y es que mi madre nos había enseñado a ser respetuosos con ellos en parte, porque poseía la fiel convicción de que todos merecíamos el mismo respeto y otra, porque convivió en su infancia con seguidores que quiso mucho, por lo que con el tiempo yo también les he llegado a apreciar recibiendo cariño y atención de su parte, pero detesto ser el centro de atención, por lo que solo me alejé de la escena con premura de tal modo que mis ojos capturaron a mi hermano Benjamín sonriendo con mi padre y otros nobles en la lejanía.  

"Solo necesitas presión"  

Recordé sus palabras con una fuerte respiración saltando de mi pecho al igual que esos incidentes que involucraban a Magnolia y al propio Ben ciclos atrás en la fuente y del que cuál contamos aquella misma tarde. 

¿Qué estaba pasándome?  

Me alejé lo más rápido que pude del bullicio para salir del gran salón y recorrer los corredores hasta detenerme en una de las tantas salas vacías y oscuras que no incluía la celebración y quedarme bajo la penumbra por un largo tiempo. 

—Es absurdo —me susurré a mí misma después de estar sentada en el sillón por tendidos minutos, mientras me cuestionaba mi naturaleza y que pudiera que tal vez no es que fuera débil, sino que quizá mi habilidad poseyera algo externo a la fuerza física. 

Quedaba claro que mis padres eran considerados los más fuertes de esta nación. No por nada, eran los reyes de Victoria con sus cinco gobiernos y La Capital, aunque eso atrajo a mi mente a Mikaela Farfán, hija del actual gobernador de Teya. Ella era conocida por poseer más que solo poderosa fuerza, sino que era capaz de tolerar el dolor a tal punto que podía llamarle inmunidad. 

¿Sería evolución lo que tanto ella y yo éramos capaces de hacer? Aunque más importante que eso... ¿Qué era exactamente lo que yo podía hacer? 
¿Acaso era capaz de ordenarles a las personas lo que yo quisiera sin que estás lo recordaran? 

Poseía tantas preguntas como temor ante lo ridículo que podía sonar, considerando que este tipo de habilidades (fuera verdad o no) se desarrollaba en la niñez y yo, ya estaba un tanto lejos que aquello. 

Al final, mi cordura volvió y renegué de todas esas absurdas conjeturas a las que llegué, repitiéndole a mi cabeza que era obra de aquellos libros fantasiosos que mis ojos devoraban, por lo que decidida, salí de la oscura sala puesto que todos se comenzarían a preguntar en dónde yacía. 

Tras salir hacia el marco de la sala con una falsa sonrisa, me encontré un ser que consiguió de algún modo, aliviar mis inquietudes.  

—¿Rolan? —miré con atención a los costados del pasillo extrañada tras observarle recorrer esta parte del palacio que incluso los nobles no tenían acceso—. ¿Qué haces aquí? 

—Vigilando la zona ¿y usted? —echó un vistazo a la oscura sala de donde emergí—. Me parece que yace muy lejos de la celebración, princesa Ofi ¿Puedo preguntar que hacía ahí?  

—Nada. 

Sobé mis manos con angustia. Era mala para mentir en ese entonces y él debió notarlo, pues todavía podía sentir mis mejillas húmedas por las lágrimas que limpie, aunque para mi fortuna decidió no insistir. 

—¿Cómo es que has ingresado hasta esta sección?  

—Míreme bien —dijo entusiasmado tomando una postura recta para que observara su impoluto traje azul oscuro. 

—Eres... eres un guardia del palacio. 

—Si, así es. Después de mi entrenamiento en Marina e ir a las fronteras en Palma, he sido relevado de soldado a guardia para cumplir con mi servicio aquí, aunque cuando necesiten elementos en otras áreas, deberé ir para remplazarlos. Ya sabe cómo es esto. 

Rolan era huérfano desde antes que ingresara a este palacio para servirnos y era por esa razón que formaba parte del ejército de la guardia azul (academia exclusiva para los soldados seguidores), ya que cada huérfano en Victoria es reclutado como soldado para servirle a los altos mandos y guardias fuertes. De esa forma, si es que algo les sucediera, no existiría quién llorara o protestara por una vida pérdida en acción.  

—¿Te gustaría escoltarme? 

