En los ojos de la reina

Capítulo 37: Dos besos

Sobrevolaba dentro del jet de los Mendeval con angustia. Mi mente solo conseguía pensar en que le había dejado instrucciones a Damián de que se destinara al acecho de las otras dos instalaciones que el rebelde me otorgó, por lo que concluí que sí ellos planearon explotar la de Lorde, que no les evitaba hacer lo mismo con las otras dos.

Al llegar al palacio pregunté si había noticias del general y sus comandos, aunque obtuve un no como respuesta, ya que en esencia la detención estaba en curso, puesto que conseguí llegar a La Capital antes del mediodía. Nadie reparó en mi ausencia o al menos no recibí ningún mensaje ni queja, siendo que tras arribar en el jet con el emblema del gobierno vecino, supusieron que esa fue mi estancia por los recientes problemas sufridos, ya que eso fue lo que Rolan hizo creer a los más cercanos para poder escabullirme con los desertores.

Finalmente, después de tres horas el general regresó dentro de uno de los tres jets que partieron con él. El alivió envolvió mi cuerpo al verlo a salvo, incluso si fui mesurada en la bienvenida. No lucía atormentado físicamente por cualquier batalla inminente, sin embargo, Damián se atrevió a tomarme de los hombros al verme. Me llevó pasos atrás y olvidó todo protocolo y distancia entre ambos.

—¿A dónde nos enviaste? —su ceño se frunció enmarcando sus negras y pobladas cejas en sincronía a su cabello, él cual creció en esos meses—. Junco al igual que Itrenco explotaron por completo y no solo eso sino también edificaciones aledañas. Ellos sabían que iríamos y usted...

—¿Insinúas que yo sabía lo que sucedería?

—No, jamás cometería tal deshonra en usted, pero dígame ¿a dónde fue mientras me entretuvo en aquel lugar?

—No comprendo.

—Por favor, Tamos. Estoy al tanto de lo que sucedió en Lorde, al igual del jet que la trajo esta mañana sin olvidar que su rostro posee rasguños.

—¿Ha estado espiándome? —una parte de mí se ofendió por ello—. Bien, me ha descubierto ¿es lo que deseaba oír? Fui a Fiuri, la tercera instalación que me dijo el rebelde que tenemos preso en el piso cero y si le complace saberlo, no sirvió de nada mi esfuerzo ni el suyo, el de todos ellos.

Dirigí la mirada al jet con guardias fuertes emergiendo de sus puertas. Estaban vivos, pero heridos.

—¿Por qué lo hace?

—¿Hacer qué?

—Alejar a las personas. Fingir que todo está bien, mientras siente de forma indiscriminada lástima por si misma.

—Yo no hago tal cosa.

—Sí, sí lo hace. Va por ahí siendo distinta con cada persona que se topa en su vida, pero lo cierto es que todavía no se ha dado cuenta que es más fuerte de lo que piensa.

—¿Es acaso que todos se pusieron de acuerdo para sermonearme? Escuche Damián, ya tuve demasiado de esto. Todos creen conocerme, pero la verdad es que no tienen ni la menor idea de quién soy realmente. Mis manos no están limpias, ni mi mente libre de culpas. Acaso piensa que no sé lo que todos aquí y más allá dicen acerca de mí. La reina débil, eso es lo que soy —murmuré con la vista en el horizonte—. Octavius se encargó muy bien de que todos supieran eso. Ellos me temen porque piensan que ascendí de manera sospechosa a este trono. Creen que me encargué de que yo fuera la única Tamos en pie, al igual que controlaré todo a mi alrededor para que se mantenga de tal modo.

Damián no me contradijo, pues él como yo lo sabíamos. Supongo que creyó que si no lo mencionaba, entonces no me enteraría.

—¿Acaso eso es lo que dirán los libros de mí? —suspiré con desazón—. Sabe que es lo gracioso de todo esto, Damián. Que siempre supuse que yo sería la primera Tamos en morir, pero míreme sigo en pie.

"No por mucho tiempo" me respondí internamente al tiempo que la sonrisa del general de Victoria surgió.

—Recuerda... pero claro que lo ha de recordar —se remontó al momento que le confesé que mi mente perfecta no olvida nada—. Aquel día, cuando me mostró su impecable tino con los filos en zona de entrenamiento ¿lo recuerda, no?

—Lo hago —respondí sin saber cuál era el punto.

—Pues ya lo tiene —se retiró a apoyar a sus soldados sin antes ejercer una reverencia.

Permanecí a las afueras, estática. Traté de descifrar lo que Damián intentó decir y es que aquel día que él se refería recordé que antes de llevarme al bloque de entrenamiento me aseguró que poseía algo. Algo que aún me faltaba por obtener por completo, pero que ya existía algo de ello en mí. En ese entonces le pregunté que era y con simpleza contestó que se trataba de coraje.

Siempre admiré que me confesara lo que pensaba y hasta cierto punto pudiera que sí, fuera rudo, aunque asertivo y pese que las pesadillas seguían atormentándome por las mañanas, sería ese mismo coraje el que me haría entender que no debía acostumbrarme a él, pero requería de aprender a vivir con ellas.

Otro día surcó y tras darle otra oportunidad a mi vida, me miré al espejo y respiré hondo. No sé si fue Damián, mi tío Orlando, Faustino o Vanss, algo dentro de mí me hizo mirarme, y comprender qué quien estaba en aquel reflejo no era Ana ni la reina o la princesa y ni siquiera la Ofelia misma. No, no era una fuerte ni seguidora, sino simplemente un ser humano como el resto del mundo con defectos y virtudes, llena de errores, pero también de aciertos.

Quería ser feliz y pese que comencé buscando justicia, terminé por encontrarme con la venganza tal como lo afianzó Vanss. Estaba bien permanecer sola, pero no con soledad, por lo que decidida a no sentirla ni un día más, caminé hasta los bellos jardines del palacio en busca de preservar mi vida.

—¿Se esconde de algo o de alguien, guardia Llanos? —aquel par de redondos y ojos grises me contemplaron al mismo tiempo que me veía sentarne a un costado suyo sobre la fuente.

—Me escondo de mí, mi reina.

—Y... ¿has tenido éxito?

—No realmente.

—No se puede escapar de uno mismo, Ron. Créeme, te lo dice alguien que ya lo ha intentado un par de veces.




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