En mis sueños

Recogiendo los pedazos

   Estaba recostada en la cama cuando escuché los golpes en la puerta de la casa. Era mi padre, quien inmediatamente comenzó a gritarle a mi abuela. No sabía cuánto tiempo había pasado. El tiempo se movía de una forma extraña. Me levanté de la cama y metí la ropa en las maletas. Bajé corriendo las escaleras. Cuando mi padre me miró fijamente, los ojos se le desorbitaron. Al igual que mi abuela, sus ojos me recorrieron de pies a cabeza.

 

—Vámonos, papá. ¡Por favor! —dije con urgencia. Mi padre intentó tocar la herida de mi frente.

—¿Qué te ocurrió? —dijo con un hilo de voz.

 

Al ver su mano acercarse a mi rostro, no pude evitar comenzar a gritar y cubrirme la cara con las manos. La voz de una mujer llamándome, susurrando mi nombre con delicadeza, captó mi atención.

 

—Tranquila —susurró.

 

La mujer no era muy alta, pero tenía un cuerpo muy bonito y delineado. Sus ojos marrones y su cabello negro, acompañados por aquellas facciones orientales, me sacaron de aquel recuerdo que me abrumaba. Su presencia hizo que, durante unos momentos, la opresión de mi pecho desapareciera. Al principio me pregunté quién era, pero de pronto eso dejó de tener importancia para mí. Corrí tan rápido como pude y me abracé a ella. Su aroma y la ternura con la que regresó mi abrazo me ayudaron a poder salir del trance en el que aún me encontraba. Me eché a llorar como una niña pequeña en los brazos de su madre. Estoy segura de que si mi madre estuviera aún conmigo me abrazaría de ese modo. Mi padre miró a mi abuela con furia en sus ojos.

 

—¿Por qué no la llevaste a un hospital? —Mi padre no era muy observador, pero era difícil ignorar que mis manos estaban manchadas de sangre seca y que mi rostro tenía no solo manchas de sangre, sino también de sudor seco. Mi abuela balbuceó antes de contestar.

—¿Cómo esperabas que la llevara si no deja que nadie se acerque a ella? De haberla obligado, tal vez habría salido corriendo. —Mi padre ignoró aquella excusa y se volvió hacia mí.

—Fleur, necesitamos ir a un hospital —susurró.

—¡No! Solo quiero irme de aquí. ¡Por favor!

 

Mi padre cerró los ojos. Estaba preocupado, nadie podía saber con exactitud lo que había ocurrido conmigo y ya había quedado claro que no pensaba decir palabra alguna. Aquella mujer le tomó el brazo y le dijo en tono de súplica que me llevaran a casa. El semblante de mi padre se suavizó de golpe. No había visto jamás que alguien tuviera ese poder sobre él. Me sorprendió. Pero la curiosidad no era suficiente aliciente para ayudarme a salir del pozo en el que estaba cayendo. No quería discutir con nadie, no quería saber quién era esa persona. No quería hacer nada con mi vida, solo quería salir huyendo de ahí. No quería volver jamás a París.

 

   Mi padre me ayudó a subir al auto. Y después regresó a hablar con mi abuela. La mujer que lo acompañaba se quedó conmigo. Recargué mi cabeza en su regazo. Estaba tan cansada que mis ojos se cerraron y poco a poco comencé a quedarme dormida. Mi mente comenzó a soñar con pequeños recuerdos de lo sucedido, la misma escena repitiéndose una y otra vez en cámara lenta. Las manos de aquella sombra borrosa recorriéndome, yo resistiéndome, dolor y miedo… Su cercanía, el sabor de colonia en mi boca y después gritos… Mi voz suplicando: «¡No! ¡Basta! ¡Por favor!».  Luché por obligarme a despertar. Sentí el roce de una mano en mi frente y abrí los ojos inmediatamente, intentando entender dónde estaba y si aquello era solo una pesadilla.

 

—Fleur —susurró una voz femenina. Cuando recuperé el sentido por completo, me di cuenta de que las caricias que sentía sobre la frente no provenían de una persona, se trataba de una toalla con agua fría que alguien usaba para secar el sudor.

—¿Quién es usted? —pregunté. Mi voz sonaba pastosa y débil.

—Eso no importa ahora. Recuéstate, necesitas descansar.

 

   Me ayudó a recostarme de nuevo y siguió enjugando no solo el sudor de mi frente, también las lágrimas, que no había notado que se derramaban por mis ojos. Volví a dormir. Tenía razón, necesitaba descansar. Solo de intentar sentarme en la cama perdí toda la fuerza que tenía.




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