En Manos Del Magnate

CAPÍTULO II

Me disculpé algo nerviosa y fui donde mi madre. Ella estaba conversando con algunas señoras muy elegantes, respiré hondo y saludé cordialmente a todas esas personas. Mi madre sonrió al ver que llevaba puesto el vestido y con una seña indicó donde debía sentarme. 

—Debo admitirlo, te ves increíble en cualquier lugar —mencionó Joshua apareciendo de quién sabe dónde. 

Di un pequeño brinco del susto y volteé a verlo. 

—No exageres, no es para tanto —titubeé. 

—Señora Harris, ¿cómo está? —habló dirigiéndose a mi madre —, será que puedo acompañar a esta bella dama...

—Ah, querido Joshua, no te preocupes, claro que puedes acompañarla. 

Giré los ojos al ver que mi madre le seguía la corriente. Joshua y mi madre eran como amigos contemporáneos, y eso, era realmente divertido. Justo cuando Joshua tomó asiento, apareció Dianna, una amiga en común. 

—Vaya, mírate Joshua, incluso en estas circunstancias no dejas de verte tan bien —pronunció tomando por detrás los hombros de Joshua. 

Él apartó las manos de Dianna con suavidad y bajó la mirada algo tímido. Sonreí por debajo, Joshua nunca aceptaba los buenos cumplidos. 

—Dónde me quedé yo —dije haciendo un pequeño puchero. 

—Ay, tú sabes lo linda que eres, no tengo por qué decirlo. En cambio Joshua, aún no se da cuenta de lo mucho que vale, ¿no es cierto, tontito? —intervino ágilmente tomando las mejillas de Joshua.

—Ya fue suficiente Dianna, me queda claro que piensas que no puedo superar a Yue.

Continuamos conversando de cosas parecidas y aunque Dianna pensaba que no notaba sus intenciones con Joshua, disfrutaba esa pequeña agonía por estar junto o mejor dicho pegada a Joshua. Ambos eran amigos de la universidad, ocupaban la misma carrera y eso fue esencialmente lo que los unió.

Mi madre continuaba hablando con esas señoras y yo ya me había aburrido, todas las voces del lugar me abrumaban el alma, decidí entonces salir a tomar aire. Subí a la azotea del lugar con una copa de vino en mis manos, no tenía intención de emborracharme, solo quería evitar el frío. 

Cuando llegué disipé la silueta de un hombre al borde de una baranda. Supe que era Marcus por su aspecto tan triste, giró repentinamente y me analizó con su mirada. Me quedé quieta esperando alguna palabra. Volvió a girar perdiendo su mirada en aquel cielo iluminado de estrellas. Avance lentamente en otra dirección, debía darle espacio a Marcus, así que, retirarme era la mejor opción. 

—Puedes quedarte —habló de repente. 

—No quiero incomodarte, por eso me iba —respondí con una voz suave. 

—No te preocupes por mí, se que ella está allá arriba, decorando este hermoso cielo —susurró desviando su mirada. 

—Estoy segura que es aquella —dije apuntando la estrella más brillante que pude encontrar —. La más bonita y brillante.

—Eso de allí es un satélite, pero no importa. 

«Maldita sea» pensé. Cómo podían diferenciar una estrella de un satélite. Mantuve el silencio mientras tomaba un sorbo del vino. Marcus permanecía susurrando cosas que preferí no escuchar. Caminé en otra dirección cuando un viento suave cubrió todo mi cuerpo. Llegué a la puerta y decidí salir de ahí, no quería seguir siendo una estaca para el desborde de emociones de Marcus. 

***

—¿Estas segura? —preguntó con una sonrisa. 

—Puedo ir sola desde aquí, no tienes por qué preocuparte —respondí pegando mi cabeza en el hombro de Joshua. 

—No hagas eso o tendré que quedarme contigo —balbuceó. 

—Bien, como quieras. Estos tacones me están matando y mañana tengo asuntos importantes en la empresa. Me voy. 

Joshua me sostuvo de una mano, tratando de impedir mis pasos y lo logró. Se quedó mirándome fijamente sin decir nada, por mi mente pasaban millones de posibilidades, pero esto era aún muy apresurado. Contempló mis ojos por unos segundos más y me soltó. No me quise apartar, sin embargo no tuve más remedio que irme. 

Cuando llegué a casa mi madre estaba organizando sus nuevos regalos, hablaba por teléfono y al notar mi llegada despejó un pequeño espacio en toda la mesa y colocó una pequeña cajita roja. 

—Esto de aquí, es el pase directo al corazón de Marcus —confesó entre risas pequeñas.

—De que hablas —cuestioné con curiosidad.

—Es el collar de rubíes de su difunta esposa, lo gané en una subasta —dijo sin dejar de mirar aquella caja —. Lo abriré.

—Mamá, qué te hace pensar que Marcus puede reemplazar a su esposa de la noche a la mañana solo por un collar —pregunté algo enfadada. 

—Escucha, sé que piensas que estoy loca, pero este collar fue muy especial para Marcus, dicen que se lo dio en la primera noche de bodas. 

Giré los ojos resignada. Mi madre era obstinada y era mejor no seguir insistiendo en algo que no llevaría a ningún lugar. Dejé la conversación ahí, no quería que el sol saliera antes de poder dormir unas cuantas horas. «Ya mañana traerá sus pesares» pensé.




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