En los ojos de la reina

Capítulo 16: Una visita a La Capital

No debió sorprenderme mirarlo en mi alcoba una vez que decidí ir a ella. Aunque a diferencia del resto de todas esas ocasiones que compartimos existiría una muy palpable y obvia distinción entre ambos, pues Rolan no estaría esperando que me acercara al balcón, no diría nuestra frase y no habría sonrisas ni complicidad mutua. No, esa vez todo sería distinto.

—¿Ya sabes lo que harás conmigo? —la pregunta que deseé evitar finalmente volvió a mis oídos. Quise decir tantas cosas, pero nada emergió de mi boca. Nada excepto contemplarlo—. Seré acaso enviado a Qualifa o tal vez por qué no, seré exhibido en La Capital para que la guardia negra termine conmigo, mejor.

—Ninguna de ellas —hablé con la misma hostilidad que mi acompañante avanzando hacia él—. Pese a todo, no permitiré que nadie te haga daño, de la misma forma que tampoco permitiré que tú se lo hagas a alguien —toda esperanza que mis primeras palabras pudieron causarle se desvanecieron con lo último—. ¿Por qué te has quedado?

La pregunta emergió de mi garganta de manera concisa y dolorosa, siendo que en definitiva esperaba que huyera, que manipulara las mentes suficientes para alejarse sin dejar rastro alguno de su presencia en el palacio, sin embargo, no lo hizo. Debía hacerme las cosas más difíciles dejando su destino en mis manos.

—Tuviste la oportunidad de marcharte. Alejarte tanto como pudieras, pero...

—No estabas —se apresuró a contestar—. No ejecutaría ningún plan que piensas que pude haber hecho sin saber que estarías a salvo porque lo creas o no, deseo tu bien.

—Pues ya estoy sana y salva, así que nada te ata aquí.

—¿Es acaso eso lo que deseas?

"Si, tal vez, no"

—Desearía castigarte y protegerte por igual, pero no mereces ninguna, por lo que he decidido que de ser cierto lo que has dicho lo adecuado sería que permanezcas aquí con tu puesto inamovible. Al fin y al cabo, que mejor que seas vigilado por alguien a quien no puedes controlar.

—Debería... ¿agradecerlo?

—No. Deberías empezar por decirme la verdad ya que una disculpa a estas alturas sería equivalente a esperar sinceridad por parte tuya: innecesaria y falsa.

—Sí me permitieras tan solo explicar porque no dije la verdad.

—Adelante. Explica como tu habilidad me otorgó las respuestas que jamás pude explicar, cómo el hecho de que ingreses a mi habitación sin ser visto, que logres ir a todas las misiones de expedición militar, ser guardia en la fiesta de mi hermano Dante, hacer que ese hombre de la taberna se fuera cuando lo ataqué o que tengas un ciclomotor oculto en medio del bosque, anda confiésalo. Dime a qué fuerte se lo arrebataste.

—Lo compre. No mentí cuando lo espeté.

—¿En verdad esperas que crea que un fuerte vendió un transporte, el cual se prohíbe a civiles?

—Si.

—Bien, entonces dime cuánto ¿Por cuánto lo hiciste tuyo?

Dudó un tanto al querer confesarlo, pero finalmente optó por responder.

—Medio uno.

Reí en ironía tras recordar lo ciega que fui con respecto a él.

—¿Un fuerte te vendió su ciclomotor por la mitad de una moneda? Por todo Victoria, es absurdo.

—A él no se lo pareció.

—¡Ni siquiera lo debe recordar!

Por instante observé la puerta esperando que mi grito no alertara a nadie fuera de esa alcoba.

—Dígame la verdad princesa. Qué es lo que le hiere más: que le haya mentido o que esto —señaló su cabeza—. No le pertenezca.

Aquello dolió más de lo que pensaba. El hecho que creyera de mí eso provocó que arremetiera de la misma forma que él: herirlo.

—Puede creer lo que le sea conveniente Real que a mí, me da igual.

Ron me había confesado que Llanos era su verdadero apellido por lo que, tras omitirlo, le dejé en claro que para mí no era nada más que un huérfano seguidor obligado a unirse a la milicia. Supe que le lastimó aquello tanto como a mí, causando un moribundo silencio entre ambos hasta que retrocedí a la puerta principal de mi alcoba.

—Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo —pausé tomando la manija para contemplarlo y entonces abrir la puerta—. Que yo si confié en ti —no pude evitar reprocharlo siendo capaz de ver algo de arrepentimiento en su mirada—. Ahora sal de mi habitación y no vuelvas a entrar a ella sin mi autorización nunca más.

Ron se marchó y junto con él, mi ingenuidad hacia las personas. Ahora conocía el poder de aquellas mentiras que podían convertirte en la persona que la demás gente veía en ti. Fue por eso que me prometí no volver a dejar que alguien me rompiera de nuevo. Había cosas con mayor prioridad que curar un corazón roto y sin más, me alisté para ir a la cena con mi padre y nobles.

A la mañana siguiente, me levantó el cierre de la puerta de mi habitación. Observé que el cuarto de baño tanto como mi atuendo de entrenamiento (pantalón negro y camisa blanca) estaba listo para que empezara mi día. Y es que con el paso del tiempo, comencé a permanecer así todo el día, aunque señorita Magnolia se enojaba por no portar un vestido. Adrelín había dejado todo preparado para mí, siendo que suplantaría a Ana un par de días hasta que su semblante mejorara.

Tras girar la manija, temí toparme con la grisácea mirada de cierto real, sin embargo, tras llevarlo a cabo de la habitación encontré a cambio a Agustín con la nariz hinchada y amoratada.

Le otorgué un día de descanso, aunque se negó exclamando que agradecía mi gesto, pero que no lo necesitaba. Fue de ese modo que descubrí que tanto él como Ana eran un par de personas bondadosas y buenas, pues pesé que fue mi culpa sus lesiones, no me las adjudicaron en ningún momento. Aprendí que subestimar a cualquier persona, fuera quien fuera, era el peor error que uno podía cometer, pues ciertamente ellos comprobaron ser más fuertes de lo que todos podrían suponer.

Sin embargo, una parte de mí los envidiaba a ambos. Ellos no tendrían que lidiar con un montón de personas hipócritas y viles que querían acabar con su vida. Tenían una vida dura y ardua sí, pero sincera. Mucho más de lo que yo tenía a mi alrededor.




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