—¿Está... muerto? —dijo el comandante Yraco una vez que ingresa a la sala con Pablo, quien finge estar inconsciente.
—No, pero casi. Al parecer, pensó que le otorgaría el perdón si hablaba —el fuerte sonrió—. Tengo una dirección.
Ansioso por capturar "débiles" como él los llama, le encomendé ir en busca de esa dirección que no le llevaría a nada.
—Rolan, querido. Lleva al preso a la prisión a la sección dónde no yace el otro. No queremos que compartan ideas o ¿sí? Solo bastará de ti para llevarlo a su destino —lo miré de esa forma que comprendió lo que debía hacer.
Liberarlo.
Tras subir de nuevo al palacio, un guardia de alto rango con insignia de Palma se direccionó a Yraco y entregó otorgó un expediente.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Esto es información, reina Ofelia.
La sonrisa placida de ese fuerte me recordó a su primo el gobernador Wendigo. Su edad era semejante, quizá unos cuantos ciclos más joven, aunque unas cuantas canas comenzaban a ser visibles.
—Es el expediente de Ana Robles, Majestad y aquí dice... dice que es su doncella —su ceja se elevó, seguido de mirarme y cuestionar como era posible que desconocía el nombre de alguien tan cercano a mí—. Quién lo hubiera pensado mi reina. Su propia sirvienta, una espía, rebelde y basura débil que vivía a lado suyo —escaneo mi reacción.
—Una total tragedia, comandante, pero como espeté, yo jamás averiguo los nombres de mis subordinados.
—Descuide, aquí dice que su familia vive en Los balcones en Lorde.
"He escuchado de torturas que duran un mes y no solo a ellos, sino a su familia también". Mi estómago se contrajo ante el recuerdo de las palabras que Vanss me dijo tiempo atrás.
—Por suerte la localidad no yace muy lejos. Mis soldados se dirigen justo en estos momentos por ellos en nuestros camiones para que pronto, su engendro de hija los acompañe.
Mi ansiedad aumentó al recordar que el pequeño hermano de Ana también se encontraba en este sitio al ser aprendiz de la doctora Mirna. Por la reacción del comandante, me parecía que él lo desconocía.
—En ese caso, dejo a su disposición la búsqueda de la instalación que nos dio el rebelde y a sus soldados a la familia Robles.
—Asíse hará, mi reina.
No perdí mi un segundo y tan rápido pude, me cuadré de hombros para darme la vuelta y alejarme de ellos con prisa. Me destiné en búsqueda de Damián, deseando que aún no se hubiera marchado. Una fortuna que un soldado me exclamara que el general estaba en su oficina enlistándose.
—Pensé que ya no te alcanzaría —exclamé a Damián con la respiración agitada por la caminata ofrecida.
—¿Qué sucede, se encuentra bien?
—No, no lo estoy. El preso les dio el nombre de Ana, mi doncella como una espía e irán por ella y su familia. Tengo que encontrarlos antes que los guardias lo hagan y salvarlos.
—Tamos, esta acaso escuchando lo que dice. Sé que la conoce desde hace tiempo, pero tal vez ella si sea una rebelde infiltrada ¿Dígame, por qué querría salvarla sí el mismo reo ya lo confesó?
—Es que no me está entendiendo, Damián. Ella es inocente.
—¿Cómo puede estar tan segura de ello?
—Porque Pablo dijo su nombre creyendo que era yo.
—¿Cómo? ¿Quién es Pablo? Explíquese, Tamos.
—Yo soy la Ana que ellos están buscando. Yo usé el nombre de mi doncella para encubrirme cada vez que salía a escondidas del palacio. Yo fui la que estuvo en Xelu, Condorda y Lorde. En todos esos ataques y explosiones —entonces la culpa de mis crímenes me hundieron—. Es a mí a quién buscan por lo de Georgin Hernan. El guardia fuerte que murió... yo lo hice.
Ni una pizca de reacción en Damián surge en su rostro ante mi confesión hasta que finalmente habla:
—Pero qué hizo, Tamos —susurró para mí o para él. Quizá para ambos.
—Lo necesario para conseguir respuestas y seguir con vida, Damián. Tengo muchas muertes en mi conciencia y no pienso agregar la de Ana a la lista —mis dedos se aferraron a su casaca. Me encomendé a él con desesperación pura—. Ayúdame, por favor. Ayúdame a salvarla.
—Tiene... ¿posees alguna idea de dónde podemos encontrarla? —preguntó, otorgándome su respaldo como siempre, aunque su mirada era distinta a la que conocía. Lucía decepcionado, pese que con ello me brindaba su ayuda.
Nos encaminamos al ala de los trabajadores del palacio donde guardias ya cuestionaban a los sirvientes por el paradero de Ana. Mostraban su fotografía para que pudieran identificarla. A lo lejos, vislumbré a Adrelin. Ellas eran amigas, por lo que esperaba que supiera de su estadía.
La intersecté antes que los guardias del comandante lo hicieran y, aunque a un inicio se mostró renuente de confesarlo tras conocer bien de lo que se le acusaba, al jurarle que yo la buscaba para salvarla y no enjuiciarla, me contó que se escondía en la pequeña bodega detrás de los establos. Tan pronto como nos destinamos un grito emergió dentro.
La habían encontrado, lo supe, sin embargo, la escena era un tanto distinta contemplando que Agustín y no Ana, fue los que mis ojos vislumbraron. Estaba siendo asfixiado por un fuerte, pues intentó ayudar a Ana, quien yacía sobre el suelo y la paja por un contundente golpe en el rostro que le hacía sangrar el labio.
—La tengo Majestad —habló el guardia fuerte con su mano conteniendo la muñeca de mi doncella—. Este es su cómplice.
—Buen trabajo soldado ahora déjelo respirar. Lo necesito vivo para su juicio.
El fuerte me obedeció y tanto Agustín como Ana, me miraron temiendo lo peor, pues comprendían que serían juzgados y condenados a muerte por traición a la corona y a su reina. Cuando el soldado abrió paso a la puerta para dar aviso al comandante Wendigo, su comandante al mando, fue sorprendido por un golpe en la nuca por la empuñadura de la espada de Damián.
—¡Salgan! —les grité a Agustín y Ana, quienes no entendían del porqué les ayudabamos.
—Hágalo olvidar —me pidió Damián y yo asenté, pues al agredir al soldado para sacar a aquel par se convirtió en cómplice.
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Editado: 26.10.2025