—Será un placer. 

En cuanto emprendimos camino para regresar al bullicioso salón, empezó a contarme algunas aventuras que tuvo durante todos esos ciclos alejados de La Capital (lugar dónde residimos) y el cuál involucraba a toda la gente que conoció a lo largo de ello en los otros cinco gobiernos adyacentes unidos a esta nación: Palma, Lorde, Santiago, Marina y Teya. Imitó para mí todos los acentos que abarcaban a cada correspondiente zona dónde estuvo.  

—¿En verdad has conocido cada gobierno? —pregunté dubitativa. 

—No todos, pero los oficiales fuertes a los que he servido y compañeros soldados han provenido de cada uno de ellos y de alguna manera es como hacerlo. 

Tristemente, cuando llegamos al gran salón supe que nuestra conversación quedaba por terminada y que era hora de volver a la cruda realidad. 

—Me alegra que hayas vuelto, sabes. 

—Y a mí, el tener la oportunidad de hacerlo —sonreí dando un paso adelante para permanecer frente a frente. 

—Es lindo volver a verte, Ron —me despedí con aquella frase que él inventó para nosotros. 

—Es lindo volver a verle, Ofi. 

Esperó hasta que le diera la espalda para poder seguir con su ronda de vigilancia y marcharse. 

—¿Dónde estabas? —reclamó la señorita Magnolia tras observarme. 

—Y—yo... yo estaba... 

—Eres pésima mintiendo. Enlístate, que el banquete se servirá en minutos. 

—¿Y quién era ese joven con el que bailaste? —preguntó con curiosidad mi madre estando ambas instaladas en la mesa degustando nuestro segundo platillo. 

—El hijo de un noble alentado por su padre para congraciarse con la princesa que muy pronto será mayor de edad —respondí secamente sin desear agregar a la historia que ese zoquete mano larga tocó más de lo permitido, pues no era mi deseo crear problemas, así como el olvidar el evento que produjo mi desbalanceada mente—. Nadie sin importancia. 

Comprendía que ella ya no cuestionaría más al asunto, pues supondría que mi delgada autoestima de nuevo había sido colapsada por fuertes que me repudiaban. Ella conoció bien ese sentimiento en el pasado, siendo que cuando nací todos la acusaron de traicionar a su gente, corona y príncipe debido a la pigmentación de mis ojos, pues procrear con seguidores es un crimen que se paga con la muerte.  

Por fortuna, sobreviví lo suficientemente como para ser considerada una fuerte, siendo que las criaturas mestizas no sobreviven más allá de horas o días debido a la mutación que poseemos y ellos no, ya que son descendientes de humanos no contagiados de la segunda era. De igual forma, sé que en caso de que las madres fueran seguidoras, estas mueren sin poder alumbrar o por complicaciones similares a las de sus hijos o al menos eso mencionó mi abuela. 

Ella no es exactamente muy dulce conmigo, por lo que la señorita Magnolia fue lo bastante mente abierta para terminar de contarme que ninguno de aquellos futuros niños mestizos sobreviven y por lo tanto, no existe ningún registro de ellos. En ocasiones llegué a pensar que aquello podría sucederme y que por eso mis padres no me permitían congraciarme con ningún fuerte por temor a perderme. 

Al final, como era de esperarse el evento terminó por otorgarme una terrible pesadilla en la noche. Una de tantas que me esperaban, supongo. En él, me mantenían en una habitación no muy distinta en la que yazco ahora. Los rojizos ojos de mi familia me observaban detrás del espejo de aquel cuarto para después, marcharse sin antes espetar que siempre supieron que existía algo malo en mí. 

Me levanté de la cama sudando y causando que mi doncella seguidora Ana se asustara dejando caer mi casual vestido y zapatillas al suelo. Pasaba ya del medio día considerando que el festejo terminó a altas horas de la madrugada, por lo que solo habría almuerzo y cena en el palacio hoy. 

—Lo siento —espeté con el corazón todavía acelerado olvidando que mi educación me prohibía disculparme y mucho menos, con la servidumbre de este palacio.  

Ella solo reacomodo mi atuendo sobre el diván de mi cama y se marchó a la sala de baño para prepararlo. 

