En los ojos de la reina

Capítulo 48: La última batalla

Me encuentro de rodillas nuevamente bajo la merced de René Farfán y tal como él me quiere: a punto de suplicar por mi vida, pero no lo haré. Incluso si tengo tres guardias aposados a mi espalda apuntándome con sus armas no cederé.

Como sí pudiera huir. Como sí deseara hacerlo.

Descansa en el trono tal como lo imaginé. No ha pasado mucho desde la última vez que lo vi, a decir verdad, aunque a ambos nos pareció demasiado, supongo. Dejó atrás su saco con medallas y su peinado tan propio en poco menos de una hora desde que nos enfrentamos. Solo porta su camisa arremangada a los brazos, medio desabotonada. Me mira con una sonrisa que le proporciona su estúpida y mentirosa boca, triunfante por tenerme de nuevo en su poder, aunque la intriga por mis anteriores actos le cubre las facciones del rostro.

—¿Qué sucedió? —pregunta al fin.

Debe referirse al hecho de mis acciones antes de llegar aquí. Sus guardias le hacen entrega de las armas con las que me aprendieron. Pronto le resumen que una vez que dejé a mi hermano y comando en los espesos bosques, me adentré por el lado contrario del follaje donde ellos intentarían luchar por sus vidas para distraer a los soldados que escucharon el resonar de las últimas balas del arma que tomé para atraerlos a mí y de ese modo, correr lo más ágil que mis piernas me proveyeron.

"Vamos, sigan el rastro"

Tiempo. Solo eso requería para que mi hermano y el resto tuvieran éxito en su escape y se los otorgaría. Mis capturadores iban arriba de corceles, por lo que no demoraron en rastrearme. Para mi fortuna era justo eso lo que deseaba, pues mi objetivo siempre fue tener el tiempo suficiente para concederme el arribar a aquel árbol hueco en dónde se ocultaba el ciclomotor de Rolan. Supliqué porque se mantuviera en aquel sitio aún, y para todo asombro mío lo estaba, pues mi mente tomo en cuenta la posibilidad de que Ron se hubiera fugado en él.

No lo pensé mucho para sacarlo del sitio y contrario a lo que los guardias imaginaron una vez que sus llamarados par de ojos rojos me capturaron a pocos metros de distancia, esperé a que se acercarán lo suficiente para incrustar el filo de mi espada en el tanque de combustible y derramarlo en una línea recta que seguirían. De pronto, lo inevitable surgió. Mi última bala prendió mi improvisado plan hasta extenderse al ciclomotor y entonces, cederle el turno al fuego que se engrandeció. Iluminó y apagó todo a su vez con el rastros de humo y fuego por doquier.

"Fuego blanco"

Nació ayer, creció hoy y vencerá mañana.

—No, pregunta equivocada ¿Por quién lo hiciste? —continúa Farfán regresándome al aquí. Lo vislumbro reincorporarse en ese instante que toca su abdomen con un gesto ligero de dolor.

No falló mi hermano cuando su espada se deslizó en su cuerpo, aunque debió hacerlo más profundo. Debió acabar con él.

Navega por segundos silenciosos en el cuarto. Rodea el trono hasta destinar su vista en aquel retrato que me asigna como la actual regente. Su lánguida sonrisa por aquel hecho se mueve al compás de su dedos que ordena a los guardias aposados a la puerta que abran el acceso.

—¿Será por él, quizá? —me toma de la muñeca con la suficiente fuerza para elevarme del suelo y pueda contemplar el anillo que un día Rolan me obsequió.

Se regocija al ver la pequeña joya en mi dedo, mientras de forma interna ejecuto lo mismo con el plan maquinándose dentro de mi mente.

"Bien, te creyó"

Y es que en el momento que me destiné a guardar aquella pulsera otorgada por Damián en mi chaqueta, me percaté de que dentro permanecía por igual el anillo de Rolan que removí durante el corredor cuando fue arrestado tras enterarme de la verdad.

Estaba sola, así que me di el momento de maldecir el día que lo conocí y me enamoré de él. Pensé que su amor era real. Se sintió así al menos, sin embargo, no lo fue. Me coloqué el anillo en mi dedo de nuevo una vez que llegué a aquel hueco del árbol con una promesa por cumplir, ya que René y Rolan debían creerlo una última vez. Él debe creer que lo perdonaba sobre todas las cosas.

"Utilízalo como él lo hizo contigo"

Pues si bien era cierto que alguna parte de Ron me amaba, a su retorcida manera, contaba con usar aquello a mi favor, siempre y cuando él todavía estuviera ahí. Irónico que haya usado la ruta de escape que él mismo me enseñó para proteger a los que quería, del mismo modo lo fue el transporte que meses atrás nos unió un tiempo no hace mucho.

Dejo entrever una mirada de vergüenza por mi fragilidad ante Rolan Llanos frente a Farfán cuando nuestras miradas colisionan.

Poder. Control. Piensa poseerlo, pero se lo arrebataré.

—Debo confesar que me sorprendió que te marcharas sin el muchacho. Amas a tu hermano sobre todo y todas las cosas, aunque has vuelto ¿no? Estabas sola cuando te encontraron en el bosque. Eso requiere de valor o... de estrategia. Dime, ¿Dónde está tu hermano? él no te dejaría venir sola.

—No le brinde una opción —eso era cierto.

—No te creo —su voz se eleva en lo que su mano va a mi barbilla en un agarre del que no puedo liberarme—. ¿Qué eres? ¿La distracción? Sabes bien que todavía no te mataré. Acaso me entretienes ¿Es eso? —sonríe momentáneamente para después cortarla y lucir encolerado—. ¿Dónde está? —pregunta de nuevo, mientras su mano se desliza a mi cuello. No lo aprieta, pero está tentado a hacerlo, más cuando decido escupirle.

—Vine a matarte René Farfán Sorte —sonríe ante mi confesión—. Y te prometo por toda la fuerza que no poseo que dejaré a Mikaela huérfana dentro de una maldita prisión, pudriéndose el resto de su asquerosa vida.

Exclamar el nombre de su hija lo descoloca. Todos tienen un punto débil y ella era el suyo. Es por esa razón que su mano presiona con fuerza mi cuello. Me gira de tal forma que mi espalda descansa en su pecho. Quiere que mire algo, pero solo contemplo la puerta cuando de un momento a otro vislumbro la razón de su acto. Rolan es arrastrado por un fuertes hasta donde residimos.




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