En los ojos de la reina

Capítulo 43: Todos mienten

Avancé con un objetivo claro, sin tiempo ni perdón. No había cabida para ninguno de ellos si la verdad era lo que buscaba.

—Mi reina —escuché la preocupada voz del coronel Irruso una vez que le encontré subir las grandes escaleras de las puertas del palacio. Tiraba órdenes a los pocos soldados que habitaban en el recinto para mantenerlo cerrado—. ¿Se encuentra... bien? —miró las partes de mi cuerpo vendadas.

—Tanto como puedo, sí. ¿Sabe algo acerca del paradero de Rolan Llanos?

Pudiera que mi pregunta le tomara por sorpresa con respecto a las evidentes prioridades que dominaba el palacio, pero más que nunca debía de encontrarlo.

—Me parece haber escuchado mencionar que uno de los hombres de su guardia personal entró al palacio hace poco. Por la descripción, se trata de su prometido —una punzada a lo último espetado por su boca hormigueó mis pensamientos. Si a él le incomodaba aquel título en Ron, no lo demostró.

—Lo buscaré.

—No Majestad, espere —su mano sujetó mi muñeca para impedir que me alejara—. Algo no está bien aquí. Debemos traer más guardias al palacio. Existen múltiples disturbios fuera de los muros y muchos de los enviados a reconocimiento no han regresado ni otorgado su ubicación.

—No, ellos deben permanecer afuera, protegiendo a los ciudadanos.

—Solo observe mi reina.

Su brazo se direccionó a las grandes puertas donde se vislumbraba humo y llamaradas que se movían a lo lejos bajo el nocturno cielo de una oscura y temida noche. Tenía razón el coronel en todo lo exclamado. Algo no andaba bien, el desastre, la enfermedad, mi hermano vivo. En definitiva tuve la certeza de que aquel día era el día.

—Los soldados de allá fuera no están conteniendo nada en absoluto —prosiguió—. Hacen lo mejor que pueden se lo aseguro, pero lo que sea que se haya desatado este día, es más veloz y mortal que nosotros. Los elementos enviados a Concorda junto con el teniente Yraco tampoco han vuelto. Hace horas se encontró a un guardia maniatado en los establos y se ha filtrado información sobre usted nada buena. Pronto, el consejero Farfán junto con sus guardias arribaran con noticias que dudo que sean prometedoras. Mi reina... ¿qué es lo que haremos?

—Yo...

"No lo sé"

De verdad que no existió respuesta alguna que pudiera calmar la tribulación en la que nos conservábamos, por lo que solo me restó acercarme al ventanal más próximo y observar el panorama de una futura nación en llamas consumida por sus errores. Mis errores.

—Coronel ¿Cree que podamos salvar a Xelu?

Mi voz titiló en aquella cuestión.

—Hay que contener lo más que se pueda este contagio, Majestad. Lorde y Teya ya han sido informados ante su anuncio para evitar expandirlo y han optado por cerrar sus fronteras para evitar cualquier invasión posible.

—No podemos permitir que ellos logren lo que quieren, coronel —exclamé retóricamente al tiempo que me giraba para mirarlo y cortar sus palabras.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos, Majestad?

—Los rebeldes —contesté—. Los seguidores que fueron contratados por fuertes para quedarse con Victoria. De ellos hablo.

—No entiendo.

La desesperación me embargó al grado que llevé mis manos a la casaca del coronel.

—Prométame que si muero usted cuidará de Ben. Lo guiará y seguirá a dónde sea que vaya. Por favor, prométalo.

—¿Pero mi reina por qué usted moriría? —Eren me observó con preocupación ya fuera por no comprender del porqué mencionaba un hermano que él suponía muerto o por mi presente paranoia a los rebeldes.

No quise responder, pues la verdad a ello me aterraba, sin embargo, deseé llorar y poder derrumbarme en su abrazo. Decirle que me estaba rompiendo y que Benjamín me odiaba porque al igual que la nación, él creía que había matado a mi familia por un pedazo de corona, aunque mis lágrimas se contuvieron y levantando el rostro, me erguí con la suficiente rabia para luchar frente a toda esa gente que quería verme justo como me encontraba en ese momento.

—Hágalos volver —ordené finalmente—. Traiga a todo guardia con el que pueda comunicarse ahora —continué con la vista de nada más qué de una futuro reino que caía frente a mis ojos. Me alejé de tal panorama con un pensamiento único en mi cabeza.

Egoísta lo sé, pero requería de la verdad y la obtuve una vez que el crujir de la puerta de mi sala personal se abrió y finalmente, contemplé a Rolan.

De manera pronta corrió en mi dirección. Me tomó del rostro con las palmas de sus manos y el calor en ellas me estremeció.

—¡Ofi, linda! la ciudad es un caos. Apenas conseguí volver después de dejar al desertor ¿Pero que te ha sucedido? —fue testigo del rose en mi mejilla causada por aquella fugitiva pareja en el bosque al igual que mi mano vendada.

—Nada que no sea capaz de resistir —agregué con voz suave mientras él unía su frente a la mía.

—Sí te pasará algo Ofi yo me moriría —tendió sus brazos a mi cuerpo para rodearme.

—¿De verdad? —mi tono incrédulo fue percatado por su parte.

—¿Sucede algo? —se alejó del abrazo que me proporcionó, sin dejar de posar sus manos sobre mis hombros.

Trague saliva tomando valor antes de preguntárselo.

—Ron, recuerdas que alguna vez me confesaste haber entrado a mi mente un día y aquello destrozó la tuya.

—Sí, lo recuerdo.

—¿Qué día fue ese?

—¿Por qué me lo preguntas ahora?

—Solo respóndeme —presioné.

—Algo me dice que ya lo sabes y que solo buscas confirmarlo —se alejó en su totalidad de mí, pese que su mirada se conservó sobre la mía.

Ya no deseaba mirarlo ni un segundo más, pero fui valiente y con voz débil proseguí:

—Existe un espacio en blanco dentro de mi mente —posé mi mano en la sien. Retrocedí un paso en dirección a la chimenea activa—. Es cómo sí lo hubieran borrado. Uno que incluye a Paolo. Es solo un instante, pero me parece que ese momento ha sido precisamente el que me ha llevado hasta este punto de nuestras vidas, así que puedo adivinar sin equivocarme que día fue ese —mi susurro pareció más una pregunta que afirmación—. Fue el día que El Celeste cayó ¿no es así?




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