Inhala. Vas a ser Reina. Exhala. Intentarán matarte. Eso fue lo que me dije una vez que caminaba por los pasillos del menester en Lorde flaqueada por cinco guardias apresurando mi paso que comenzó a disminuir tras sentir que estaba a dos metros de presentarme ante mi nación para ser ascendida al trono.
Una mano se deslizo por mi espalda. Era mi abuela que insistía que apresurará el paso, pero era imposible. Me faltaba el aire. Si bien, por los nervios que habitaba dentro mi ser también lo era por el corsé cuello y mangas del vestido plateado con incrustaciones y terminaciones azules que estaban un tanto ajustadas a mi figura y el cual no se notaba por la ancha banda azul oscuro que rodeaba mi cintura con un gran moño por detrás. Mi cabello no portaba nada más allá que un arduo cepillado, ya que este debía estar suelto, pues en minutos una corona se instalaría en mi cabeza.
—Bien —me dirigió la palabra mi abuela por primera vez desde aquel terrible día envuelto en un asentamiento fugaz con sus manos unidas en una aceptación tras ver terminado mi arreglo—. Con suerte y hoy los hombres de esta corte olvidarán tus fallas y tomen el valor requerido para casarse contigo.
Me pareció que estaba de más el querer agradarle, responder a su agravio o enfurecerme con ella, considerando que hacía mucho tiempo consideré su amor una batalla perdida.
Damián llegó a ser lo bastante amable para asegurarme antes de salir de la sala del menester otorgada, que me miraba resplandeciente. Mi sonrisa de cortesía se dibujó en mi rostro, mientras la vergüenza me recorría la sangre por haber tenido él que presenciar aquellas pasadas palabras de mi abuela hacia su nieta.
Sinceramente no me sentí resplandeciente aquel día, sin embargo, aprecié su gesto y la manera de fingir que no había escuchado nada también.
Desde aquel momento, Damián se convirtió en uno de mis guardias reales personales. Le tenía suma confianza a pesar de que era la persona a la que le mentía más seguido. No sé porque, pero el que cuidara mi espalda me hizo sentir segura, pues el temor me recorría el cuerpo entero. Apenas y logré salir de la habitación sin tropezarme. Levanté la pesada falda que me asemejaba a una novia y en cierto punto era de esa forma, pues aquel día me casaba con Victoria. Ellos serían míos, así como yo suya, aunque ninguno de los dos lo deseáramos.
—No estoy lista para esto —le confesé a Magnolia aun estando en la palacio, minutos de subirme al móvil, ya que me aterrorizada subir a un jet recordando que mi familia subió a uno antes de que se me fueran arrebatados y aunque mi padre salió con vida de él, no olvidaba aquella sensación de sentirlo perdido cuando le vi aterrizar—. Yo... cómo se supone que debo cuidar de Victoria ¿cómo?
Mientras avanzaba por el corredor del menester no dejé de repetirme que aquello no debió terminar de esa manera. Mi padre no debería estar muerto. Y que de haber sabido yo...
Temo que ya no tenía caso pensarlo pues "Hubiera" es una palabra inexistente. Él hubiera es un sueño, un recordatorio, un atormentador que nos decía que nuestras elecciones fueron erróneas y que no podíamos cambiarlas excepto cargar con ello. Solo me quedaba seguir y aceptar lo que vendría.
Y es que pese que poseía la edad para ser considerada una adulta, diecisiete ciclos parecían ser muy prematuros considerando que, dentro de mi educación, el regir está nación jamás fue una contemplación, convirtiéndome no solo en la primera mujer reinante sino en la gobernante más joven en Victoria, robándole aquel trofeo a Leroden Tamos, hijo noveno de Victoria con diecinueve ciclos. Su gobierno había sido un desastre la primera década, pero no se preocupó en mejorar los daños hechos tiempo después puesto que por él, las leyes a los seguidores fueron escasas y descuidadas y ahora pagaban el precio con el olvido o por lo menos eso contaban los libros.
Llegué a preguntarme qué dirían estos de mi algún día. Solía creer que al menos tenía una habilidad con la cual luchar, pero esa idea ya era imposible sabiendo que tal control le pertenecía a Ron y no en mí. Quizás dirían que fui la primera reina en esta nación o quizá la reinante más joven o también pudiera que simplemente dijeran que fui una hija Tamos débil que gobernó, sin embargo, existía otra historia que me atravesó la mente y es que quizá pudiera que las lineas contaran de cómo fui la última Tamos sobreviviente que gobernó en Victoria antes que los rebeldes destruyeran la corona o pudiera que hablara del corto reinado antes de ser incautada y ejecutada por su propio pueblo. Si, todas esas posibilidades podían ser escritas en libros y cada una me atormentaba más que la anterior
¿Mi nombre sería olvidado o recordado?
—Lamento conocernos de esta forma, reina de Victoria —una voz masculina asalto el silencio minutos antes de que me destinara al estrado a tomar mis votos. El ser nombrada de esa forma por primera vez pese que la coronación todavía no se efectuara, provocó un vacío en mi estómago.
Al girar para observar al portador de esa voz, me percaté con asombro de quién trataba.
—Créame que lo lamento más yo, rey Austria —había olvidado que el regente de Libertad solía asistir ya fuera por cortesía o morbo al ascenso de un rey o en este caso de una reina.
Para ser sincera, no esperaba su presencia. Pudiera que Vakrek Austria fuera en el pasado un aliado de Victoria cuando mi abuelo reinó, pero durante el de mi padre todo trato cercano se disolvió manteniéndolo todo en términos de respeto muy específicos. Tal vez esperaba un nuevo inicio de tratados ahora que tomaba el mando de la nación.
—Su padre fue un hombre inteligente —me hundí en el pensamiento justo cuando mi padre caía a mis brazos desmayado—. Se dio tiempo de concederle ser reinante y regente. La nación no obtuvo nada más que una reina con su consorte.
—No habrá rey en esta nación si es a lo que se refiere. Estoy muy segura de que todos los presentes en este recinto lo saben. Las leyes son claras aquí.