En los ojos de la reina

Capítulo 15: El castigo

El amarre del guardia Marven sobre mi brazo fue cuidadoso y mesurado. Lo suficiente para saber que no me escaparía de nuevo, aunque para ser sincera su presencia resultó un alivio, pues la certeza de que volvería sana y salva al palacio me invadió. Me dejé llevar al final del poblado donde existían otros cinco escoltas más pertenecientes a la guardia negra en corceles por igual, mientras los fuertes encargados de la seguridad del sector comenzaban a arribar debido a la pasada explosión.

—Suba —señaló a su corcel.

Fue lo único que me espetó en todo el camino, siendo que cuando le pregunté sí mi padre lo sabía solo negó, lo cual, me aterrorizaba más que el hecho de que comenzara a gritarme pese que yo tampoco tenía algo que decir realmente.

Miré de soslayo a Rolan quién fue lo bastante prudente para no acercarse. Pude suponer que el hecho de que Damián y sus hombres me encontrarán en Xelu fue que él los trajo hasta allá, aunque sus ojos se posaban en aquella mano que Damián ejercía sobre mi brazo observando que el fuerte no me lastimara o hiciera daño. Sí tan solo hubiera sabido que él me hizo mucho más que cualquiera en ese lugar.

Tiritaba de frío por lo mojada que me encontraba debido a la inesperada lluvia causando que antes de que subiera al corcel, Damián me otorgara su enorme gabardina negra para después, ascender por igual y compartir el mismo transporte. No protesté ante la cercanía de su cuerpo con el mío, pues lo único que quería era regresar a mi hogar.

Lamentablemente apenas me notó a salvo en el palacio, Damián empezó a gritarme. Era demasiado bello para pensar que no lo haría, supongo.

—¡¿Pero en que estabas pensando, Tamos?! ¿Sabes el peligro al que te expusiste?

—Sí, lo sé —resoplé subiendo por los amplios escalones de la entrada del norte.

—Pues no me lo parece. Tuve que salir con los guardias de rondas y Rolan, porque Agustín está en la enfermería con la nariz rota —eso último me hizo detener y mirarlo—. ¿Qué fue lo que le hiciste a tu real?

—¡Nada! —iniciamos con las mentira dichas a mi guardia en el día.

—No es la primera vez que haces esto ¿no es verdad?

—¿De qué habla? —fingí demencia.

—Enferma, si como no. No soy idiota, Tamos. Te has aprovechado de lo callado que yace el palacio por la celebración con los sirvientes y guardias atendiendo las necesidades de los huéspedes invitados para escapar o acaso estoy errando.

No discutiría aquello, ya que era cierto. En festejos como esos, muchos nobles pasaban hasta una semana instalados en la propiedad considerando que lo que aquí sobraban, eran habitaciones. Fue por eso que supuse que Damián yacería dormido ya fuera solo o acompañado, desvelado y sin energía alguna para vigilarme, pero no. Al parecer la que erró, fui yo.

—¿Cómo lograste salir? —cuestionó en el instante que ingresamos al palacio.

—Secreto real —me burlé de él.

—Que cómica se ha vuelto, princesa ¿Sabe acaso Su Alteza el peligro al que se expuso? a tres cuadras atrás de donde te encontré hubo una explosión.

—Pero que tragedia —pasé mi mano a mi boca en sorpresa. Sí tan solo hubiera sabido que yo estuve ahí en primera fila. Aunque él no era tonto y notó el sarcasmo en mi voz, por lo que antes de que su boca volviera a hablar yo proseguí deteniéndome entre la entrada principal del recibidor y los salones particulares—. ¡Deje de sermoniarme, Damián! ¿Es que siempre tenemos que discutir cuando estamos juntos?

—Es su culpa —me acusó con su mirada.

—¿Mia?

—Sí, si me hubiera dicho que quería salir yo... le habría escoltado.

Bufé ante su respuesta.

—Claro, nada mejor que pasar desapercibida teniendo a lado un ojos rojos.

Eso último pareció desconcentarlo, pues sé de antemano que a los fuertes no les agrada ser llamados de esa forma, pero ellos llaman débiles a los seguidores, así que me parece justo.

—No lo hagas. No hables como ellos —me reprendió colocándose frente a mí—. Porqué tú no eres ellos.

—Mire mis ojos, Damián. Ellos le dirán lo contrario —sentí como cristalinas lágrimas me invadían. Una lástima que ya no yaciera bajo la lluvia para poder cubrirlas—. Dígame, qué hay de malo en ellos. Que hay de bueno en nosotros —exclamé y antes de que pudiera contestarme escuchamos un grito no muy lejano y al cual no le prestamos demasiada atención. No hasta que se escuchó el siguiente.

Provenía del gran salón. Ambos nos dirigimos con velocidad a él solo para descubrir que se trataba de mi doncella Ana. La miré de rodillas sobre el suelo con la espalda lacerada al grado que la sangre empezaba a traspasar su vestido de servicio.

El tercer latigazo estaba por ceder y es por ello que corrí para detener el siguiente tomando la mano del nada menos General Octavius. Debí hacer usó de mis dos brazos, pero incluso con ello su fuerza fue innegable y aunque evité que el latigazo le golpeara, salí lanzada al suelo a un costado de ella. Mi cabello cubrió mi rostro, así que no notó de principio quién era.

—¡Pero que insolencia! Pagarás por eso —giré mi cabeza y Octavius me observó congelado—. ¿P-princesa? —me miró de arriba a abajo—. ¿Qué hace vestida así?

—Eso no es de incumbencia —respondí lo más grosera posible. Damián de inmediato corrió para levantarme ofreciéndome su brazo y reincorporarme. Después, intentó hacer lo mismo con Ana—. Qué derecho le da golpear a mi doncella —espeté mientras mis palmas golpeaban su pecho.

Damián me detuvo, ya que después de todo, Octavius era el general de Victoria. El hombre más importante después de mi padre.

—¡Es una ladrona! ¡Una maldita ladrona! —apuntó en dirección a Ana la cual negaba con la cabeza, mientras sus lágrimas no paraban de correr por sus mejillas.

—¿De qué habla?

—La encontré con esto —su mano me mostró el prendedor que le había obsequiado por sus diecinueve ciclos.

—Dijo que era un regalo...

—Mío, General —le arrebaté el objeto de sus manos—. Yo se lo di.




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