En los ojos de la reina

Capítulo 20: Perdóname

En Victoria no existe medicamento para fuertes en lo que refería al padecimiento de mi padre, sin embargo, cuando yo nací mi madre se encargó de protegerme lo suficientemente bien para evitar cualquier enfermedad que pudiera atacarme a causa de mi deficiencia de fuerza y entre ellos radicaba un coagulador de sangre.

Comprendí a la perfección que lo que tenía en la mente solo era una idea basada en pura teoría, pero había cabida a la esperanza, por lo que besé la frente de mi padre y me dirigí con la doctora.

Tras atravesar el recibidor me encontré con Damián y Octavius quienes entablaban plática con un par de guardias de alto rango. Me detuve con la vista fija únicamente en mi guardia. Su mirada me dijo más que las palabras son capaces de decir.

—Mi padre no se encuentra bien —la agitación en mi voz era palpable por haber corrido a través de los corredores y escaleras, ya que los elevadores sin duda me habrían estresado más por la espera dentro—. Ha perdido demasiada sangre.

—Pero es absurdo. Ayer su salud yacía en perfecta condición —espetó Octavius.

—Por fortuna puede que exista una solución.

—¿Y cuál es? —cuestionó Damián.

—Una transfusión.

Octavius bufó en un resoplido.

—Su sangre no logrará hacerle nada.

No poseía energía para lidiar con él en ese momento, así como Octavius conmigo, por lo que cada quien tomó su rumbo.

—Tamos eso es peligroso para ti.

Damián se acercó a mí con premura emparejándose a mi paso con la mirada puesta en la blusa que portaba cubierta de la sangre de mi padre.

—Valdrá la pena si con ello consigo salvarle, aunque ahora tengo otra idea y por eso debo encontrar a Mirna.

—En ese caso, permíteme ayudar.

—Gracias —lo dije desde el fondo de mi corazón—. Necesito que encuentre a la doctora Mirna y le diga que traiga los coaguladores, los que fueron hechos para mí. Absolutamente todos a los aposentos de mi padre. Tal vez ayuden a detener el sangrado.

Él asentó, prometiendo que pondría a todo guardia bajo aquella enmienda y mientras fue en su búsqueda, dirigí mis pasos con mi padre de nuevo, aunque al encontrarme en el pasillo de su alcoba opté ir al lado contrario para cambiar mi camisa por una limpia.

La removí de mí, cual pudiera también hacer marchar el dolor y la ansiedad en conjunto. Tallé la piel de mis manos con la sangre de mi padre arrastrándose por el drenaje como si eso solucionara el problema.

Me encontraba apenas abotonando mi camisa cuando la puerta fue tocada y abierta sin siquiera poder permitir el paso. Pronto, visualicé a Ana, quién en el rostro vislumbraba angustia.

—¿Qué sucede? —mi corazón se aceleró de tan solo pensar lo peor.

—El general Octavius, princesa. Acaba de entrar a la habitación del rey y ha pedido que nadie le molesté dentro.

En mi mente las imágenes más trágicas de Octavius acabando con la vida de mi padre en distintas formas aparecieron con terror.

Él es el traidor.

No lo pensé mucho para emprender mi paso con destino a ellos y topar con los dos fuertes del servicio médico fuera de la habitación de mi padre que deberían encargarse de mantener la línea de vida del rey activa. Me postré frente a la puerta, aunque tras hacerlo los dos custodios de mi padre me bloquearon el paso.

—Déjenme pasar —mi orden cedió con firmeza, pero ellos no movieron ni un ápice de sus voluminosos cuerpos. Aquello enfureció mi esencia hasta cada poro de mi piel, hueso y sangre circulando dentro de mi cuerpo—. Tengan cuidado hacia donde dirigen su lealtad. Soy hija del rey, futura soberana de Victoria y Octavius está muy por debajo de mí, así que les sugiero que abran esa maldita puerta ahora sí es que aprecian sus miserables y fuertes vidas.

Ambos hombres solo les restó observarse para saber lo que debían ejecutar seguido de concederme el paso, mientras sus cabezas se inclinaron con una disculpa incluida tras su insolencia. Esa bien pudo ser la primera ocasión en la que hablaba de aquella forma que imponía mi derecho de sangre y nacimiento, sin embargo, no conseguí saborear aquel momento debido a la situación en la que me encontraba.

Una vez que abrí la puerta, visualicé como Octavius se aposaba a un costado de la cama de mi padre sosteniendo un grafito.

—Pero que sucede con usted. Cómo se atreve a entrar de esa manera y perturbar la salud de mi padre —mi grito resonó en toda la sala al tiempo que me acercaba a él y observaba un manuscrito en su mano—. Se atreve a traerle aquello bajo las presentes circunstancias, ¿es que en verdad esperaba que mi padre firmara lo que sea que le ha traído?

—Valía la pena intentarlo —su descaro era increíble.

Mi padre apenas y se encontraba en la consciencia, se quejaba por el dolor con los ojos entre abiertos y delirantes con una gruesa aguja en su brazo que buscaba hidratarlo, así como otros aparatos más que medían su delicado pulso.

—Desconozco su contenido General, pero más le vale...

—Esto —sacudió el papel en mi rostro—. Solo contiene la verdad, mi princesa —empecé a creer que usaba aquel título únicamente con el objetivo de hacerme rabiar. No me permitió responderle, siendo que simplemente continuó hablando—. Y la verdad es que usted no está preparada para soportar el peso de una nación y lo sabe, así que este manuscrito solo le otorgaría el tiempo que requiere para que usted sepa como gobernarnos. El menester y concejal se hará cargo de Victoria hasta que sea lo suficiente mayor para sobre llevar el mando que el puesto exige.

—Y eso en cuanto sería según usted ¿Diez, veinte ciclos? ¿Toda una vida?

—Pueda que lo último —regresó la sorna dejando atrás el poco respeto que pudo tenerme algún día. Lo que evidentemente causó mi furia.

—Cuide su tono conmigo, Octavius —mi índice le señaló—. No se atreva a jugar ni subestimarme, porque podría llevarse una sorpresa. Exijo que me de ese manuscrito de inmediato y salga de esta habitación antes de que los guardias lo hagan por usted y entonces, averigüe realmente con quién se encuentran sus lealtades —sus ojos se dispararon a los fuertes detrás de nosotros.




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