Estudiaba la guía con las materias y las especialidades que ofrecía el conservatorio. No sabía qué tipo de curso había ganado, pero debía ser de lo mejor. En la guía venían incluidos los nombres de los ganadores de las becas que se habían ofrecido en Estados Unidos. Junto al nombre de todos ellos estaba escrita la especialidad que estudiarían, excepto en el mío. Eso me tenía preocupada. Leí con cuidado la biografía de Kenya. No había podido contactar con ella desde el día de la graduación. Había intentado llamarla durante casi toda la noche, pero sin éxito.
—¿Ya terminaste tu desayuno? —preguntó mi abuela.
Mi mente estaba demasiado ocupada pensando en todos los nuevos retos que me esperaban, así que solo picoteaba la fruta y no había tomado ni un poco de jugo
—Estoy nerviosa por las clases, abuela, no tengo mucha hambre.
—Entonces déjalo ahí y vete a la escuela.
Me levanté de la mesa. Estaba a punto de salir del comedor cuando el carraspeo de mi abuela captó mi atención.
—¿Vas a salir hoy con tus amigos? —preguntó.
—No lo sé, depende de cómo arregle mi horario en la escuela. ¿Por qué?
—Solo quería saber si tenías planes.
—Si hago alguno, te avisaré con tiempo —respondí exasperada y salí de la habitación a grandes zancadas.
En la entrada del conservatorio había varios chicos que buscaban en las listas pegadas en los anuncios de madera que adornaban la puerta del conservatorio. Varias escuelas de música estaban dentro del programa de becas que ofrecía y las listas contenían los nombres de los estudiantes de intercambio, los nombres de los becados, sus especialidades y el maestro que les había sido asignado. Busqué mi nombre, pero no lo encontré, y decidí entrar en las oficinas para pedir información.
El conservatorio tenía un aroma peculiar a caoba y menta. Se respiraba cierto aire denso cargado de esperanzas y sueños, así como de la dedicación de las personas que estudiaban ahí. Con una perfecta arquitectura del siglo XV, el conservatorio lucía como siempre lo imaginé. La oficina principal estaba justo al fondo del pasillo y llegar resultó sencillo. Empujé la puerta y entré. La mujer que estaba detrás del mostrador de madera sonrió con amabilidad. Me acerqué a ella y estaba a punto de presentarme cuando me interrumpió, explicando justamente lo que quería saber.
—Lo siento, en las listas solo aparecen los ganadores de las becas. Tu curso te fue otorgado como un reconocimiento a tus habilidades, eres libre de escoger entre las especialidades o áreas la que más te agrade. Y mañana haremos tu inscripción formal. Aquí tienes el mapa y la presentación estándar de los profesores. Visita las clases y toma tu decisión.
Por un momento dudé de mi capacidad de elegir con sabiduría mis clases, pues a pesar de haber estudiado música con anterioridad, solo fue durante poco menos de un año. De pronto me sentí insegura de poder seguir el paso a los demás. La mayoría había terminado cursos completos de música o eran hijos de músicos, por lo tanto habían comenzado su educación desde el vientre materno. Caminé entre los pasillos, asomando la cabeza en cada salón y observando las clases. Cada profesor tenía un método diferente. Visité las clases de canto, las clases de orquesta, incluso las clases de composición, pero había algo en cada una de ellas que no me convencía. Lo que quería aprender era algo más.
Al fondo del pasillo escuché la voz de una mujer que hablaba en inglés con un acento muy italiano. Caminé siguiendo aquella voz hasta que encontré un aula. En la plaquilla pegada a la puerta se leía: Cómo interpretar mis composiciones.
Entré sin tocar la puerta, intentando no hacer ruido, pero mi intento fue inútil, pues la puerta se cerró detrás de mí con un fuerte golpe, provocando que todos los presentes me miraran.
—Buenos días —saludé susurrando.
La profesora me ignoró y continuó con su explicación. En cierta forma, esa actitud me hizo sentir mejor por mi estruendosa entrada. Me senté en la última fila y puse atención a sus palabras.