En los ojos de la reina

Capítulo 3: La caída y un adiós

Esperé que en esa ocasión mi experiencia en el gobierno de Santiago no fuera como la de aquella vez cuando aún era niña y enfermé gravemente tras exponerme a la nieve por horas. El vuelo constaría poco más de 6 horas, aunque antes de arribar al gobierno sureño, mis padres espetaron tener que hacer una escala previa a la ciudad principal de Teya, Isidro. Sitio en donde la casa gobernadora reside con una de las cinco familias antiguas de Victoria, los Farfán.

El señor Rene Farfán era el gobernante actual de ese poblado y nos recibió al pie de las escaleras tras el arribo en jet a su más que basta propiedad junto con su hija Mikaela Farfán. Ella era meses mayor que mi hermano y como buena teyana, poseía una piel un tanto menos trigueña a la de su padre debido a la eterna primavera en el que viven en esas tierras aun si esa fuera la temporada más helada del ciclo. Su glacial porte no pasó desapercibida, así como su cálida sonrisa, aunque vagos resplandores de rebeldía se mostraron debajo de esa educada formación, pues su castaño rojizo cabello estaba cortado perfectamente hasta sus hombros enmarcando lo lacio que esté era.

Dentro de los estándares en Victoria el portar el cabello largo es sinónimo de elegancia y distinción entre las damas más refinadas, causando que mi título de princesa me obligara a portarlo hasta la cintura, aunque a ella eso no parecía importarle, pues como futura primera gobernadora en toda la historia de esta nación, impondría cierto estilo que le diferenciaría. Me agradó tan solo por eso.

Mi mente la recordó de eventos fugaces, pero cordiales en los que llegamos a coincidir. Siempre llevó aquel flequillo perfecto por arriba de sus cejas distinguiéndola de muchas y creando su propia personalidad, siendo que ella (en menor proporción a mí) fue marginada algún tiempo debido a que uno de sus ojos rojos posee motas verdes, reflejando la ligera anomalía que sufrió al nacer y le otorgó inmunidad al dolor, sin embargo, al paso de los ciclos demostró ser una formidable fuerte digna de ser aceptada. El tenerla de frente, atrajo mis absurdos pensamientos acerca de aquel evento en la celebración de Dante y lo que posiblemente me estaba sucediendo, aunque también atrajo algo más y es que no olvidaba que ella era una de las 12 contendientes a reina y todos los presentes en el sitio lo sabíamos.

Y pudiera que ello implicara que todo entre nosotros fuera incomodo, sin embargo, para mí y Dante provocó todo lo contrario, ya que no pudimos evitar codear a nuestro hermano varias veces emitiendo gestos picaros con respecto a Mikaela, los cuales respondió maduramente colocando los ojos en blanco, puesto que oficialmente el cortejo entre ambos ya era aceptado pese que en dos meses el evento formal donde se presentarían las contendientes se llevaría a cabo, dándole a partir de esa fecha, seis meses a mi hermano para elegir una esposa.

Mikaela era hija única, por lo que sí ella se convertía en reina, el gobierno heredado de Teya pasaría a alguno de los dos hijos de la hermana de su padre que pese que hubiera fallecido tiempo muy atrás, su progenie seguían en la línea de sucesión e incluso, el padre de estos Roberto Marven, podía gobernarlo de así quererlo, aunque ninguno de ellos se encontraba en esas tierras, siendo que su estancia actual radicaba en Santiago y no en Teya.

—Los hermanos Marven son...

—...buenos compañeros. Si, ya los has mencionado varias veces —terminé la frase de Ben con una sonrisa, ya que muy en el fondo, me daba celos que aquel par de hermanos compartieran aventuras, platicas y confidencias con los míos.

—Deja que conozcas a su padre a ver si tu sonrisita se sigue manteniendo, hermanita.

—Tal vez tenga la oportunidad de conocerlo cuando el evento de contendientes llegue.

Eso hizo callar por completo a Ben, arrepintiéndome de lo dicho tan pronto como salió de mi boca, siendo que él no solía hablar conmigo (o alguien) de aquel tema. Tenía en mente que mi hermano conocía los nombres de aquellas 12 jóvenes y que pensaba visitarlas personalmente en sus residencias muy pronto por consejo de mi padre y madre, pero no más.

Tras llegar el atardecer debíamos partir, todos menos padre, quién tenía algún asunto (no supe de qué tipo) que lidiar por allá, sin embargo, cuando me encontraba a punto de subir a El Celeste, nuestro trasporte privado y particular que nos llevaría hasta nuestro destino original, mi padre habló frenándome.

—Hija, tú te quedas —la orden me tomó tan de sorpresa que terminé por mirar a mi madre.

—Pero creí... creí que iría con ellos -señalé a Benjamín, los guardias y mi madre.

—No. Carina, mi bella reina irá con tus hermanos escoltados por Paolo, nuestro general —dirigió una mirada solo para su esposa cuál si fueran todavía dos enamorados primerizos—. Tú iras conmigo a la cena. Un rey no debe ir a ningún sitio sin compañía.

—Pero yo... —antes de terminar la frase me di cuenta de lo que estaba haciendo. Cuestionar al rey de mi nación, por lo que de inmediato recompuse—. Será un placer, padre.

—Pórtate bien, Ofeli —exclamó mi madre, mientras besaba mi mejilla y acomodaba uno de mis necios risos detrás de mí oreja—. Luces hermosa.

—Por supuesto que lo es. Lo ha heredado de la espectacular reina de Victoria —continuó Ben colocando el brazo sobre el hombro de mi madre para después, darme un fraternal abrazo—. Entonces... hasta pronto. Juro protegerles con mi vida —me hizo un guiño, mientras entraba al jet con las turbinas encendidas.

—¡Falta Dante! —dijo madre.

—Iré por él —me postulé no sin antes ofrecer media vuelta para despedirme de ellos—. ¡Corre o se irán sin ti! —bromee con Dan tras visualizarlo acelerar el paso, al tiempo que él tomó mi mano y la besó.

—Eres la joya más preciosa y extraña de este mundo —me exclamó como cada vez que nos separábamos.

—¡Sube ya Dante! La joya preciosa y extraña estará bien -vociferó Ben burlándose de ambos en el momento que se encontraba al borde del jet con el motor rugiendo y la escotilla trasera a punto de cerrarse.




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