En los ojos de la reina

Capítulo 28. Feliz Cumpleaños

Los días transcurrieron y mientras practicaba el discurso que otorgaría ante la junta mensual, un golpe y esquivo al saco de combate cedía, pues en algo tuvo razón Octavius y eso era que imploraba tener algo de respeto y admiración por parte de mi nación.

Dos horas más tarde, salí agotada del bloque de entrenamiento junto con Damián quien me otorgaba la observaciones del día por nuestra sesión de entrenamiento juntos. Le pedí que nos dirigieramos al hangar hasta que nos detuvimos frente a una aeronave de un tamaño mucho menor qué del jet donde solíamos viajar.

—¿Qué le parece? —pregunté.

—¿Dígame que no viajaremos en esto ahora? —la vista de Damián se mantuvo intacta en el objeto.

—¿No le gusta?

—Bromea, es fantástico. Su motor no es tan potente como el del El Venturi, pero es ligero, por lo que su velocidad debe ser asombrosa —un instante posterior, su emoción se contuvo y pasó a mirarme—. Es solo que en éste no caben más de diez personas. No podría albergar los suficientes guardias para su resguardo. No lo cree así, Tamos.

—Descuide, Damián. Nosotros seguiremos volando en El Venturi. Esta aeronave no se quedará aquí por mucho tiempo, espero.

—¿Entonces?

—Irá a Santiago. A su hogar para ser más especifica.

—¿Cómo? —se expresó confundido.

—Es suyo, Damián —miré el jet para hacer énfasis en el jet—. Felices veinte ciclos.

—Pero Tamos yo... —tartamudeó tanto en encontrar las palabras que al final no ninguna emergió.

—Su gusto por las aeronaves es lo único que conozco más allá de lo que su expediente dice, así que bueno, es suyo.

—Pero esto es demasiado, Tamos. Me temo que tendría que venderlo para poder comprar algo cuando ceda el suyo.

Reí ante su broma involuntaria que un dolor en mi estómago se produjo.

—Hablo en serio Tamos no se ría —explayó al mismo tiempo que llevaba sus manos a la cintura sin perder la vista aquel obsequi suyo.

—Lo siento Damián es que debería ver su rostro.

—Me complace provocarle tanto júbilo.

—No sea dramático, solo acéptelo —le di unas palmadas en su espalda—. Además, no será necesario venderlo. Soy una chica de gustos simples —me miró con la pregunta en sus ojos de "Que tanto"—. Tan simple como una caminata en un bosque, armar y desarmar cosas como... ¡una caja musical! sí, pero más que nada, comer caramelos.

—En ese caso, queda asentado que no podría comprarle un bosque para que pueda caminar sobre él. Al igual que gastar mis unos en una caja musical solo para que usted la destruya no suena agradable, sin embargo... —se colocó enfrente de mí con algo muy parecido a una sonrisa—, sí que podría hacer algo con respecto a los caramelos.

Lo miré con expectativa y acto siguiente, nos encontrábamos en la cocina del palacio. Los empleados fueron ligeramente relevados de sus puestos en el sector noroeste. Al parecer, comer en la cocina facilitó mucho a Damián con aquel plan, siendo que encontró cada cosa que buscaba en la alacena y almacén. Me volví una espectadora más de cada cosa que hacía sobre el horno y sartenes. Solo me permitió pasarle los ingredientes, pues no quería que yo arruinara lo que él preparaba.

Se quitó la casaca y arremangó las mangas de su camisa hasta los codos para facilitar sus habilidades culinarias. Se llevó un par de quemaduras cuando la azúcar pasó a ser caramelo, pero nada que no pudiera resistir. Estaba demasiado concentrado y justo por eso decidí molestarlo.

—Donde aprendió a hacer... lo que sea que esté haciendo ahora.

—Betún, se llama betún y Nin, ella me enseñó —respondió batiendo una sustancia viscosa de chocolate y otros ingredientes más qué no reconocí, mientras mi mente solo recordaba aquel término científico y no culinario que leí acerca del Betún.

—¿Quién?

—Nin, ella nos cuidó a Iriden y a mí cuando éramos niños —un suspiro alegre surgió de él ante el recuerdo—. Mi abuela paterna le enseñó a hacerlo. Ella fue una afamada repostera de la amta sociedad, así que...

—Usted lo lleva en las venas —Damián sonrió con altanería.

—Debió ser una mujer encantadora su abuela.

—Aún lo es. Todavía vive, pero ya no ejerce. Mi abuelo murió prematuramente, y ella debió encargarse de los negocios en Santiago desde entonces, pero sigue haciendo el mejor pastel de frutillas que he probado en toda mi vida. Quizá y algún día pueda tener la oportunidad de probarlo.

—Sería un honor y sabe; me agrada escuchar algo más de usted que no sea lo que leí en su expediente.

La razón por la que supiera del día de su festejo.

—¿En verdad leyó mi expediente?

—Sí, pero no se aterre. Lo he hecho con cada individuo en este palacio e incluso más allá de aquí —su mirada con expectación no se hizo esperar—. Sé que es un teniente y no un soldado o guardia como siempre dice, aunque eso lo supe mucho antes de escucharlo de su padre y leer su expediente, obviamente.

—¿Cómo lo supo?

—Cuando lo conocí por... bueno, la segunda vez que lo vi y me lo presentó su padre, recuerdo bien todas las medallas de su uniforme y algunas de ellas solo son otorgadas a tenientes.

Sumergí mi índice en la crema de avellana que preparó desde el inicio y utilizó para rellenar sus caramelos.

—Siempre me ha parecido extraordinario como puede recordar tantos nombres, persona y detalles que un simple ojo humano no se percataría u olvidaría con facilidad.

Entonces sin saber porqué, me decidí por contarle acerca de mí, siendo que el me mostró algo de él.

—Pues no quiero sonar ególatra, pero recuerda cuando Ben le dijo que yo era brillante.

—Sí.

—Pues no mintió. Tengo lo que algunos libros definirían como memoria eidética. Soy capaz de leer un libro una sola vez y recordar cada palabra u oración que se escribió en sus hojas. Puedo recordar a cada persona, cada detalle, cada palabra escuchada, así que sí va mentirme espero que la recuerde, porque no olvido nada. Absolutamente nada de lo que pasó ante mis ojos, oídos e incluso nariz —terminé por confesar mientras sumergía una cuchara en el budín que terminó de preparar y saborearlo—. Por toda Victoria esto es extraordinario.




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