Nos quedamos profundamente dormidos hasta que el timbre del celular nos despertó
—はい (¿Sí?) —contestó él—.まだ寝ている (Aún está durmiendo) —respondió y volteó a mirarme, fingí seguir durmiendo—. Ya vienen a por nosotros —susurró en mi oído y colocó su mano en mi frente—. Aún no baja la fiebre, ¿te sientes mal? —dijo en tono angustiado.
—No, en realidad —respondí.
Él volvió a tomar el teléfono e informó a los profesores de que tenía fiebre desde la noche anterior y aún no había bajado.
—Van a tener una ambulancia en la escuela esperando a que bajemos. —Asentí y volví a recostarme con la espalda contra el suelo. No sentía aquel calor que la fiebre debería provocar, pero veía las cosas moverse muy lentamente.
—Los profesores —dijo cuando escuchó ruido fuera de la pagoda y salió a recibirlos.
El médico de la escuela los acompañaba. Se agazapó junto a mí y me revisó. Hice una mueca de dolor cuando revisó mi tobillo, que aún estaba hinchado.
—Es solo una gripe —dijo a Yori—. Pero está deshidratada. Será mejor ingresarla en el hospital para que la traten.
—¡Hospitales no! —grité e intenté ponerme de pie.
—Tranquila —dijo Yori y caminó hacia mí. Se agazapó también y me miró de forma severa para reprenderme en silencio. Tragué saliva y sonreí lo más dulcemente que me fue posible.
—Por favor, todo menos un hospital —susurré.
—Doctor, mi madre puede cuidarla. ¿Cree que si contratamos una enfermera podrían ponerle el suero en casa?
—No creo que haya problema. —El médico terminó de tomar mi pulso y se puso de pie.
Los profesores habían llevado un auto, así que me subieron a la parte trasera. Yori subió conmigo y acomodó mi cabeza en su pecho para que fuera más cómoda.
—Algún día tendrás que ir al hospital —susurró en mi oído.
—Pero no hoy —respondí. Él dejó escapar una carcajada y recargó la espalda en la portezuela del auto.
Quería regresar pronto a casa para terminar con la tensión que se apoderaba de nosotros y poder con ello olvidar lo que había sucedido, las palabras que se habían pronunciado. Cuando finalmente llegamos al colegio, nuestros padres estaban junto a la ambulancia. El profesor abrió la portezuela para que Yori pudiera bajar y los paramédicos pudieran cargarme. Pero, para sorpresa de todos, simplemente levantó mi cabeza para bajarse y él mismo me tomó en sus brazos y me llevó hasta la camilla
—No quiere que la hospitalicen —dijo en dirección a nuestros padres.
—Está bien —respondió mi padre y los paramédicos me revisaron. El médico intercambió algunas palabras con ellos.
Me recosté en la camilla. Supongo que debí quedarme dormida, porque cuando desperté nos encontrábamos en casa y mi brazo tenía el suero puesto.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Yoko, quien me cuidaba desde una silla al fondo de la habitación.
—Mejor —respondí con la voz ronca.
—Nos preocupaste mucho.
—Lo lamento. —La observé levantarse y acercar la silla hasta la cama.
—Fleur —dijo seria—. ¿Por qué tus brazos tienen marcas de agujas?
—Bueno… es...
Intenté pensar lo más rápido posible en una excusa, pero mi mente se había quedado en blanco. El ruido de la puerta al abrirse me hizo sentir como si hubiera sido salvada por la campana.
—Mamá, no deberías interrogarla de esa forma —dijo Yori. Lo miré agradecida y él respondió con un guiño de su ojo derecho.
—No quiero interrogarla, estoy preocupada.