En los ojos de la reina

Capítulo 17: Fuego Blanco

Decidí no tener entrenamiento la mañana posterior de mi visita a Valencia a diferencia de mis guardias que no corrieron con la misma oportunidad de elección. Estaríamos cerca del mediodía cuando una voz emergió dentro de los jardines donde me aposaba descansando.

—¿Por qué desea ir a Valencia de nuevo?

Un respingo desde la banca donde me encontraba obtuvo como repuesta.

—Señor Damián, me asustó.

—Así debe traer la conciencia —me reincorporé de la banca.

—Muy gracioso.

—Una virtud que me han contado que poseo pese que reniegue de ella en algunas ocasiones. Ahora, me dirá la razón verdadera de su inesperada necesidad de visitar nuevamente Valencia o deberé averiguarlo.

—No sé de qué está hablando, yo solo soy una educada y joven princesa que desea conocer su nación y por lo tanto; a sus ciudadanos —espeté al son de ofrecer una mordida a mi jugosa fruta.

—Supongo que deberé averiguarlo entonces.

—Hágalo, no encontrará nada. Porque mejor no se dedica a hacer su deber en lugar de preguntar.

—Oh, ya veo lo que sucede aquí —sus ojos se entrecerraron cual rendijas con sus manos colocándose detrás de su espalda—. Mire, sé que no podríamos definirnos precisamente amigos consignando su altísimo título y mi insignificante rango, pero el protegerla va más allá que un simple deber. Mi lealtad esta con usted y pese que no lo parezca, yo le aprecio —sus palabras, pese que sonaron rígidas eran sinceras.

—¿Por mis hermanos? —pregunté arqueando la ceja.

—En parte a ello, pero sobre todo porque se ha ganado mi respeto. Y bueno, quizá es cierto que la mayoría del tiempo discutimos, pero es que en verdad usted es —sus ojos se abrieron al recordar todos nuestros antiguos desacuerdos—... es testaruda e impulsiva.

—Bueno, usted no es precisamente lo que llamaríamos la cordura andando, Damián. Siempre tiene que decir lo que piensa. Especialmente si es malo y sí se trata de mí.

—Ve, ya empezamos de nuevo. Justo de eso hablo, pero descuide la perdono.

—¿Perdonarme? ¿Usted a mí? Pienso que debería ser totalmente al revés.

—Y de nuevo lo está haciendo. Testaruda hasta los huesos.

—Y continuaré siéndolo hasta que usted me pida perdón.

—Princesa —una breve pausa le invadió cual si estuviera tratando con una niña—. Debe tener en claro lo siguiente y es que mientras crea que mis razones son las correctas no le pediré una disculpa. No a menos que de verdad contemple que el error fue cometido por mí y solo por mí.

—¿Habla usted o su ego?

Una fugaz sonrisa le cubrió los labios seguido de un breve silencio por parte de ambos de no ser que suspiré resignada.

—Comprendo bien lo que debe pensar de mí, Damián —raspé mis botas sobre las piedras y polvo con nostalgia—. Es solo que cuando iba a Xelu me sentía parte de ellos. Nadie me observaba y era igual que todos. En cambio, ir a Valencia es —realicé una pausa antes de continuar—... son amables de una forma irreal y necesitaba saber dónde es que pertenezco.

—Tamos, tú no perteneces a ninguno de ellos —su cruda respuesta me hizo mirarle—. Ambos te pertenecen. Tú eres ambos.

Sin duda eso fue mucho más de lo que esperaba que me dijera y con una sonrisa le agradecí sus palabras.

Ofrecí otra mordida satisfecha de que me hubiera creído, pues sí era claro que ponerme altanera con Damián no funcionaría, supe que la compasión lo haría para de ese modo, él dejara de hurgar en mis planes, aunque en el fondo, sentí algo de culpa por aquel fuerte que aún seguía creyendo en la noble y educada princesa que cada vez comenzaba a dejar de existir menos.

Ya dentro de las conurbadas y sofisticadas tiendas de La Capital, finalmente mis ojos contemplaron al muchacho que realmente quería ver. La razón por la que había hecho todo eso.

Faustino de apellido innombrable.

No fue difícil saber dónde encontrarlo. Después de todo, las sutiles pistas estuvieron instaladas dentro de las canastas de su clandestino cuartel como los diarios capitalinos que señalaba que la imprenta "Tregua" en Valencia, era un destino frecuente para los rebeldes, así como los puntos de distribución donde constantemente se necesitaba de fuerza seguidora para el descargue de las materias primas generadas del campo.

Sí, esa había sido la razón por la que fui a Valencia el día anterior, por la que visualicé los puntos de referencia y averigüé el horario en el que podía encontrarlos. En realidad supuse que aquello me llevaría más tiempo del planeado, sin embargo, fui afortunada.

Y es que tenía una cuenta pendiente con ese joven que yacía en el callejón del otro extremo de la calle lanzándole costales a otro chico, ya que en efecto, trabajaban en el mercado. Necesité de una distracción para hablarle, por lo que me detuve fuera de un local que ofrecía la más exótica y deliciosa fruta que solo un fuerte era capaz de costear. Lo cual es irónico, siendo que son los seguidores quienes lo cosechaban, pero incapaces de pagar por las mismas.

Lo que importaba en aquel puesto en específico era que unas cuantas cortesanas que se regocijaban entre sus pomposos vestidos y cotilleos, no imaginaban lo que les tenía preparado, ya que en la pequeña bolsa que cruzaba sobre mi hombro existían un par de ratones que capturé de la alcantarilla anteriormente. Fue asqueroso, pero si me lo preguntan valió la pena.

Tras soltarlos entre los anaqueles segundos antes de que ellas cruzaran y juzgaran mi informal vestimenta en una reverencia, sus gritos emergieron una vez que se percataron de aquellos roedores. Todos en nuestro alrededor se alertaron captando su atención. Decidí levantar la tabla que sostenía la fruta provocando que esta cayera a la acera seguido de que mucha más gente en el poblado incluyendo las chicas, cayeran por tratar de evitarlas o pisarlas.

—¡Ayúdenlos! —grité a mis guardias quienes fielmente obedecieron incluyendo a Damián. La distracción del evento me ofreció la oportunidad que necesitaba para cruzar la calle hasta llegar al callejón.




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