En los ojos de la reina

Capítulo 8: Huida, espada y batalla

Los jardines eran amplios y el bosque en el sur se encontraba libre para escapar del presente, sin embargo, mi deseo era ir más allá. Miré la gran puerta de servicio abierta que daba hacia la parte trasera del palacio. Algunos se movían ante tal rapidez del jinete cuando en medio del cruce se atravesó Ana haciendo que mi corcel la esquivara, pero a cambio de ese tirón, mi corcel se espantó haciendo que fuera aún más veloz y saliera a las afueras del palacio.

En realidad, la velocidad no se sentía mal. Era muy buen jinete, aunque en esos últimos meses no había practicado ni mucho menos salido sola, por lo que comencé a atemorizarme. Vi que esté se dirigía hacia una colina rocosa. Incité para que parara, pero había perdido su manejo total.

Tras ver el final del camino cerrarse, una mano sostuvo las riendas lográndolo detener con delicadeza emitiendo sonidos para tranquilizar al animal.

—Tienes alguna idea de la hermosa criatura que estas montando.

—Si ahora lo sé —dije girando y jadeando con miedo hacia mi acompañante.

Fue así como descendió de su pinto corcel una chica (un par de años mayor que yo) con pantalones café oscuro y camisa blanca junto con una casaca del mismo tono que sus pantalones. Su estilo era muy salvaje para mi gusto, aunque eso no evitó que su delineado rostro decayera, pues su blanca piel y azules ojos resaltaban a la vista. No eran tan destellantes como los míos, pero de igual modo eran muy intensos, así como que su cabello se asemejaba al mío, aunque el de ella era menos dorado y en extremo lacio amarrado en una coleta alta.

—No deberías montar bestias como estas si no sabes controlarlas, niña.

—Y tú ¿dónde conseguiste el tuyo? —ataqué ante la risa que le provocaba el no haber podido manejar un corcel.

—De una colina en Lorde. Era salvaje antes de que le encontrara bueno, aún es muy rejega, de hecho. Lindo vestido, por cierto —ahora fue su turno de contraponerse—. No eres de aquí ¿cierto? Si no fuera por tu mirada hubiera creído que eras un fuerte.

—Am... no. Y-yo soy... una doncella —no sé si me creyó, siendo que Ana nunca había usado un vestido semejante al mío por más simple que se viera. Ella lo sabía por eso su mirada me escrudiñaba.

—Considerando que el palacio no está muy lejos de aquí supongo que es cierto ¿Trabajas para la princesa? ¿Cómo es ella?

—Ella es... —me quedé pensando en todo lo que había hecho y del porque estaba huyendo—. Una idiota —terminé por decir.

—¿De verdad? —espetó acariciando el hocico de su corcel—. Vaya, no creí que lo fuera. Imaginé que sería... distinta.

—¿Distinta? ¿Cómo?

—Pues cualquier fuerte que sea capaz de salvar a un real merece un poco de respeto ¿no crees? —comentó mientras subía de nuevo a su corcel dándome las riendas del mío—. Aunque si dices que es una idiota, no creo que vaya a ser algún día nuestra reina.

—¿Por qué crees eso?

—Piénsalo, a ningún fuerte le gusta que una mujer los mande. Sobre todo si ella es "débil" —me miró de arriba abajo haciéndome creer que ya sabía quién era yo. Me había puesto en un peligro yo misma tras salir sola del palacio—. Pero escuché que es capaz de lanzar un cuchillo a dos metros de distancia y acertar perfectamente. Quizá debería intentar lanzarles unos a los que llama aliados —sonrió para sí misma imaginando tal escena. Su mirada se fijó en el horizonte, mientras apenas asimilaba el hecho de cómo era que sabía de aquel evento en Marina—. Cuídalo. Es un hermoso ejemplar.

—Lo sé, era de mi hermano —respondí tan pronto como callé tras darme cuenta que había cometido un error.

—Absurdo, una doncella jamás tendría un corcel, pero una princesa si —me exclamó ya estando lejos.

De pronto, me vi sola sosteniendo las riendas de viento, sin embargo, averigüé con rapidez porque esa chica huyó de mí, puesto que no muy lejos, visualicé que guardias del palacio se acercaban. Con un largo suspiro, me preparé para lo que sería mi segunda reprimenda en el día.

—¿En que estabas pensando, Tamos? 5 minutos. Me pediste 5 minutos y yo amablemente te los concedí —reclamó Damián.

—No es mi culpa, el corcel....

—Claro, culpa al animal. Que lo cuelguen por eso —mis ojos se tornaron en blanco por su sarcasmo.

—Porque mejor no te tiras del acantilado más próximo —agregué completamente frustrada observándolo con intensidad para que después, mi coraje se desvaneciera, ya que todo pintaba que se lo había ordenado—. No, espera no lo hagas —puse mis manos en su pecho.

—Aún no es la reina para ordenarme y ni así haría tal cosa —mi cara de preocupación por pensar que pude controlarlo se evaporó debido a su frio comportamiento, por lo que solo subí a viento y cabalgué hasta volver de nuevo al palacio.

Llegué directo a mi habitación, aunque solo se encontraba aposado a mi puerta Agustín. Le pregunté acerca de donde estaba su compañero, pero divagó demasiado en ello.

—Bien, ya no importa —exclamé desenfadadamente adentrándome a mi alcoba dando pasos lentos a la antesala—. ¿Seguirás entrando a mi habitación, aunque seas mi guardia personal?

—Pero esa es mi parte favorita, Ofi. Esa y llamarte así.

Le sonreí viendo como emergía de mi gran armario sabiendo que ahora si podía abrazarle y saltar de felicidad por tenerlo como mi amigo y guardia. Mi gesto debió tomarle desprevenido, pues cuando mis brazos le rodearon su postura se tornó pétrea y nerviosa. Tal vez fui demasiado osada, siendo que una dama no podía ejecutar ese tipo de arranques, pero debido a mi convivencia con él para mí era como estar con mis hermanos, aunque claro que el sentimiento no era el mismo. Me aparté de él con vergüenza.

—Mira lo que tengo —dijo mientras extendía su mano—. Creó que será la última debido a mi nuevo puesto.

—Me encanta. Es tan linda.

—Dices lo mismo siempre de todas.

—Es que todas lo son —toqué el cristal blanco sobre la palma de mi mano pudiendo sentir los ojos de Ron sobre mí—. ¿Por qué me miras de esa forma?




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