En los ojos de la reina

Capítulo 9: A hurtadillas con Rolan

Mi padre y yo nos colocamos en posición al ritmo de ver como su espada se deslizaba fuera de su funda. Nerviosamente, aprisioné el empuñando de la mía. De pronto, nuestro alrededor se tornó serio y sepulcral. Aquello sería una pelea visual, física y mental. Como buen caballero me dejó comenzar pese que la tensión revoloteó dentro de mi estómago.

—Que filo tan bello posees en mano, mi pequeña ¿diamante puro?

—Lo es.

—Te queda bien.

Cada esquivo e intento de golpe tomaron un ritmo peligrosamente personal y en cierto punto, dinámico y divertido. Mi objetivo principal era cansarlo mientras se me ocurría una forma de obtener la victoria.

—Eres rápida —dijo.

—O tú muy lento.

La comisura de mi padre se elevó en una sonrisa que tantas veces le vi ejercer cuando ambos nos enfrentábamos al tablero de su juego favorito y nuestras piezas comenzaban a moverse.

Las pocas veces que mi espada se cruzaba con la suya, mi brazo luchaba por no romperse a pesar de que tenía la certeza que mi padre estaba en un cincuenta por ciento de su fuerza total, por lo que opté por deslizarme cada una de las veces que él atacaba. De la nada, visualicé la leyenda grabada en mi espada "Mente gana Fuerza", no lo pensé más y fue entonces que observé una cuerda que era sostenida por varios costales que eran mis obstáculos durante mis rutinas de entrenamiento.

Mis pasos de combate lo arrinconaron hasta tal punto con mis deslizamientos, sin embargo, en un buen juego de espadas logró despojarme de la mía en un astuto ataque de defensa. Me lancé a la cuerda, haciendo un giro para ofrecerle una patada, pero eso él ya lo había contemplado, siendo que treinta ciclos de entrenamiento no pasan desapercibidos.

—No pensabas que iba a pasar esto o sí, hija —susurró con una ligera sonrisa una vez que sostuvo mi pie antes de colisionarlo en su esternón.

—De hecho, es justo lo que deseaba.

Le regresé la sonrisa del mismo modo que mi otro pie libre pateó la empuñadura de mi espada en su mano, enviándola arriba por un segundo para poder tomarla y cortar la soga y de ese modo, caer al suelo en una voltereta que ensayé días muy atrás.

El bloque de hierro que sostenía el saco de entrenamiento, fue directo a los pies de mi padre por falta de peso que se contra opusiera a él haciendo que cayera de espalda al igual que yo y mientras me levantaba después de la voltereta, logré ponerme en pie, visualizando la espada de mi padre en el mármol, y pesé que mi respiración era agitada por aquel momento de exaltación, no me sentí agotada de ninguna forma, pues dentro de mis venas la adrenalina era demasiado buena.

Para cuando mi padre me miró, una sonrisa se dibujó en su rostro. Algo muy semejante al orgullo por haberlo logrado se curvo en su boca, aunque su pie lanzó el pesado bloque que lo había hecho caer, logrando que me distrajera por la facilidad en la que le movió deslizándola fuera de la arena para entonces, reincorporarse con estrépito, sujetar mi brazo, colocándolo en mi espalda, al tiempo que su otra mano sostuvo mi espada todavía en mi mano y colocarla sobre mi cuello, haciéndome sentir lo frío de su filo en mi piel.

—Nunca dejes a tus enemigos lo suficientemente vivos para levantarse, hija mía —me murmuró al oído, aunque aquel sonó más como un consejo que advertencia.

Sus roja mirada fuera de la arena con los presentes un tanto en alerta, siendo que incluso los soldados que se dispusieron a ver la exhibición, incluyendo el general Octavius, nos contemplaron con algo de recelo.

—Podría ser cualquiera —continuó mi padre ya en un tono paranoico—. Te destruirán, Ofelia mía. No lo permitas —se decidió por soltarme, tomar mi mano y besarla, inclinándose ante mí.

Me dirigía a mi sala de estudio particular tiempo más tarde de la exhibición para ordenar hablar con el soldado Rolan.

—¿Está todo bien?

Su tono fue de suma preocupación, considerando que fue testigo de aquel combate con mi padre.

—Puedo controlar personas —saltó mi voz antes de que el valor se me fuera.

—¿Perdona? —pareció confundido tragando saliva.

—Bueno, sus mentes, de hecho. Y es que por alguna razón que no comprendo las personas hacen lo que les diga. Tal vez esa sea la respuesta del porque mi falta de fuerza, no lo sé, pero lo cierto es que lo he estado ignorando, y me he intentado convencer de que es una fantasía tonta creada por mi mente, aunque he pensado también que quizá sea tiempo de comenzar a aceptarla sabiendo que ella me dará la ventaja que necesito para mantenerme a salvo.

—¿Yo... hablas en serio?

—Muy en serio, Ron —tragué saliva después de un largo silencio—. Me crees ¿cierto?

Mi rostro debió reflejar terror, porque él pensaría que estaba loca o peor aún, que era un monstruo por ello, sin embargo, solo fui capaz de observar neutralidad en su rostro, ocultó todos esos pensamientos que debieron invadirle mirando a la alfombra de un lado a otro analizando los hechos hasta que finalmente, levantó la mirada y sonrió con debilidad.

—Te creo, Ofi. Te creo —el alivio volvió a mi cuerpo.

—¿De verdad?

—Sí, lo hago —mordió su labio con algo de ansiedad acercándose a mí para mejorar su impactado rostro por mi inesperada confesión—. ¿Y cómo es que...? —intentó preguntar aún con algo de escepticismo—. ¿Desde cuándo sabes lo que posees?

—Un par de ciclos.

—¡Ciclos! —sus ojos se abrieron en sorpresa—. No comprendo.

—En realidad lo he descubierto hace unos meses atrás. Me sucedieron ciertas cosas, sabes. Y estaba renuente a creerlo —agité mis manos con nerviosismo extrañando en ese momento un vestido el cual alisar u ondear, pero mi atuendo seguía siendo el que usaba en mi entrenamiento—. Tenía miedo, pero uní las piezas sucedidas en mi pasado y presente, y ahora estoy dispuesta a averiguar la verdad de lo que soy.

—¿Por qué?

—¿Por qué estoy dispuesta a averiguarlo?




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