En los ojos de la reina

Capítulo 8: Huida, espada y batalla

Los alrededores fuera del palacio eran bastos y el bosque se encontraba libre para escapar del presente, sin embargo, mi deseo era ir más allá de la propiedad y alejarme de aquel humillante evento al que mi padre me expuso. Miré la amplia puerta de servicio abierta que otorgaba vista a la parte trasera de la propiedad. Algunos se movían ante tal rapidez de mi cabalgata, aunque en medio del cruce mi doncella Ana apareció en el camino, provocando que el corcel de mi hermano la esquivara, obteniendo como resultado, que nos dirigiéramos a las afueras del palacio.

Me consideraba un muy buen jinete, sin embargo, la velocidad comenzó a atemorizarme, ya que nos dirigíamos hacia una colina rocosa. Incité para que se detuviera, pero para ese entonces ya había perdido el manejo total de Viento.

Tras ver el final del camino cerrarse, una femenina mano sostuvo las riendas con firmeza, logrando detener con agilidad al animal, emitiendo sonidos suaves para tranquilizarlo.

—Tienes alguna idea de la hermosa criatura que estas montando.

—Sí, ahora lo sé —regresé jadeante con temor hacia mi acompañante.

Fue de ese modo como vi descendió de un corcel pinto, una chica un par de ciclos mayor que yo. Su estilo era muy desenfadado para mi gusto con aquel pantalón café desteñido acorde a su casaca y camisa blanca, aunque eso no evitó que su afilado rostro decayera, pues su blanca piel y azules ojos resaltaban. No eran tan intensos como los míos, pero de igual forma eran destellantes, así como que su cabello se asemejaba en tono al mío, pese que el suyo era menos dorado y lacio sujeto en una coleta alta.

—No deberías montar bestias como estas si no sabes controlarlas, niña.

—Y tú ¿dónde conseguiste el tuyo? —ataqué ante la risa que le provocaba el no haber podido manejar un corcel.

—De una colina en Lorde. Era indómita antes de que le encontrara de hecho, aún es muy rejega —acarició el hocico de su corcel—. Lindo vestido, por cierto —su turno de contra atacar—. No eres de aquí ¿no es verdad? Si no fuera por tu mirada ordinario hubiera creído que eras un fuerte.

—Amm... yo... no —balbuce—. Yo soy... una doncella.

No supe si me creyó, siendo que Ana jamás había usado un vestido semejante al mío por más bello que fuera.

—Considerando que el palacio no está muy lejos de aquí, supongo que es cierto ¿Trabajas para la princesa? ¿Cómo es?

—Ella es... —sopese un segundo mis actos, y del porque me encontraba huyendo—. Patética —terminé por decir.

—¿De verdad? —mostró duda—. Vaya, no creí que lo fuera. Por un momento imaginé que ella sería... distinta.

—¿Distinta? ¿Cómo?

—Pues cualquier fuerte que sea capaz de salvar a un soldado seguidor merece un poco de respeto ¿no lo crees? —comentó mientras subía de nuevo a su corcel, otorgando las riendas del mío en la mano—. Aunque si dices que es lo que es, no creo que sea algún día nuestra reina.

—¿Por qué no?

—Piénsalo, a ningún fuerte le gusta que una mujer los mande. Y mucho menos si ella es "débil" —me escudriño con la mirada, haciéndome creer que era de su conocimiento mi identidad—. Pero escuché que es capaz de lanzar un cuchillo a dos metros de distancia y acertar perfectamente. Quizá debería intentar lanzarles unos a los que ella llama aliados —sonrió para sí misma imaginando tal escena. Su mirada se posó en el horizonte, mientras yo asimilaba el hecho de cómo era que sabía de aquel evento en Marina—. Cuídalo. Es un hermoso ejemplar.

—Lo sé, era de mi hermano —respondí tan pronto como callé, tras darme cuenta que había cometido un error.

—Absurdo, una doncella jamás tendría un corcel, pero una princesa sí —me exclamó antes de verla alejarse.

De pronto, me vi sola sosteniendo las riendas de viento, sin embargo, averigüé con rapidez porque esa chica huyó de mí, puesto que no muy lejos, visualicé que guardias del palacio se acercaban. Con un largo suspiro, me preparé para lo que sería mi segunda reprimenda en el día.

—¿En que estaba pensando, Tamos? Cinco minutos. Me pidió cinco minutos y yo amablemente se los concedí —reclamó Damián.

—No es mi culpa, el corcel se...

—Por supuesto, culpe al animal. Que lo cuelguen por eso —mis ojos se tornaron en blanco por su sarcasmo.

—Porque mejor no se tira del acantilado más próximo, señor Damián —agregué completamente frustrada, observándolo con intensidad para que después, mi coraje se desvaneciera, ya que todo pintaba que se lo había ordenado—. No, espere no lo haga —coloqué mis manos en su pecho.

—Aún no es reina para ordenarme y ni así haría tal cosa —mi cara de preocupación por pensar que pude controlarlo se evaporó debido a su frío comportamiento, por lo que solo subí a viento y cabalgué hasta volver de nuevo al palacio.

Llegué directo a mi habitación, aunque solo se encontraba aposado a mi puerta Agustín. Le pregunté acerca del paradero de Rolan, pero divagó demasiado en ello.

—Bien, ya no importa —exclamé desenfadada, adentrándome a la alcoba con pasos lentos a la antesala—. ¿Continuarás entrando a mi habitación incluso si eres mi guardia personal, Ron?

De pronto su silueta relució.

—Pero esa es mi parte favorita, Ofi. Esa y llamarte así.

Le sonreí viendo como emergía de mi gran armario, sabiendo que ahora si podía abrazarle y saltar de felicidad por tenerlo como mi amigo y guardia. Mi gesto debió tomarle desprevenido, pues cuando mis brazos le rodearon su postura se tornó pétrea y nerviosa. Tal vez fui demasiado osada, siendo que una dama no podía ejecutar ese tipo de arranques, pero debido a mi convivencia con él para mí era como estar con mis hermanos, aunque por supuesto que el sentimiento no era el mismo. Me aparté de él con vergüenza.

—Mira lo que tengo —dijo al tiempo extendía su mano—. Creó que será la última debido a mi nuevo puesto.

—Me encanta. Es tan linda.

—Dices lo mismo siempre de todas.




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