En los ojos de la reina

Capítulo 23. El nombre del enemigo

Un día más y la desesperación de aquellas cuatro paredes se apoderarían de mí. Consumirían hasta la última gota de recuerdos albergados en cada una de esas esquinas y recovecos dentro de aquel solitario palacio en el que se había convertido.

Entrenar se había convertido en la única medicina para acallar mis más que ruines y viscerales pensamientos en lo que respectaba a la extinción de mi familia. Pequeños minutos de paz interior que podían saldarse de forma momentánea antes de que la culpa se adhiriera de nuevo en mi piel.

Me encontraba de regreso a mi claustrofóbico itinerario entablando plática con Damián acerca de cierto viaje que él emprendería cuando de pronto, miré a Agustín Real de soslayo otorgando guardia a las afueras del palacio, pues dos semanas atrás a ese día él había sido removido de mi servicio para ya no saber más de él hasta ese momento.

Su lealtad me pertenecía en absoluto y en aquellos tiempos tener eso lo era todo para mí.

—Damián —interrumpí nuestro silencio—. Quisiera al guardia Agustín dentro y no fuera del palacio.

—Por supuesto. Lo que diga, Tamos.

Admito que dar órdenes y que éstas fueran ejecutadas en el acto no me molestaba.

—Y al soldado Rolan también —eso último fue dicho en un tono tan monótono que Damián ni siquiera se inmutó en asentar o sospechar mis siguientes planes.

Una hora más tarde, me dirigí a la biblioteca que más yo apreciaba, esperando su visita.

—A su servicio, Su Majestad.

—Ron, no me llames de esa forma en la privacidad. Es... extraño.

—Lo siento —su mirada antes baja por presentarse ante mí, ascendió a la mía recordando de pronto cuanto le añore aquel par de semanas dentro de mi solitaria vida.

—Descuida, es solo que ser nombrada así por ti es...

—No, no digo lo siento por eso.

Mi postura se tensó.

—N-no entiendo.

—Es que debes de saber que yo me encontraba molesto. Molesto contigo.

—¿Conmigo? Pero...

—Lo sé, lo sé. Aquello debería de ser totalmente lo contrario, siendo que te mentí de la manera más cobarde que pude haber hecho. Es solo que planeaba llevarme aquel secreto a la tumba. Pasé tanto, pero tanto tiempo siendo Rolan Real que en verdad creí ser él. No espero que me entiendas ni perdones, sin embargo, creo que era necesario que lo supieras.

Suspiré tras comprenderlo más que nunca, siendo que me encontraba justo bajo la misma posición que él.

—Te lo confesé, sabes —continuó—. Tú fuiste la única persona a la que le he contado sobre mi origen. La única persona con la que yo podía volver a ser Rolan Llanos por completo, pero tú... tú solo viste en mí lo que tanto temía que vieras, un anormal.

La desolación en sus inconfundibles grises ojos hicieron suavizar los míos y emprendí caminata en su dirección.

—Me sentí traicionado y me hundí en mi egoísta sentimiento. Y para cuando comprendí lo que te había hecho, ya era tarde, porque ya no deseabas saber nada de mí, aunque aún con ello me protegiste, y ahora solo me queda disculparme cuantas veces sean posibles en busca de redención, así que lo lamento y no es un lamento de "perdóname" sino un "fui un idiota"

—Bueno, aquí no se le desmiente a nadie —bromeé con una ligera sonrisa que él correspondió.

En otro momento hubiera brincado a sus brazos perdonándolo de todo, pero ya no era esa chica. Todos mienten, me dije un día y eso me incluye a mí, sin embargo, debía admitir que requería a Rolan en mi vida. Ahora más que nunca y no de ese modo sentimental, sino requería de su habilidad para ser precisa.

—Te necesito, Ron. Necesito de tu ayuda —la urgencia en mi voz provocó que no dudara ni un poco en decir sí—. Debo salir del palacio.

—¿Cuándo?

—Justo ahora.

—¿Ahora?

—Sí.

—Pues no quisiera estropear de la diversión, pero no piensas que todos en el palacio notarán la ausencia de su reina.

—Y es justo por eso que tú te quedarás aquí para convencerlos de que no me he movido de mi habitación.

—De ningún modo.

—Prometiste que me ayudarías. Tú te encargarás de que todos crean, piensen y vean que estoy aquí, mientras yo conozco a mi nación. Eres libre de usar tu encanto —incité como él llamaba a su control.

—Ofi, siempre he creído que mi encanto está mejor contigo que conmigo.

Aquello provocó que un nudo en mi garganta se produjera. Deseé gritarle que su encanto me había causado más dolor y tristeza que gozo, pero lo que menos necesitaba era una discusión con él. No cuando requería de su habilidad.

—Te diré sí, pero no irás sola.

—Estoy de acuerdo, iré con Agustín quién pasara desapercibido entre la población. Él me cuidará y más tarde podrás borrarle la memoria.

—Y que hay con tu guardia personal, el señor Damián —era claro que no era del todo de su agrado. Sus dedos formaron comillas ante la forma en la que yo le llamaba—. ¿Tengo permiso para freír su cabeza también?

—Muy gracioso, Ron. Damián debió irse del palacio al amanecer. Tengo que ir a Lorde mañana y le dije que supervisara todo con respecto a mi seguridad, está cubierto.

—Lo tienes todo planeado ¿cierto? —una fugaz sonrisa lo dijo todo, por lo que no le quedó más que resoplar—. En ese caso, no tengo otra alternativa que decir que sí.

Con valor sus pies ofrecieron un paso al frente que nos acercó a tan solo centímetros de distancia. Tragué saliva sin poder evitarlo, porque mi absurdo corazón mantenía acelerándose como cada que le tenía enfrente.

—Ron.

—Ofi.

El diminutivo de mi nombre en su boca era como volver a casa, a lo viejos tiempos y supe que incluso con sus mentiras seguía siendo débil ante él.

—Yo...

—Gracias por hacerme volver al palacio —murmuró con sus labios apenas moviéndose cual secreto se tratara y el recuerdo de probarlos tiempo atrás me abordó.

—No... no es nada.

Otorgué media vuelta antes de que notara mi sonrojo en las mejillas ante poniendo distancia entre ambos, aunque era muy probable que hubiera visto como mi mirada se concentraba en aquella parte de su hermoso rostro.




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