En los ojos de la reina

Capítulo 10: Recuerdos

No parecía tener sentido que fueran rebeldes, ya que estaba segura de que esa chica supo bien quien era yo aquel día en el acantilado. Pudo haberme hecho daño de haberlo querido. A menos claro, que su plan no consistiera en ello, sin embargo, ya no conseguí averiguar más, pues dos de esos hombres escoltaron la entrada a la sala particular de la taberna donde ingresaron.

Regresaría con Ron, pero de pronto un grito emergió fuera del sitio haciéndo que me acercara a la salida batiente. Tras salir, visualicé a un hombre seguidor sujetando a un niño no mayor de doce ciclos al que le golpeaba el rostro con la mano extendida.

—¡Te atreves a robarme, maldito ladrón! —el niño sostenía una pieza de hogaza que supuse que pertenecía al hombre.

—Alto —sonó como una orden, aunque en ese lugar no era nadie, así que me ignoró—. Deténgase —tomé su mano tratando de que soltara al niño, pero este quiso darme una bofetada de modo que sujeté su mano en una maniobra que hizo que su brazo terminara en su espalda, soltó al niño para que de manera repentina, mostrara una daga para intentar apuñalarme. Eso provocó que le soltará de inmediato dando pasos atrás, colocando al niño detrás de mí.

—Niña estúpida. Estás con él ¿cierto? —me apuntó con la daga—. Te quitaré lo ladrona a ti también.

Justo en ese instante apareció Ron, empujando al hombre haciéndolo caer.

—No te atrevas a tocarla.

Al parecer el seguidor tenía más trucos por mostrar, pues sacó de su bolsillo una navaja pequeña destinada a Ron, pero fui más veloz y terminé por arrebatárcela para terminar por clavarla en la palma de su mano. El seguidor emitió un alarido feroz, llamando la atención de los lugareños, provocando que Rolan dirigiera una mirada al herido al mismo tiempo que yo.

—Será mejor que te vayas de aquí amigo y cures esa herida —sugirió Ron al atacante en el segundo que le quitó la daga de la mano en un acto doloroso, logrando que el seguidor solo asintiera para correr con miedo de la taberna—. Nosotros también deberíamos hacer lo mismo, Ana —pronunció Rolan con mi infiltrado nombre en su boca.

-Estoy de acuerdo -me giré en dirección al niño-. No deberías enfrentarte a alguien que no puedas ganarle.

-Eso fue sorprendente ¿puedes enseñarme?

-Tal vez, pero ahora debes ir con tu familia.

-No tengo.

-¿Eres huérfano?

-Sí, por eso debo esconderme o me enviaran con los forasteros, y yo no quiero ser vendido.

-¿Por qué te venderían?

-No lo sé, pero todos mis amigos lo fueron. Sí un día soy tan bueno como tú, me uniré al Fuego Blanco.

-¿Quiénes son el Fuego Blanco?

-Vámonos ya. La gente empezó a salir -insistió Ron recordando que esa noche no eramos quien la gente creía, por lo que no me quedó de otra más que marcharme con la duda establecida en mi cabeza.

En el camino de regreso no pude evitar sentirme poderosa. En Xelu las personas eran como yo en cuanto a mi fuerza física y sí ese hombre al que ataqué hubiera sido un fuerte, sin duda me hubiera destrozado o incluso matado, pero por fortuna no fue así. Logré ser más fuerte y hábil gracias a Damián y mi esmero en cada práctica de entrenamiento con todo y sus métodos poco ortodoxos.

De pronto; recordé al niño y su temor por ser vendido.

-Ron, sabes algo de los forasteros.

-No mucho, son huérfanos que no tienen un registro de pertenencia en la nación.

-¿Y a dónde son llevados?

-Son concentrados en el gobierno de Lorde para que no formen parte de los desertores. Se supone que deben buscarles una casa de fuerte donde puedan servir e instalarse dentro de la sociedad.

-Eso no suena tan mal ¿por qué un niño tendría miedo de ello?

-Ofi, ni siquiera tenías idea de la existencia de aquel termino ¿por qué piensas que el resto de la población si lo sabe?

-Tú lo haces -dije en defensa de mi ignorancia.

-He viajado mucho ¿lo recuerdas? te sorprendería lo que he visto en Victoria -su confesión me hizo un nudo en la garganta.

-Y que sabes del -recordé aquella palabra que el niño mencionó al final-. Fuego Blanco.

-¿Quién?

"Eso no lo sabía"

-Nada, olvídalo -el tenue sonido del motor de nuestro transporte se había detenido para ser escondido, así como nuestra aventura y secretos por igual.

Debimos esperar hasta las cinco, la hora del cambio de guardia para adentrarnos al palacio, así que no hubo prisa por llegar, aunque en realidad ya no restaba tanto para que aquello sucediera.

Cuando el día comenzó y debí ir a mi entrenamiento, requirió de toda mi concentración el esquivar algún golpe de Damián o de los sacos de combate, siendo que llevaba hora y media de poner mi cabeza bajo la almohada.

-¿Está todo bien? -me preguntó Damián.

-Sí, es solo que estoy cansada. Dormí poco.

-Creí que había ido a su habitación temprano.

A aquel fuerte no se le iba nada.

-Por supuesto. No me sentía bien y por eso casi no dormí nada ayer -esperé que mi mentira fuera creída.

-¿Sigue indispuesta entonces? -levantó su poblada ceja, esperando encontrar la verdad.

-No, pero realmente hoy no quiero hacer esto.

-De acuerdo, de igual modo tengo que hablar con su padre, el rey Tamos. Le importaría si la acompaño en el camino.

-Para nada -espeté con una sonrisa cortesana.

Cuando se hizo el silencio en la caminata, pregunté finalmente algo que me intrigaba de él semanas muy atrás.

-Singular pulsera la que porta.

-¿Lo cree?, es por eso que porta una idéntica en su tobillo.

Por un momento no supe que decir. Mis pasos desaceleraron, pero al notar que él no lo hizo, continué a su paso.

-Que observador.

-Es solo que... -su mano pasó por su boca seguido de reír. Ante no saber su razón me sentí avergonzada, al creer ser yo la razón, causándo que mi ceño se frunciera en desagrado-. Oh no, no se ofenda, princesa. Es solo que no imaginé que Benjamín se la diera y sobre todo, que usted aún la conservara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.