En los ojos de la reina

Capítulo 33: Descubiertos

La doctora Mirna vendaba de nuevo mi herida ligeramente abierta del hombro. No realizó ninguna pregunta acerca de cómo sucedió, lo cual agradecí. Ella estuvo prácticamente durante toda mi vida en mis malestares debido a mi anomalía.

Seguido a ello me dirigí en busca de Rolan encontrándolo con los aprendices de Mirna, quienes le curaban el vendaje y que con una sutil sonrisa, les hice marchar para acercarme a la cama de la enfermería donde yacía sentado.

—Recuerdas la primera vez que conversamos —le cuestioné.

—Tú lo hiciste primero, de hecho. Debo admitir que quedé impactado por tus brillantes ojos azules.

—Descuida, todos lo hacen —sonreímos con levedad para después suspirar.

—Éramos tan solo unos niños —tomé asiento a un costado suyo—. Puedes creer que haya pasado tanto tiempo ya ¿Que hayan cambiado tanto nuestras vidas?

—¿Qué nos hayan herido en el mismo sitio? —bromeó y sonreí ante ello.

—Hace casi diez ciclos que te vi cruzar las puertas de este palacio y nunca me di a la tarea de averiguar algo más del niño con el que solía platicar por horas como he sabido de ti en estos últimos meses y me disculpo por ello.

—Te propongo un trato —Rolan me miró con el rostro que trataba de decir ¿cuál?—. De ahora en adelante nos diremos la verdad, pero si no podemos hacerlo entonces tampoco debemos mentir, de acuerdo.

—Me parece justo —acepté el trato—. Y ya que hablas de sinceridad: me dirás que significa implantar una idea.

—Eres una reina muy lista, pero eso ya lo sabes. Has usado todo esto para sacarme información o ¿me equivoco? Pero quien dice que necesitas de mí para conseguir la verdad —exclamó, dejando que su hombro empujará un tanto el mío, siendo amable y dulce con cada palabra pronunciada—. Digamos que lo que yo llamo implantar una idea es lo que le hago a cada una de las personas para que crean que aquellas ordenes que llevan a cabo son debido a ti. Debo ir más allá del ordenamiento simple para que piensen que aquellos susurros son tuyos y no míos. Ellos escuchan tu voz, tu orden y están seguros de que tú lo haces y no yo. Es como usar doblemente mi encanto. Más cansado y difícil de mantenerlo estable.

—Y lo que le hiciste a ese rebelde... ¿dolió?

—No para mí al menos.

—Realmente tú accediste a su mente y recuerdos, verdad —tardó un segundo en contestar.

—Sí, vi los recuerdos que quería ver, pero para eso debo mirarlo fijamente. Al igual cuando hipnotizo debo observar el blanco. Tenerlo lo más cerca posible ayuda mucho también sí es que quiero una buena intensidad, sino lo único que conseguiré será hacer cosquillas en su mente.

—Son muchas las cosas que puedes hacer —balancee mis pies de la cama, sorprendida.

—Me llevó mucho tiempo aprenderlo y dominarlo por igual.

—Supongo que no ha sido sencillo.

—Sigue sin serlo.

Me destiné a mirar sus ojos en busca de alguna anomalía que explicará su condición, pero no encontré nada. Él no provenía de descendencia fuerte. Sus ojos eran completamente grises. Nada rojo como los chicos de Gerardo que pudiera explicar su habilidad.

—¿Crees que haya más como tú?

—Es muy probable, pero deben estar escondidos. Y esperemos que se mantenga de esa manera. Que nadie los encuentre, reclute o usen como arma.

—Pues habría que comenzar a contemplarlo, Ron. No deberíamos subestimarlos.

Me hundí en mi propia pena, odio y resentimiento hasta que Agustín nos interceptó. Nos miró como si hubiera interrumpido algo que no debió interrumpir, aunque en realidad me parece que ya empezaba a notar mi afecto hacia su compañero.

—El señor Marven, mi reina —explayó—. Logré detenerlo, pero la está buscando.

—Bien, permanece con el guardia Rolan y asegúrate que no entre en servicio este día. Debe descansar. Es una orden.

Ambos la acataron y me marché a mi alcoba para hacer lo mismo, sin embargo, fui sorprendida por segunda vez en el día por Damián.

—Ya estoy aquí —dijo retirándose de la ventana del recibidor.

—Ya veo.

Al parecer, Damián pensaba que yo le cité ahí, en mi habitación. Mi rostro solo le mostró una sonrisa bien practicada al tiempo que un solo nombre resonó dentro de mi cabeza "Agustín".

Sé que le había dicho que se deshiciera de Marven, pero no dejándolo entrar a mis aposentos. Debía improvisar y en algo creíble.

—Supongo que esto será rápido ya que yo...

—¡Está herida! —se acercó a mí con vista en la mancha roja en mi camisa.

—Descuide, Mirna ya lo arregló.

—Le dije que debía descansar —su plática me otorgó el tiempo suficiente para pensar en algún pretexto convincente.

—Debí seguir su consejo y me parece que ahora deberé escucharle con mayor frecuencia. Llevo un par de días pensando en que no es más mi deseo que usted sea mi guardia personal.

—¿Cómo?

—Y antes que comience a protestar, déjeme explicarle que ya tomé una decisión, y esa es que usted no sea más el teniente Damián Marven Farfán, sino el general Damián Marven Farfán. Felicitaciones, lo acabo de ascender y será el nuevo general de esta nación —pese lo supuesto, no observé ninguna reacción en su rostro—. Había una vacante y... me parece que no congracia con la idea.

—No, no es eso. Es solo que estoy algo... abrumado —pausó para encontrar lo que realmente quería decir—. Es que no comprendo ¿por qué... por qué yo?

—Bueno, quizá piense que existen personas más capacitadas o con mayor experiencia que usted, pero lo cierto es que no existe nadie que deseé más que salvaguarde a Victoria incluida mi vida que usted. Además, nadie me cuestiona tanto como tú. Eres el único que se opone a mí para desafiarme y considerar mis órdenes prudentes o no y eso me ha persuadido de tal importante elección.

—Pues, de ser esas sus razones asumiré con lealtad, devoción y compromiso el ascenso.

—Excelente, tomará oficialmente la protesta de general en la junta de gobiernos, aunque espero no le moleste empezar sus labores desde mañana. La guardia real aposada en el palacio y La Capital necesitan de un líder y guía para funcionar —me dirigí a la puerta. Cuando la abrí y cruzó el marco de ella, éste se giró para contemplarme directo a los ojos.




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