En los ojos de la reina

Capítulo 25. Veneno para fuertes

—¡¿En dónde estabas?! —preguntó afligido y preocupado Rolan con la mirada fija en mí, una vez que finalmente volví al anochecer al palacio.

—Lo sé, lo sé, pero algo lo complicó. Dime que no te quedaste todo este tiempo en el establo esperándonos.

—Claro que no. Tus guardias resguardan una habitación vacía. Creen que has estado ahí todo este tiempo e impiden el paso de cualquiera, aunque el general puede ser un hombre muy insistente, por lo que tuve que asegurarme que no lo hiciera más —agregó con la implicación del usó de su encanto en Octavius.

Lo cual no me generaba ningún malestar. No desde aquella inflexión surgida entre ambos en la alcoba de mi padre que envió mi mano directo a su rostro. Ninguno de los dos confiábamos en el otro, siendo esa la razón de mi clandestino viaje y es que ese sentimiento constante de ser vigilada por él o sus secuaces no me abandonaba. Me acechaba y sé que esperaba a que cometiera cualquier pequeño error que pudiera darle la razón acerca de mí y mi ineptitud para manejar una nación entera.

No le concedería tal honor, aún sí mi abuela parecía congraciar con él y con quien sabe cuántos guardias del palacio a su alrededor que le idolatraban. Debió ser bastante patético el haber sido la reina y aún con ello, tener que salir de mi propio palacio a hurtadillas.

—¿Dónde está Agustín? —cuestionó Ron con quietud después del silencio.

Ron siguió mis pasos adentrándonos a la zona de la caballeriza donde escondí mi atuendo de reina. Ni siquiera me percaté de lo ejecutado hasta que noté como él otorgaba media vuelta tras comenzar a despojarme de mi disfraz o el de Vanss, ya que no hubo tiempo de ir por el usual vestido que me colocaba para irme del palacio.

—En los dormitorios militares, creo.

—¡Lo dejaste ir! —se giró preocupado para verme, aunque de inmediato volvió a su posición ante recordar lo que yo hacía, pues mi fondo antes de colocarme el vestido estaba deslizándose sobre mi cuerpo. Y pese el lugar era oscuro pienso que logró ver un atisbo de mi persona por su sonrojo en su rostro o al menos eso supongo—. Pero... ¿por qué? no se suponía que yo iba.

—No será necesario. Él no dirá nada.

—De acuerdo, tú sabes lo que haces.

Salí de la cabelleriza siendo de nuevo una reina o algo parecido ante mi precario moño en el cabello que dejaba mucho que desear, por lo que Ron me ayudó a colocar unos cuantos de mis risos sobre la peineta que sujetaba el peinado colocándose a un costado mío. Por un instante, sus dedos rosaron mi cuello causándome escalofríos, así como que nuestra cercanía me hizo ladear un tanto mi cabeza a él y finalmente, percatarme gracias a las lámparas encendidas, puesto que la noche nos había abrazado, su rostro exhausto. Sus grises ojos se encontraban cansados y ojerosos en cuanto capturaron los míos.

—¿P-pero qué pasó contigo, Ron? —reprimí las ansias de tocar su rostro—. No te miras bien.

—Bueno, plantiemos que la reina es una persona muy solicitada —ejecutó una mueca intentando sonreí, pero falló acercándose de mí—. Además, tú tampoco luces precisamente bien que digamos —llevó temerariamente su mano a mi rostro tocando mi sien y deslizarla hasta mi mejilla provocando que me estremeciera—. Tienes raspones en la cara.

—¿En serio? —hablé angustiada pasando mi mano por el sitio que acarició.

Había lavado mi rostro en esa guarida en Concorda y más, pero no fui muy consciente de los daños.

—Un poco contradictorio siendo que Su Majestad pasó todo el día en su habitación.

Técnicamente ese día me pertenecía. Si bien era cierto que ningún día lo tenía libre por tantos deberes y papeleos que mi título absorbía, las audiencias públicas no sucedían y eso me otorgó la oportunidad de declarar que pasaría atendiendo mis enmiendas en la sala de mi alcoba.

Sin embargo, Rolan ya me había ayudado demasiado y pedirle que convenciera a cada uno de los sirvientes del palacio que no notaran cortadas en mi cara era absurdo, sobre todo si contemplaba su rostro de agotamiento. Algo me dijo que incluso su habilidad tenía límites y ya había llegado a él.

—¿Alguna ingeniosa historia que se te ocurra que pueda contar? —le pregunté y como respuesta obtuve la mirada de Rolan quién la llevó a los jardines con una sonrisa cubierta de travesura tal como aquellas que teníamos cuando éramos niños.

Y es que él junto con Benjamín eran un torbellino de maldades exitosas andando por el palacio. En cuanto a mí respectaba, yo era la logística que elaboraba el plan perfecto para las maldades, dejando a Dan ser nada más que un simple espectador y actor principal para atraer a nuestras víctimas.

Acto siguiente de su plan, me encontraba en la sala de Damas con Ana y Adrelin pasando pequeñas compresas y algodones en mi rostro y brazo.

—Pero... ¿qué le sucedió? —Damián apareció en la escena una vez que volvió al palacio después de lo encomendado—. Todos me espetaron que estaba en la enfermería. Voy allá y no la encuentro. Al fin lo hago y no tiene nada —yo solo le miré divertida por su paranoica reacción esperando la hora en que callará para permitirme hablar—. Y bien, ya me dirá lo que le sucedió o debo seguir preguntando.

—Usted es un hombre muy dramático, Damián ¿lo sabía? —las chicas intentaron no reírse ante mi tono relajado.

—Por supuesto, esto es lo que me gano por preocuparme por usted.

—¡Caí en un rosal! Al parecer, no cabalgo tan bien como lo imaginaba —Damián solo intentó no sonreír, pero el imaginarme caer creó que le produjo cierta satisfacción, aunque llevar aquello a la realidad en verdad dolió, pues cuando me lancé a esos rosales de espinas gruesas no pude evitar que se me clavaran unas cuantas en la piel. Fue todo un lio quitármelas o más bien, la doctora Mirna lo hizo.

—Dudo que eso le quité el sueño, reina Tamos —su postura se relajó un tanto pesé que la duda se coló en él.

—¿Considera no importante que su reina luzca así por la mañana en el menester?




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