Desperté lentamente. Mis ojos poco a poco se abrieron al ritmo del resplandeciente recuerdo de aquel acechador rebelde. Su ligera rasgada como oscura mirada se mezcló con su aguileña nariz y mentón afilado en contraste a sus delgados labios que sin expresión alguna, anunciaba querer habitar mis futuras pesadillas.
Lamí mis agrietados labios con ansiedad, mientras las dolencias en mi cuerpo se emparejaban al ritmo de mis respiraciones sin poder comprender todavía como era que continuaba con vida. Traté de asimilar el sitio en donde me encontraba, ya que la habitación no era lujosa ni amplia, pese que su decoración era fina con sábanas suaves y almohadas acogedoras. Aquel lugar no era la enfermería, sino los aposentos de un alto mando.
La forma en que la luz iluminaba el interior de la sala anunciaba que ya era una tardía mañana o una muy prematura tarde incluso si una silueta aposada en una de las ventanas con vista al exterior nublaba mi perspectiva. Tras escuchar mi despierte la forma gira para revelar a Damián.
Ambos nos miramos por detenidos segundos antes de asimilar los sucesos. Hay alivio en su severo rostro. Intenté reincorporarme, pero fallé terriblemente, ya que un crecido quejido emergió de mi garganta. De manera inmediata, Damián se destinó a mí para tranquilizarme, pero no fue necesario porque mi esfuerzo me causó un agonizante dolor que estremeció cada parte de mi cuerpo. Me retorcí en un lamento que me envió de nuevo a recostar la cabeza sobre los almohadones.
Una costilla rota, una sutura en la espalda, un labio partido, una ceja abierta y un brazo vendado a mi pecho por una flecha fue lo que gané aquella noche.
—Aguarde Tamos —sus manos se colocaron frente a mis hombros sin tocarme para que no volviera a insistir, y así no forzar la intravenosa clavada en mi antebrazo que me mantenía hidratada—. Ha estado inconsciente por más de veinticuatro horas, no debería moverse. Traeré atención médica.
—No, espere —apenas conseguí murmurar con el poco aliento, que suplicaba que se quedara. Pudiera que todavía yaciera aturdida, pero poseía algo muy claro en mi mente—. Magnolia —pronuncié su nombre, pues pese que mis últimos minutos consciente continuaban difusos, no olvidaba aquel segundo que dos balas le atravesaron—. Ella... Murió ¿no es así?
Su silencio y mirada esquiva sirvieron como detonantes para saber que me encontraba en lo cierto. Ella murió en mis brazos. Las lágrimas cayeron inevitablemente sobre la almohada con mi rabia incluida.
—No debí aceptar —me reprendí de inmediato—. Ella insistió en acompañarme, aunque algo en mi interior me dijo que lo mejor era que se quedara no lo hice. Dije que sí.
—No se culpe. Hemos sido nosotros quienes le fallamos a usted. Permitimos que ingresaran e invadieran el sitio. Que tomaran control y dañaran a tanto como pudieran en el camino. No fue usted, sino nosotros.
Los estragos de aquella batalla en Hidal se dispersaban por igual en su rostro qué reflejaba su todavía pómulo derecho amoratado y brazo izquierdo rígido y aposado a su abdomen, lo que anunciaba una herida sanando en cualquier parte de su torso. Sentí envidia de él y su fuerza por un segundo, siendo que pese a ello se mantenía en pie debido a su condición que le permitía sanar con velocidad a diferencia de mí que yacía totalmente exhausta y postrada en una cama.
—En ese caso, temo que todos aquí fallamos, Damián. Todos le fallamos.
Él no hizo nada para retirar ni aliviar las culpas y a decir verdad nada espetado por él lo hubiera conseguido. Aquellos rebeldes me habían terminado por quitar lo poco que me quedaba y acto tras acto me estaban dejando sola, y es bien sabido que una persona solitaria puede convertirse en alguien peligroso. Y es que no importaba cuanto me esforzaba nunca podía salvarlos. Ellos siempre iban un paso delante de mí, pero se acabaría. No tendría misericordia ni perdón para ellos.
—Mencionaste veinticuatro horas, pero exactamente cuánto estuve...
—Un día y medio —respondió—. Hubo complicaciones tras su intervención médica y entró en una especie de shock anafiláctico, por lo que el cuerpo médico requirió... reanimarla.
Eso explicaba porque me sentía medio muerta.
—No fue anafilaxia —confesé ante su explicación sin percatarme de lo que pronto le revelaría.
—¿Cómo? —Damián se acercó a la cama, mientras yo me perdía en el ritmo cardíaco del monitor.
—Que no entré en shock por tener alguna alergia a cualquiera que haya sido el medicamento que me suministraron durante la atención médica, sino que mi sistema no soportó las dosis elevadas para fuertes que de seguro debieron introducir en mi sistema. Y es que mi cuerpo no es como el suyo, Damián. Sufrí una especie de sobredosis que a menudo podría confundirse con alergia. Créame, debí pasar varias veces en la enfermería del palacio cuando era niña antes de que mis padres se percataran de ello al igual que me sucede con la carne porque a eso si que soy terriblemente alérgica.
Una especie de sonrisa que se mofaba de mis propias fallas emergió de mi garganta, sin embargo, tras coincidir con la mirada de Damián, encontré en ella confusión.
—Pero en el aniversario de los fuertes usted...
—¿Acaso me miró tomar algún bocadillo aquella noche? —no respondió, porque ciertamente nadie posaría la mirada en lo que la princesa comería—. Antes solía creer que aquello solo era cuestión de acostumbrarme. Mi abuela dijo que quizá debía intentarlo para así volverme tolerante, pues la vida no podía castigarme más, pero sí que pudo y ya fuera mucho o poco, el resultado al final siempre fue el mismo.
—¿Por eso es que toma sus alimentos siempre en soledad? —se sentó al borde de la cama, angustiado—. ¿Teme que le descubran?
—Temo que me vean con urticaria y ronchas en cara y cuerpo. Ya es suficiente con estos ojos como para agregar más al espectáculo llamado Ofelia. Ciclos atrás, acostumbraba tomar unos cuantos bocadillos durante las celebraciones para que nadie fuera del palacio dudara ni un poco acerca de mi fuerza, pero minutos más tarde corría a mi alcoba para devolverlo todo —mi mente regresó cuatro ciclos atrás—. Aunque el problema fue que me acostumbré tanto a ello que mi cuerpo lo llevaba a cabo incluso si no la ingería. Evidentemente terminé desmayada en mi alcoba por una descompensación después de meses.
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Editado: 24.09.2025