No se requirió de otro segundo para que la mano de aquel rebelde se extendiera hasta el cuchillo más próximo de su cinturón tras percatarse de mi descubrimiento. Mi mano fue más veloz que la suya y consigo tomar primero el filo.
No mostré ni un ápice de titubeo en mi decisión, pues la daga desgarró la garganta del hombre en un impecable movimiento. Por unos breves momentos, no se percató de la sangre que corrió por su cuello hasta que sus manos se interpusieron en la herida y el líquido carmesí lo invadió, pero ya era tarde para él, porque sin duda moriría.
Uno.
Sin saber por qué, comencé a contar y antes de que el sujeto se postrara de rodillas para detener una hemorragia que no se detendría, su compañero me miró con estupefacción y rabia tal escena para seguido de ello, dirigirse a la perpetradora del acto. Su expresión corporal anunció que estaba por atacarme, pero de igual modo lancé de forma ágil el filo con el que herí a su compañero en dirección a su pecho. Acerté en perfección.
Dos.
Para ese entonces el calor del momento yacía activado y solo restaba ver de qué lado se inclinaba cada quien. Lamenté no haber llevado aquel día mi espada, sin embargo, no quedaba más remedio que seguir adelante. Tras girar a mí alrededor, fui capaz de vislumbrar que eran más rebeldes de los que imaginaba, puesto que cuando ellos comenzaron a atacar los pocos reales instalados en la zona, fueron sorprendidos por el tempestivo asalto suscitado en el gran comedor.
Sus objetivos quedaron más claros, ya que mis guardias fuertes que incluían a Damián, eran los hombres que realmente necesitaban vencer para llegar a mí. En lo que respectó a mi periferia, Magnolia fue mi prioridad, quien se encontraba hasta el otro extremo debajo de una de las alargadas mesas por la refriega iniciada. Consideré una fortuna que para ellos mi institutriz no representara alguien peligroso.
Abriría la puerta. No para huir, sino para llamar a más soldados y de ese modo, sacar a Magnolia del sitio, sin embargo, una daga fue lanzada hacia la manija, lo que me hizo girar y ver que un rebelde se aproximaba en mi dirección.
Conseguí esquivar el primer golpe a mi rostro, pues era demasiado alto y de ese forma me resultó sencillo bajar y pasar por debajo de su brazo, aunque no obtuve la misma fortuna para evitar la patada que me siguió en el abdomen. Caí de rodillas con mis palmas tocando el suelo y la esperanza de obtener un poco de aire, pues la falta de oxígeno no me permitió moverme por un par de segundos. Me mantuve lo bastante atenta a mi entorno para notar como su pie de nuevo se dirigió a mí y poder rodar por el suelo escapando de él, aunque la punta de su bota rosó mi frente.
Sus manos se destinarían a levantarme, pero un golpe en su rostro pareció ser suficiente para llevarlo al suelo y noquearlo por completo pese que su gruesa corpulencia es visible, y es que descubro que Damián le golpeó. No necesitó de aplicar demasiado esfuerzo como el fuerte que es para llevarlo a cabo.
—Arriba, Tamos.
Su mano se extendió tan pronto como la tomé. Me reincorpore en un salto para continuar. No fue necesario mirarnos o hablarnos más para comprender que yacíamos lo suficiente bien para seguir. Mis dedos tomaron la daga del inconsciente hombre. Para cuando observé de nuevo mi alrededor, me percaté que existía aproximadamente dieciséis rebeldes revestidos de guardias todavía de pie que se contrapusieron a los cuatro reales y tres fuertes de pie que me defendían, pues uno de ellos ya había sido abatido.
Damián poseía a tres rebeldes peleando a su alrededor. Evitaba la mayoría de los filos, pero su camisa comenzaba a tornarse carmín. Necesitaba ayuda, por lo que me dirigiría a él, sin embargo, fui testigo de como un hombre aposado en la otra puerta preparó su arco y fecha con destino a Damián. El placer de llevarlo a cabo le causaba una gigantesca sonrisa, pero estaba tan enfocado en conseguirlo, que no me miró llegar a él por un costado y derribarlo en un salto desde la mesa en la que me deslicé para acortar el paso.
Los dos caímos en un golpe seco. Yací encima de él, así que mi caiga no dolió a diferencia de mi compañía que se quejó con dolor tras soportar el peso de mi derribo. Ambos nos miramos cara a cara.
—Hola —le espeté, seguido de otorgarle un puñetazo en el rostro que lo desoriento por la sangre que borboteo de su nariz. Eso lo enfureció, pero antes de que pudiera hacerme algo la daga se incrustó en su pecho hasta el fondo.
Tres.
Mi corazón me latía con vertiginosidad y la adrenalina gobernó cada uno de mis sentidos. Creyeron que sería sencillo acabar conmigo. Pues se equivocaron. No estaba sollozando en una esquina pidiendo clemencia. No, lucharía. Lucharía por mi vida.
—Golpear por la espalda no es de caballeros —le dije a un rebelde que se destinaba a apuñalar a uno de los pocos reales que sobrevivían de pie. La punta de mi daga se clavó en la palma de su mano. Su amarre se aligera al punto que su cuchillo cae al suelo.
Sorpresa. Tenía otro que pasó justo por mi rostro. Un grito emergió de mi boca después de que su mano se deslizara hasta mi mejilla. Una sorprendente y fuerte bofetada sacudió mi alrededor. Un ardor se extendió por mi mejilla y labio que me llevó al suelo. Probé el metálico sabor de mi sangre en mi lengua antes de que mi cabello fuera contenido por sus dedos para ver mi rostro y ofrecerme un puñetazo directo a mi pómulo. Lamenté no haberlo amarrado aquel día. Sus dos manos tomaron mi cuello, la pegajosa sangre de la herida que le proporcione en la mano resbaló por mi piel. Las puntas de mis pies se elevaron hasta abandoné el piso. En realidad, no sabía a cuál dolor concentrar mis gritos.
—Mataste a mi hermano, maldita reina.
—Y ustedes a los míos. Me parece que ya estamos a mano —le regresé en un murmullo ahogado con su apretón afianzando cada cuerda vocal en mi garganta hasta el punto que mi vista comenzó a dispersarse.
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Editado: 24.09.2025