En los ojos de la reina

Capítulo 22: Coronar a una reina

Inhala. Vas a ser Reina. Exhala. Intentarán matarte. Eso fue lo que me dije una vez que caminé por los pasillos del menester en Lorde, flaqueada por cinco guardias que apresuraban mi paso que comenzó a disminuir tras sentir que me encontraba a dos metros de presentarme ante mi nación para ser ascendida al trono.

Una mano se deslizó por mi espalda. Era mi abuela que insistía que acelerara el paso, pero era imposible. Me faltaba aire en los pulmones. Si bien, por los nervios que habitaba dentro mi ser, lo era también por el corsé ajustado a mi figura y el cual pasaba desapercibido por la ancha banda azul que rodeaba mi cintura. En mi cabello no portaba nada más allá que un arduo cepillado, ya que este debía estar suelto, pues en minutos una corona se instalaría en mi cabeza.

—Bien —me dirigió mi abuela por primera vez desde aquel terrible día envuelto en un asentamiento fugaz con sus manos unidas en una aceptación tras ver el terminado de mi arreglo—. Con suerte y hoy los hombres de esta corte olvidarán tus fallas y tomarán el valor requerido para casarse contigo.

Me pareció de más querer ganar su gracia o responder ante su agravio, considerando que no hace mucho tiempo consideré su amor una batalla perdida.

—Se mira resplandeciente el día hoy, Su Alteza.

Damián llegó a ser lo bastante afable para otorgarme tal halago antes de salir de la sala del menester. Mi sonrisa de cortesía se dibujó en mi rostro, mientras la vergüenza me recorría el rostro por haber tenido que presenciar aquellas pasadas palabras de mi abuela.

Sinceramente no me sentí resplandeciente aquel día, sin embargo, aprecié su gesto y la manera de fingir que no había escuchado nada.

Y es que desde aquel momento, Damián se convirtió en uno de mis guardias reales personales. Le tenía suma confianza a pesar de que era la persona a la que le mentía más seguido. No sé porque, pero el que cuidara mi espalda me hizo sentir segura, pues el temor me abordaba el cuerpo entero. Apenas y conseguí salir de la habitación sin tropezarme. Levanté la pesada falda que me asemejaba al de una novia y en cierto punto era de esa forma, pues aquel día me casaba con Victoria. Ellos serían míos, así como yo suya, aunque ninguno de los dos lo deseáramos.

No estoy lista para esto —le confesé a Magnolia todavía en la palacio, minutos de subirme al jet—. Yo... cómo se supone que debo cuidar de Victoria ¿cómo?

Mientras avanzaba por el corredor del menester no dejé de repetirme que aquello no debió terminar de esa manera. Mi padre no debería estar muerto. Y de haber sabido yo...

Temo que ya no tenía caso pensarlo, pues "Hubiera" es una palabra inexistente. Él hubiera es un sueño, un recordatorio y atormentador que nos decía que nuestras elecciones fueron erróneas y que no podíamos cambiarlas excepto cargar con ello. Solo me restaba seguir adelante y aceptar lo que vendría.

Y es que pese que poseía la edad para ser considerada una adulta, diecisiete ciclos parecían ser muy prematuros considerando qué dentro de mi educación, el regir está nación jamás fue una contemplación, convirtiéndome no solo en la primera mujer reinante, sino en la gobernante más joven en Victoria, robando aquel trofeo a Leroden Tamos, hijo noveno de Victoria con diecinueve ciclos. Su gobierno había sido un desastre la primera década, pero no se preocupó en mejorar los daños hechos tiempo después, puesto que por él las leyes a los seguidores fueron escasas y descuidadas y ahora pagaban el precio con el olvido, o por lo menos eso contaban los libros.

Me pregunté qué dirían estos algún día de mí. Quizás dirían que fui la primera mujer en reinar esta nación o la reinante más joven o pudiera que tal vez las lineas contaran como fui la última Tamos sobreviviente que gobernó en Victoria antes de que los rebeldes destruyeran la corona y mi corto reinado antes de ser incautada y ejecutada por su propio pueblo. Sí, todas esas posibilidades podían ser escritas en libros y cada una me atormentaba más que la anterior

—Lamento conocernos de esta forma, reina de Victoria —una voz masculina asaltó el silencio minutos antes de que me destinara al estrado a tomar mis votos. El ser nombrada de esa forma por primera vez pese que la coronación todavía no se efectuara, provocó un vacío en mi estómago.

Al girar para observar al portador de esa voz, me percaté con asombro de quién trataba.

—Créame que lo lamento más yo, rey Austria —llegué a olvidar que el regente de Libertad solía asistir ya fuera por cortesía o morbo, al ascenso de un rey o en este caso de una reina.

Para ser sincera, no esperaba su presencia aquel día. Pudiera que Vakrek Austria fuera en el pasado un aliado de Victoria cuando mi abuelo reinó, pero durante el de mi padre todo trato cercano se disolvió manteniendo todo en términos de respeto mutuo. Tal vez esperaba un nuevo inicio de tratados ahora que tomaba el mando de la nación. Temo que era pronto para plantearlo.

—Su padre fue un hombre asertivo —me hundí en el recuerdo de ver mi padre caer entre mis brazos inconsciente—. Mire que darse el tiempo de conceder que su hija fuera la única reinante y regente de Victoria fue muy astuto de su parte. Su nación no obtuvo nada más que una reina con su consorte.

—No habrá rey en esta nación si es a lo que se refiere. Estoy muy segura de que todos los presentes en este recinto lo saben.

Debía agradecerle a mi padre por haberme protegido de tal forma.

—Libertad y Victoria —se acercó con pasos suaves y elegantes a mí—. Es lo que obtuvimos después de que la guerra devastara el viejo mundo, pero de eso ya casi Ochocientos ciclos. Las personas olvidan, reina Ofelia y más las de poder. Toda esta gente, incluso la mía espera ciertas cosas de usted y mi consejo es... no lo haga. Sea justo lo que ellos no esperan que sea. No permita que encuentren su debilidad.

Su consejo me tomó por sorpresa, lo que evidentemente provocó que ambos compartiéramos una mirada profunda deseando adivinar la clase de personas éramos, pero temo que ninguno lo averiguó.




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