Mi abuela estaba esperándome en la sala de llegadas del aeropuerto, acompañada por el horror más grande de mi vida, André. Miré a mi abuela, que continuaba siendo aquella mujer que siempre viste a la moda a pesar de su edad, con su cabello rizado y corto, con un flequillo que delinea su frente, y que nunca deja que su cabello se vea con canas.
—Hola, querida —dijo con aquella voz aguda y chillona tan característica de ella. Me rodeó con sus brazos para darme un abrazo de bienvenida.
—Hola, abuela. —Respondí a su abrazo y besé sus mejillas.
André me observaba con la misma mirada penetrante de siempre. Era más alto de lo que recordaba. Debajo de sus grandes y redondos ojos azules vi un par de bolsas violáceas y negruzcas. Su cabello rubio cobrizo combinaba a la perfección con los pantalones de vestir color gris y la camisa blanca que traía puesta. En realidad era atractivo, pero su físico se veía rápidamente opacado por su personalidad petulante.
—¿Qué tal el viaje? —preguntó.
—Bien, gracias. ¿Y a ti que te trae por aquí? —pregunté cortante.
—Le pedí que me trajera para recogerte, ya sabes que no soy buena conduciendo —respondió mi abuela en su lugar. La miré con reproche antes de voltear los ojos. André tomó el carrito con mis maletas y empezó a caminar delante de nosotros
—Iré a guardar esto en el portaequipajes del auto. Mientras tanto, ustedes conversen, deben tener mucho que contarse.
Apresuró el paso y pronto desapareció entre la gente. Mi abuela comenzó a caminar mientras tomaba mi antebrazo. Se acercó a mí como lo haría cualquier abuela que está feliz de ver a su nieta y recargó su cabeza en mi hombro. Lucía cansada, jamás la había visto con tantas arrugas en la piel, aunque también debo admitir que hacía mucho tiempo que no la veía.
—Escucha, hija. Sé que André no es tu tipo, pero él ha cambiado mucho últimamente y me ha pedido permiso para sacarte a pasear. Y como pareces estar necesitada de amistades que te lleven por el buen camino, le dije que sí. —Sacudí la cabeza ante la idea. Intenté controlarme, pero era demasiado que invadiera mi vida de esa forma y anulara mis deseos con órdenes—. Fleur, ¿tú qué opinas? ¿Quieres salir con él?
—¿Por qué nadie toma en cuenta lo que yo quiero? No, abuela, no quiero ir a ningún sitio con ese tipo —dije levantando la voz.
Mi abuela se detuvo frente a mí y cortó el camino interponiendo su cuerpo para evitar que avanzara. Mi abuela podía ser muchas cosas, pero desde que tenía uso de razón jamás había tenido una reacción violenta hacia mí. Al menos no hasta ese momento. Colocó ambas manos en mis hombros. Al principio me resulto cómica la mueca de severidad que reflejaban sus ojos y no pude evitar soltar una risita burlona, pero cuando apretó las uñas contra mi piel y me sacudió con fuerza, me hizo sentir como una niña.
—Fleur, no estoy segura de si tu padre te lo dijo, pero yo soy tu tutora ahora, y si quieres volver a vivir con él tendrás que obedecerme. El acuerdo que firmamos con el abogado dice que si yo no doy buenas referencias tuyas, él no podrá reclamar tu custodia de nuevo.
Me quedé helada. Retiré sus manos con las mías. Estaba temblando, así que respiré profundamente para evitar que las lágrimas se derramaran por mis ojos. No podía terminar de comprender qué me había dolido más, sus palabras o el ligero ardor que sus uñas habían provocado en mi piel.
—¿Me estás amenazando, abuela?
—No, cariño. Pero después de lo que hiciste, ¿realmente crees que tienes credibilidad ante tu padre? —No era realmente una pregunta. Mi abuela estaba afirmando que mi padre la creería más a ella que a mí y, en el fondo, sabía que así sería.
—Saldrás con André hoy, mañana o cuando yo te diga, y si no lo haces, entonces no asistirás a clases. Además, le diré a tu padre que te has descarriado aún más.
Las lágrimas se derramaron, pero eran lágrimas de rabia más que de dolor. Pude ver cómo en el rostro de mi abuela se dibujaba una media sonrisa, un gesto triunfante que me dio náuseas. Supongo que creía haber doblegado mi voluntad solo por el hecho de verme llorar. La miré con un odio impresionante que no la amedrentó en absoluto, solo la hizo sonreír aún más. Descaradamente se burlaba de mí. ¿Quién era esa persona? ¿Desde cuándo mi abuela se había convertido en eso? André nos esperaba con impaciencia frente al auto. Después de subir, la pregunta que estaba matándolo salió de su boca, junto con un suspiro de alivio.