En los ojos de la reina

Capítulo 12: Vestido rojo

—¿Dónde estabas? —casi le grité a Ron tras vislumbrarlo.

—Bueno yo... tomé un poco de dulce de uva así que fui... no me harás decirlo o ¿sí?

—No, no lo haré.

Me relajé un tanto mirando que nadie se percatara de mi inusual interacción con un guardia azul para pasar a mirarlo con profundidad.

—Ron ¿Cómo fue que lograste entrar ese día al festejo de Dante? —pronunciar el nombre de mi hermano menor me provocó un inmenso dolor.

—¿Por qué la pregunta? ¿Has descubierto algo que yo no sepa?

"Tal vez"

—No, pero mira este lugar. Está repleto de fuertes... tú me entiendes ¿no?

—¿Importantes?

—Si, algo así. Todos ellos han venido a festejan el nacimiento de nuestra clase, pero ¿qué hay de los que no lo son? ¿Qué es lo que hacen ellos ahora?

—Tratas de decir...

—Qué si tú entraste, que no evitara que los desertores o rebeldes o todos ellos lo hagan también. Este parece el festín que tanto esperarían destruir ¿cierto?

—Ofi no pasará nada hoy, créeme. Además, yo no entré, pues ya estaba dentro. Portaba un uniforme. Soy un real ¿lo recuerdas?

Suspiré pasando mi mano a la cara observando el gran salón para volver a él.

—Creo que tienes razón. Me parece que me estoy volviendo paranoica como mi padre. Es solo que pasó algo muy extraño hace poco con... —dirigí una mirada a la pista de baile.

—¿Qué sucedió?

—Nada, no. Nada sin importancia, Ron —él se quedó en silencio ante mi renuencia de querer contarle lo sucedido y es que lo que mi mente maquinaba en ese segundo no tenía mucho sentido, sin embargo, debía averiguarlo—. Ya tengo a mi primera víctima —arremetí pronto para quitar la tensión que nos había invadido, así como que eso me daría o no la razón—. Veamos si eres un buen profesor en control del enojo e ira.

—¿De verdad? Quién es, dime —mi mano maleducadamente se estiró hacia mi víctima.

—El general Octavius —coloqué mi mirada hacia él—. Desearía saber por qué no le agrado y espetarle que el desprecio es mutuo.

—En ese caso no habrá problema cuando le mires a los ojos y lo encantes —continuó haciendo señas con sus manos moviendo sus dedos frente a mi cara haciéndome reír.

—En eso estoy de acuerdo contigo. Confió en ti y sé que lo que practicamos funcionará. Después de todo, aceptaste ser mi humano de prueba —eso lo hizo reír.

—Pues yo no te quitare los ojos. Ni a ti ni a ese hermoso vestido que llevas.

Levante mi falda antes de que me sonrojara acercándome al general. Me concentré, respire y miré su rostro, así como Octavius hizo lo mismo.

—Buena velada, General Octavius.

—Buenas velada, princesa Ofelia.

—General ¿cree que soy una niña consentida y futura reina débil? responda solo si o no, por favor —de la nada, su copa en la mano se quedó inmóvil, sin embargo, a lo lejos pareció como si yaciéramos inmersos dentro de una simple plática.

—Si —respondió y su rostro se tensó, aunque no estuve segura de si ya había caído en aquella habilidad o no.

—¿Alguna vez le ha hecho daño a mi familia?

Mi teoría era que él obtuvo la mejor ventaja de todo el accidente, ya que ascendió notablemente de puesto, pero para mí desgracia el negó.

— No, mi deber es proteger a la familia Tamos, incluso a usted.

¿Incluso a mí? que querría decir con eso.

—¿Por qué no le agrado? ¿Por qué le pesa tanto protegerme?

—Porque nunca he creído que usted sea una Tamos así como el resto de la nobleza también lo piensa —desvié mi cabeza observando a todos en el gran salón bebiendo y riendo y platicando mientras yo pensaba si lo escuchado era cierto.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó el general Octavius tal cómo pasó en Tadeo. Cómo si nunca hubiera sucedido lo anterior.

—No, me parece que ya hizo mucho por mi está noche, general.

El gran banquete estaba por servirse y pese que desee salir de ese falso baile con la rabia y vergüenza invadiéndome en semejantes proporciones tras las palabras del general, debí resistir y sonreír ante el llamado de mi abuela para verificar que todo yaciera conforme lo planeado.

—Muévete —instó mi abuela con su mano sobre mi espalda ante mi mirada fija en nuestra mesa. Los asientos vacíos que había dejado la gran parte de mi familia serian visibles en el salón de banquetes—. El salón de baile pronto se vaciara y todo debe quedar perfecto. Esta noche te necesitaremos toda la velada, así que no te atrevas a tomar los aperitivos de la derecha o si no deberás...

—Lo sé abuela, lo sé.

Sobre las múltiples redondas mesas se encontraban faustosos platillos los cuales debía ignorar con mucho sigilo debido a mi particular alergia a la carne. Y es que, los animales al igual que los humanos sufrieron cambios. Cambios que la oleada de infección les alteró para poder sobrevivir, causando que todo aquel que no poseyera el gen fuerte les afectará la ingesta de cualquier especie sobreviviente, por lo que los seguidores son portadores de aquel mal y por tanto, no poder consumirla.

Otra cosa que supongo que hizo creer a los fuertes superiores, por lo que cuando nací mis padres optaron por ocultarlo siendo que, a mis abuelos, los reyes de Victoria en ese entonces, no les pareció una buena idea que esa anomalía se añadiera ya a mis ojos ordinarios y mi incapacidad de fuerza, descubriendo que soy más seguidora de lo que todos piensan. No asistí por ciclos a los festejos y celebraciones hasta que aprendiera a no consumir ningún alimento que pudiera intoxicarme, aunque algún tiempo la consumí para hacerme tolerante a ella, pero solo conseguía devolverla y en ronchar mi cuerpo.

—¿Y se supone que debemos comprometernos con ellos? —me sorprendió de nuevo la voz de Mikaela. La estaba buscando tal como pactamos, pero ella me encontró primero, ya que estaba hundida en mis teorías absurdas de esa noche.

Seguí su gesto con la mirada un poco insatisfecha ya que la mayoría de los caballeros presentes yacían ocupados fumando sus puros y jugando las cartas charlando acerca de cosas de hombres (lo que fuera que significara eso). Todos excepto ese tipo que me escupía y rogaba por una pieza más de baile que retrasaba tanto como lo pedía añadiendo un pretexto para huir y ya que tía Gladiola me susurró que ella se encargaría de distraer a mi abuela para que ya no requiriera más de mí, resultó factible ya no bailar otra pieza más con nadie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.