En los ojos de la reina

Capítulo 14: Ana Robles

Me encontraba en Xelu, el poblado seguidor más cercano del palacio en La Capital. Deseé huir con la esperanza de que tras mi regreso, Rolan Llanos ya no estuviera ahí. Y puede que haya sido impulsiva y egoísta mirando ya desde la perspectiva en la que me encuentro, ya que lo que debí hacer tal día como princesa heredera y súbdita de mi padre fue delatarlo ante el peligro que representaba para esta nación, sin embargo, lo cierto era que una gran parte de mí todavía deseaba encontrarlo al volver.

El solo pensarle de nuevo me estremeció, pues no importaba cuantas veces me lo dijera a mí misma, no conseguía entender del por qué y el cómo de su condición. Debí suponerlo. Yo solo fui un instrumento que usó para ocultarse y protegerse. Tal vez por eso había vuelto después de tantos ciclos.

¿Qué era lo que debía hacer con él? me cuestioné mientras caminaba por la acera con la mirada perdida reproduciendo aquel evento en mi mente una y otra vez.

Me había insertado al distrito clandestinamente después de que segundos posteriores al cierre de mi alcoba el amargo frio invadiera mi ser por completo, devorando el poco amor propio que me tenía y valor ganado en esos meses. Quise olvidarlo todo, reprenderme y desaparecer y ya que no deseaba quedarme en mi habitación llorando por alguien que no lo merecía, pensé que quizá estando fuera de ese palacio la paz se me sería otorgada, por lo que me marché contemplando que ya había ido dos veces más al sitio con Rolan como mi guía nocturno, por lo que supe bien como llegar ahí.

Que patético. Todo recuerdo me llevaba a él.

Era apenas pasado del medio día, por lo que cuando me uní al poblado los seguidores se apresuraban en sus tareas habituales rodeando la glorieta central cubierta de puestos. Supuse que me encontraba a la hora con mayor concurrencia, sin embargo, aun con tanta gente amotinada a mí alrededor nunca fui vista. Tal vez porque portaba sobre mi cabeza y hombros un chal beige justificado por el calor que albergaba la primavera en este sitio o mi atuendo similar al suyo que también me ayudó a pasar desapercibida, ya que no dudé en colocarme aquel vestido que usaba para mis escapadas del palacio.

Me quedé en la esquina mirando el ajetreado poblado tratando de olvidar lo sucedido y de alguna forma, el lugar me otorgó calma, aunque no eliminaba la pena en absoluto, pero al menos mis pensamientos sobre ello se dispersaron en cuanto mi atención se dirigió a un viejo poste de luz cercano a los puestos. Intentaría acercarme para descifrar el grabado en él en pausados pasos de no ser que una mujer me detuvo empujándome hacia atrás. La miré con recelo, mientras observaba la razón de su acto. Un par de fuertes provenientes de la guardia negra pasaban por las calles. Todo residente les abría el paso. Ningún seguidor se atrevía si siquiera a mirarlos.

—Quítate niña. Los ojos rojos vienen —me espetó la señora.

—Los demonios —agregó un muchacho no mayor que yo.

Imitando sus actos, bajé mi mirada pesé que mis razones fueran distintas a las suyas, ya que ellos podían reconocerme. Al pasar, lo hicieron tomando las cosas que deseaban de los puestos seguidores arrojando solo a algunos de ellos un par de unos al suelo como precio de lo tomado. Sentí rabia y ganas de castigar a aquellos fuertes, pero, por otro lado, el haberlo llevado a cabo me hubiera hecho perder mi anonimato, así que solo pude verlos alejar sabiendo cuán poco sabía de mi nación.

Regresé la vista al poste tras reconocer al niño que salvé de la paliza de un hombre en la taberna la primera noche que salí del palacio. De manera inmediata él me reconoció, así como yo a él, pues me ofreció una sincera sonrisa que de forma pronta le correspondí.

—Esto es una llama —pasé la mano por el dibujo grabado sobre el poste que había conseguido captar mi atención segundos antes de que la mujer me detuviera—. Una Llama provocada por fuego blanco ¿cierto? —miré de nuevo al niño, el cual llevó su pequeña mano hacia la mía para guiarme a través de los callejones del mercado.

Mientras avanzábamos, me percaté en lo diferente que lucía aquel niño en la luz. Debía tener o estar cerca de 12 ciclos, sin embargo, para poseer esa edad era más delgado de lo que debiera. Su ropa estaba gastada y más pequeña de lo correspondiente a su tamaño, aunque al menos se visualizaba limpia exceptuando por sus zapatos cafés que yacían llenos de lodo seco y polvo. Lo que me hizo pensar que era muy probablemente que le gustara correr... o escapar.

—¿A dónde vamos? —pregunté después de redoblar por cuarta vez entre los recovecos del bulevar.

—Por aquí Ana —me espetó mientas entrabamos a un estrecho local de dos pisos construido de adobe y piedra caliza.

—¿Cómo me llamaste?

—Ese es tu nombre ¿no? el otro muchacho te llamó así —Rolan de nuevo abordó mi mente.

—S-si... ese es mi nombre: Ana

—Pues el mío es Hozer.

—Ana... ¿qué? —se escuchó una voz ajena.

Giré y vi bajar de las escaleras a un muchacho de cabello alborotado y castaño oscuro con tés un tanto aceitunada y nariz alargada y recta, aunque lo que realmente captó más mi atención de él fue aquel par de ojos cafés rasgados, siendo que no era muy común encontrar a personas en el norte como él, considerando que aquel rasgo es característico del gobierno de Palma.

Al igual que el pequeño niño, su atuendo yacía desgastado, aunque pulcro.

—Robles, Ana Robles —lo exclamé tan veloz como supe que no debí hacerlo.

—El mío es Faustino Keitkitso.

—Kei... ¿qué? —pronuncié y él se rio ante mi tartamudeo.

—¿Deseas comprar algo? —continuó en el momento que ajustaba su delantal de piel.

Miré a mí alrededor observando que el sitio al que ingresé se encontraba rodeado de canastas con semillas y hortalizas recolectadas por el poblado vecino en Pixon o quizá del sur de La Capital. En el centro de Victoria existen los sembradíos más amplios de la nación capaces de abastecer al resto de la población.




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