—Ben ¿Crees que mi habilidad solo necesita presión para emerger? —pregunté ese mismo día. 

Ambos yacíamos agotados en los sillones de la sala de damas preferida de nuestra madre, pues habíamos cabalgado por la colina Tamos por horas como en los viejos tiempos, mientras en el palacio se atendían a los nobles que residirían por tres días más tras el festejo de Dante. Un sequito enorme de guardias fuertes nos acompañó también para nuestra protección o más bien, para el salvaguarde del príncipe heredero. 

La estancia educacional de mi hermano mayor Benjamín estaba a meses de terminarse y eso significaba que ya no debía alejarse más del palacio, siendo que tanto él como Dan se mudaron tras cumplir 13 a la instalación de la guardia negra en el gobierno de Santiago donde solo fuertes residían, dejándome sola por una larga temporada. Era por eso que cada vez que sus descansos llegaban a finales e inicio de cada mes o en celebraciones muy específicas, estos eran aprovechados por completo y ya que ambos eran hombres digamos que nuestros reencuentros eran en su totalidad cansados y estimulantes. 

—No lo sé, supongo. 

Había reunido todo el valor para preguntarle finalmente pese que contemplaba que tenía de que preocuparse con mis padres recordándole cada vez que podían, lo próximo que se encontraba la elección de las contendientes. El evento que haría que Ben pronto eligiera una esposa.  

—Cómo fue que te diste cuenta de lo que podías hacer... tu fuerza, ya sabes.  

—Hmm... creo que tenía 4 o 5. Rompía mis juguetes cuando no me gustaban, me parece. Bueno, eso me contó nuestra madre.  

—Estabas enfadado entonces. 

—Pues digamos que si ¿Por qué preguntas? ¿Sucede algo?  

—No —emití rápido antes de que notara mi mentira, pero él siempre fue despistado, aunque en realidad, quería gritarle a él y a Dante que existía algo malo en mí, sin embargo, temí que no lo entendieran.  

—¿Aún te asusta no poseer ninguna habilidad? 

A decir verdad, aparte de mi supuesta habilidad de controlar mentes, mi memoria era prodigiosa. Bastante en realidad, pues cuando los días rutinarios volvían solía pasar mis tardes leyendo densos libros. Sabía que, si bien no podía ganar con fuerza, podía hacerlo con la mente. 

—No, ya no Beni. Ya no. 

—¡Iremos a Santiago! —gritó de pronto Dante ingresando a la sala eufórico moviéndome de los hombros—. Celebraremos tu festejo 17 y el reinicio del ciclo en Santiago. 

—¿De verdad? —él asentó y extrañamente pensé en que no estaría ahí cuando el festejo de Ron sucediera puesto que el suyo estaba fechado a cuatro días posteriores al mío. 

—Me lo acaban de decir nuestros padres. Te prometo que en un mes, Ben y yo te mostraremos la ciudad completa ¿Es que no te emociona? 

—¡Por supuesto, Dan! —mejoré mi semblante—. Hace siglos que no salgo de estos 4 muros. Deseó tanto verlo en invierno de nuevo ¿y tú, no estás feliz? —giré hacia Ben golpeando su rodilla. 

—Extasiado —respondió con un oscuro sarcasmo reflejando de inmediato insatisfacción. 

Internamente, me llegué a reprender por jamás preguntar lo que él podía estar pasando en esos momentos. En unos cuantos meses cumpliría 20 y la nación debía comenzar a verlo como el futuro rey de Victoria que sería algún día. Por lo general los reinantes de Victoria se coronaban de entre los 22 a los 27 ciclos con sus excepciones pues, como ejemplo yacía mi padre que no lo fue hasta los 32, ya que mi abuelo Dafniel, parecía no soltar la corona de no ser que murió prematuramente, por lo que el reinado de alguna forma de mi padre se definía hasta ese entonces con 10 ciclos, corto. 

Dante y yo fuimos afortunados por no tener que cargar con aquel peso de reinar una nación entera, aunque sí de fortuna había que hablar, era mi hermano menor quien tendría el futuro más cómodo de los tres, ya que como segundo príncipe tendría menos obligaciones a diferencia de las de un rey y como el hombre que era, poseía algo que yo no tendría: elección. 
 




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