No fue difícil saber dónde encontrarlo. Después de todo, las sutiles pistas estuvieron instaladas dentro de las canastas de su clandestino cuartel, así como los diarios capitalinos que señalaba que la imprenta en Valencia era un destino frecuente, así como los puntos de distribución del mismo o los volantes del centro de distribución del mercado en donde constantemente se necesitaba de fuerza seguidora para el descargue de las materias primas generadas del campo.
Sí, esa había sido la razón por la que fui a Valencia el día anterior, por la que visualicé los puntos de referencia y averigüé el horario en el que podía encontrarlos. En realidad supuse que encontrarlos me llevaría más tiempo planeando, sin embargo, fui afortunada.
Y es que sentí tener una cuenta pendiente con ese joven que yacía en el callejón del otro extremo de la calle lanzándole costales a otro chico, ya que en efecto trabajaban en el mercado. Necesité de una distracción para hablarle, por lo que me detuve fuera de un local que ofrecía la más exótica y deliciosa fruta que solo un fuerte era capaz de costear. Lo cual es irónico, siendo que son los seguidores eran quienes lo cosechaban, pero incapaces de pagar por ellas.
Lo que importaba en aquel puesto era que unas cuantas chicas que se regocijan entre sus pomposos vestidos no imaginaban lo que les esperaría, pues en la pequeña bolsa que cruzaba sobre mi hombro existían un par de ratones que capturé de la alcantarilla anteriormente. Fue asqueroso, pero si me lo preguntan valió la pena.
Tras soltarlos entre los anaqueles segundos antes de que ellas cruzaran y criticaran mi informal vestimenta en una reverencia, sus gritos emergieron una vez que se percataron de aquellos roedores. Todos en nuestro alrededor se alertaron captando su atención. Decidí levantar la tabla que sostenía la fruta provocando que esta cayera a la acera provocando que mucha más gente incluyendo las chicas, cayeran por tratar de evitarlas o pisarlas.
—¡Ayúdenlos! —grité a mis guardias quienes fielmente obedecen incluyendo a Damián ofreciendo la oportunidad que necesitaba para cruzar la calle hasta llegar al callejón.
—¿Cómo sigue tu cara? —espeté teniéndolo delante mío.
Para cuando él se volvió a la voz, pude ver como todavía su ojo se encontraba moteado en rojo y morado, junto con su labio cicatrizándole.
—¡Ana! ¿Pero qué carajos haces aquí? —se sorprendió al verme otorgándome una sonrisa.
—Vivo aquí.
—¿Naciste en Valencia? —dijo dubitativo.
—No, provengo de Lorde.
—Eres una sirvienta—afirmó, pero tras mirarme de arriba abajo y ver mi vestimenta. La cual era similar a la ayer, pantalones totalmente negros, camisa blanca sin detalles y una trenza simple sin adornos para no llamar la atención—. No, eres un aprendiz —Faustino se respondió solo y yo dejé que lo creyera por mi atuendo.
—Ese fue el último —exclamó el otro chico que se silenció en cuanto me observó.
—Tranquilo, es de nuestro bando. Proviene de Lorde al igual que tú —él seguidor me observó tal como lo hizo Faustino cundo le conocí—. Él es Pablo Ditorelo y ella Ana Robles.
—Bien —el seguidor no era exactamente el ser más amistoso que conocí.
—Cómo está mi pequeño amigo Hozer.
—Por qué no lo averiguas tú misma. Ahora tenemos que regresar a Xelu, pero puedes venir con nosotros.
—¿Ahora? —miré detrás—. No lo sé, salir de aquí es...
—Anda, después de todo no creo que está sea la primera vez que escapas o sí.
Sonreí.
—No.
Media hora. Eso era lo que le había pedido a Faustino para reunirnos a las afueras de la urbe, pactando el vernos en el amplio campo donde encontré a Vanss aquel día. Logré regresar sin ser vista con mis guardias después del evento sin notar mis minutos perdidos. Regresamos tan pronto como pudimos al palacio sin antes agradecerle a Damián por sus palabras anteriores, pues sí bien lo hice porque necesitaba que no sospechara nada de mi futura huida, también lo hice porque en cierta forma no todo fue mentira.
Fingí dirigirme a mis aposentos en donde mis guardias seguidores me cuidarían y Damián sin sospecha alguna, aceptó. Sin embargo, mis pasos se redirigieron a la alcoba de mi madre, ya que en tanto en esa cómo en la de mi padre existían pasadizo de seguridad ocultos llevándome hasta el bosque del este que estaba frecuentemente vacío.
Acto siguiente, me encontraba detrás de la cordillera montañosa esperando la rudimentaria carreta con techo en la que se transportaban Faustino y Pablo. Nos llevó alrededor de cuarenta minutos entrar a Xelu. Para ese tiempo, Agustín y Rolan estarían buscándome, pero no me preocupaba. Al menos no por aquel momento.
Debí ocultarme dentro de la carga, pues cuando entraron a Valencia ellos fueron registrados, por lo que de igual modo debían hacer lo mismo para la salida y sí descubrían que entraban 2, pero salían 3 estaríamos en problemas, pues en eso las reyes eran muy claras. Los Fuertes podían ir a Xelu, pese que los seguidores no gozaban con la misma libertad de entrar a ciertos poblados en La Capital. Ya una vez yendo caminando en el poblado nos movimos a la taberna "La Torre" sitio dónde se encontraba en esos momentos su "centro de operaciones" puesto que el pasado se destruyó días atrás, llegó a comentarme Faustino.
—Creí que los desertores no tenían trabajo —le pregunté.
—¿Qué te hace pensar que soy uno? —respondió.
—Murieron personas ese día —cambie de tema—. Solo dime si estoy del lado correcto.
—Salvaste mi vida y la de Hozier. Dime tú sí eso fue correcto o no.
Aquello no me ayudó mucho, pero me hizo sentir un tanto de alivio tras saber que ayudé en algo.
—Ahora quédate aquí —su voz advirtió señalando el sitio. La taberna lucía tan gris y solitaria por el día con apenas unas cuantas mesas y sillas arriba de ellas—. Debo devolver la carreta a la persona que debió entregar la mercancía esta mañana —sonrió guiñando el ojo satisfecho y orgulloso de su acto.