En los ojos de la reina

Capítulo 4: Una pérdida real

Me encontraba en el jet privado del gobernador Farfán con destino a La Capital. Mi padre, se había marchado a Santiago para ver con sus propios ojos el desastroso suceso, lo cual me pareció injusto, siendo que yo era tan familia de ellos como él, sin embargo, aprecié de cierto modo la soledad reservada para así, poder llorarles con privacidad.

Una vez que arribé a altas horas de la noche al palacio, me encontré a Magnolia al pie de los grandes escalones de las puertas principales del sitio. Sus ojos, anunciaban que también habían llorado, pues le quiso demasiado por igual, considerando que ella fue quien instruyó a mi madre una vez que se mudó al palacio para convertirla en princesa cuando ganó la batalla de las contendientes.

—Mi niña —extendió sus brazos para rodearme.

Jamás creí que fuera tan amable conmigo algún día, pero su gesto fue lo suficiente cálido y sincero como para dejarme vencer en su abrazo tal como lo fue el de Mikaela Farfán cuando me encontró desconsolada en uno de los ventanales con vista al jardín de su propiedad tras la noticia.

Mi institutriz me llevó hasta mi habitación donde conseguí aferrarme a la cama como si pudiera olvidarme de todo ello. Magnolia comprendió mi desdicha y me permitió estar sola entre sollozo y dolor hasta que inevitablemente dormí. Al día siguiente, todo el reino de Victoria junto con sus cinco gobiernos se encontraran en luto por la noticia suscitada.

El funeral se llevó a cabo aquel día que se supondría que debía ser dichoso en mi vida por obtener diecisiete ciclos, y que al final terminó por tornarse gris y desolador.

Aquella mañana mi cabello fue sujetado en una coleta atada a un listón grisáceo en tono a mi vestido como símbolo de nuestro luto. Dejé mi rostro sin ningún arreglo y me coloqué sin falta, el collar que mi madre tan orgullosa y casi al borde del llanto me obsequió el ciclo pasado cuando cumplí dieciséis. Tu primera joya familiar me había dicho y desde entonces juré no quitármela.

La gargantilla no constaba nada más que de siete muy pequeñas perlas blancas distribuidas a lo largo del cuello. Le toqué una y otra vez antes de que fuera hora de ir a un funeral en el que solo existirían tres ataúdes vacíos, ya que no quedó nada de ellos, ni cenizas siquiera. Ni de ellos, ni los guardias o del General Paolo que los acompañaba.

Mi padre se comportó como el rey que era, sin embargo, sus ojos que bien conocía, reflejaban una tristeza pura, de aquella que emerge de hasta los huesos una vez que cruzamos miradas, aunque aún con ello concedió tiempo para besar mi frente en un gesto que me hizo sentir que pese todo, estaba conmigo. Mi abuela, la reina madre, permaneció al otro costado de mi padre aposada en su brazo, mientras mi tía abuela Gladiola prefirió permanecer al frente de la congregación arribada al evento.

Fue así, que cada casa alta, gobernante y familia noble estuvo presente durante el último acto presente de mis hermanos y madre en La Capital.

El primo de mi madre y actual gobernador de Lorde, Orlando Mendeval, también nos acompañó junto con su esposa e hijo Alaric, siendo que ambas familias compartimos muchos momentos personales y gratos debido a que ambos primos crecieron y vivieron juntos como hermanos al grado que Ben, Dan y yo le llamábamos tío a él y abuelo al padre de este.

Deseé estar sola de nuevo pesé la confortable presencia, pero desde aquel día un par de soldados seguidores estarían a mi lado en todo momento. Tendría mis propios guardias azules llamados coloquialmente reales, pues se encargarían de resguardarme en todo momento, siendo que lo que le pasó a mi familia bien podía haber sido un atentado planeado y llevado a cabo con éxito.

De pronto, ignorando mi alrededor ante las múltiples condolencias de los asistentes, me batí en duelo tras querer irme y vivir mi duelo en soledad, pero en la misma proporción quería también apoyar a mi padre, sin embargo, decidí darme un pequeño respiro después de horas.

Me dirigí a mi habitación con mis nuevos guardias siguiéndome los pasos hasta que la puerta se cerró y entonces, exhalé con profundidad, cerré los ojos hasta que un ruido proveniente del interior de mi alcoba me despertó. Tras abrirlos, descubrí que alguien me observaba.

—Hola.

—¡Ron! —exclamé mirándole con sorpresa y después, llevar mis ojos a la puerta—. P-pero... ¿Cómo es que entraste a mi alcoba?

—Tengo mis métodos —espetó con sonrojo.

—N-no es correcto que estés aquí conmigo a solas. Si te encuentran estaremos en problemas.

—Lo sé. Es solo que... lo siento. En verdad no sabes cuánto lo lamento. Fui tan grosero ese día contigo. Debí estar en esos momentos para ti, pero en cambio...

—Tú no sabías lo que iba a pasar —me retiré de la puerta para ir en dirección a él en la antesala—. No es tu culpa, Ron. Además, el que estés ahora aquí de alguna forma u otra... me consuela —me destiné a mirar sus grises ojos olvidado que dos días anteriores a ese había sido descortés—. Aunque por el momento no sé lo que se supone que debo hacer.

—Temo que nadie la tiene, Ofi —sonreí con pesar yendo a él.

—Sabes, me había cuestionado quién me llamaría de esa forma ahora.

—¿Te molesta? Porque podría...

—¡No! —avancé de tal modo que coloqué mi mano sobre su brazo—. Tu presencia me reconforta, de hecho —confesé dándome cuenta de lo cercano que estábamos el uno al otro.

Su aspecto y color de piel sin duda había mejorado comparado con la última ocasión que nos vimos. Y es que aquel traje de guardia azul le iba tan bien, aunque no lo notara en ese momento.

—Debo volver con mi padre —rompí la tensión alejándome—. Hay guardias aposados en la puerta. Cómo es que piensas salir de aquí o más bien... ¿cómo entraste?

—Un secreto —comprendió que eso no me convencería en absoluto—. Veras, solo necesito una habitación vacía para abrir la manija y luego...

—Entiendo el sarcasmo, Ron —dije con los ojos en blanco—. No puede ser, soy corrida de mi propia habitación —continué mirando cómo me dedicaba de esas bellas sonrisas que iluminaban mis días mostrando su apoyo ante mi tragedia. Quizá la soledad y tristeza en la que envolvía me hizo sentir que aquel gesto fue sumamente embriagador. Debió ocultarse para que nadie le viera cuando yo saliera de mis aposentos o ambos tendríamos graves problemas—. Bien guardias, síganme —exclamé más relajada dejando despejado los pasillos para que Rolan pudiera salir, mientras un muy pequeño vislumbre de alegría se asomó dentro de todo mi pesar.




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