En los ojos de la reina

Capítulo 40: Nada está bien

Me desperté creyendo que hoy sería un buen día. Supuse que si ninguna pesadilla deambuló por los recovecos de mi culposa mente al anochecer entonces tal vez estaba haciendo algo bien.

"Que gran mentira"

He de pensar que solo me resta sonreír con amargura, pues es claro que erre en ello, ya que estar reclusa dentro mi propio palacio asegura todo lo contrario ¿cierto?

La mañana de este día me destiné a Santiago. El viaje era largo. De casi seis horas en jet. La última vez que mi destino fue aquel me encontraba dentro de El Celeste con mi madre y hermanos dentro.

Mi destino fueron las oficinas administrativas de la guardia negra junto con Damián y mi séquito de seguridad hasta arribar con el comandante de alto rango encargado del armamento en esta nación con un único objetivo.

—¿Dónde están las armas? —le hablé al comandante sin rodeos. Él fingió no comprender mi pregunta—. Estoy segura que yace al tanto de lo que dicen acercan de mí, comandante. No es su deseo convertirse en mi enemigo o ¿sí? —la maldad de mi voz provocó que el fuerte elevara la ceja como temor por las futuras represarías para de esa forma, ofrecerme justo lo que pedí.

—Todo el armamento explosivo es resguardo aquí en Santiago, pero las armas, los revólveres fueron resguardados en Teya desde hace nueve generaciones atrás.

Tras salir de su oficina, una sonrisa se formó en mis labios, tras conseguir respuestas por si sola, pues en esta ocasión Rolan no me acompaño y por consiguiente, su encanto para convercer a quien yo deseara tampoco. Habría sido muy sospechoso que siempre debiera llevarlo cuando de interrogar se hablara, sin embargo, he de admitir que a diferencia de los seguidores, los fuertes sabían temerme, siendo que mis actos y no palabras provocó que me dijera la verdad.

Poder. Pasé tanto tiempo en batalla con él al creerlo ruin y cegador, pero gocé tenerlo por un instante. Temo que comprendí del porqué los fuertes hacían todo, absolutamente todo por atesorarlo y obtenerlo.

Al salir de la comandancia, vislumbré a Damián manteniendo conversación con Alexia Borja. Una parte de mis entrañas reaccionaron a ello. No fueron exactamente celos, sino que comprendí que pudiera que tal vez aquel par de fuertes fueran pocos expresivos, de cortas palabras y brutalmente sinceros, pero protegían a Victoria y a su reina como casi ninguno. Ellos no me otorgaban dulces palabras ni continúas reverencias, sin embargo, en Hidal ambos me protegieron y resguardaron durante la explosión de esa estación, y pese que en el pasado aquello no hubiera sido una posibilidad dentro de mi mente, ella fue la primera en anteponer su vida por mí.

Y quizá sí. Tal vez fueron criados para obedecer, pero eso no evitaba su valor por colocarse frente a mí si con eso mi vida se conservaba. Fue por ello que hice lo que debía. Agradecer. Le agradecí a Alexia por haberme protegido aquel día, decirle lo buena que era y aunque ella solo elevó su ceja como único signo de asentamiento y regodeo al escucharme alabarla, sé que aceptó la verdad en mis palabras.

De algún modo debía componer las cosas y personas a las que herí a través de mi frágil resentimiento y empezar por ella parecía ser un avance considerado. Comencé a salvarme para poder salvar a los demás si es que deseaba no volver a caer de nuevo en la oscuridad.

Para cuando la tarde se asentó, nos encontramos de vuelta al palacio con un gran problema. Un preso rebelde había sido capturado en el poblado fuerte de Valencia en La Capital después de que un guardia le reconoció del pasado ataque en Concorda dónde un hombre de la guardia negra murió.

Mi corazón palpitó al ritmo que mi respiración se agudizó, pues sí ese guardia le conocía de aquel evento entonces yo también lo hacía.

—Iré contigo —Damián de inmediato se ofreció a acompañarme, pero negué.

—No, te necesito para el resguardo de las armas en Teya. Confío en ti para que las traigas de al palacio.

Él no dudó en mi mando y asintió, se dirigió a su oficina y hangar con todos los guardias que pudiera llevar a bordo.

El gobierno de Teya no se encuentra tan lejano como lo era Santiago, por lo que en poco más de dos horas en jet sería suficiente para llegar a Isidro, el sitio donde las armas residía segú el comandante Guillen. Tras separamos, caminé por los pasillos con mis escoltas en dirección al piso cero dónde pude imaginar todos los posibles rostros que tal vez encontraría en aquel cuarto. Riben, Marino, Roberta, Faustino. Supliqué porque no fuera ninguno de ellos.

Tras ingresar al elevador, el único acceso directo para llegar al piso cero, ya que las otras constaban de puertas manuales de servicio custodiadas y vigiladas por el ala de comando de cámaras de seguridad, el tiempo se sintió arduo y pesado. Con prontitud, logré visualizar de espaldas a Irruso y Rolan por igual con sus voces elevadas. Discutían con un par de militares de alto mando que bloquearon su acceso.

—No pueden impedirnos entrar a los interrogatorios —se escuchó la voz de Irruso a lo lejos precedida a la de Rolan.

—No pueden torturar al preso sin la autorización de la reina.

—Pero que insubordinación es esta —contestó uno de los fuertes que bloqueaban el paso—. Cómo es que un simple débil se atreve a hablarme u opinar tan siquiera frente a un fuerte, ¿Pero quién te has creído?

—Mi prometido, comandante —respondí sin titubeos. Con la voz segura y autoritaria.

Le reconocí de inmediato, pese que solo le observé de lejos. Aquel hombre me vio matar al guardia Georgin Hernán. Ese pobre fuerte al cual le arrebaté la vida. Su voz llamándome mi reina todavía resonaba en mi cabeza por las noches y madrugadas tras cada despierte.

La vergüenza al igual que el miedo a que me reconociera me albergó.

—Algún problema con ello, comandante... —esperé su nombre.

—Wendigo, Yraco Wendigo —mi estómago se aplastó al pensarle, pues pertenecía a la familia del gobernador de Palma, por lo que si él era igual que ese hombre, sin duda debía de pensar que yo era una total molestia. Un insecto en el camino que debía ser aplastado—. Disculpe Su Majestad yo... yo no lo sabía —su disculpa sonó tan forzado como su reverencia. Una sonrisa cortesana envolvió sus labios tal como le enseñaron, aunque no pudo evitar arrojar desprecio cuando su mirada se instaló en Rolan. El mismo que lució sorprendido como el resto de los presentes por anunciarlo como tal.




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