En mis sueños

Un huracán se acerca

   El supermercado estaba tranquilo, no había mucha gente comprando, así que podíamos juguetear. Me sentía como si fuéramos una pareja de recién casados, en paz. Incluso olvidé que debíamos guardar nuestras distancias para evitar que alguien notara nuestro comportamiento. Yori era toda una celebridad, así que antes de salir había amarrado su cabello en una pequeña cola de caballo, había quitado el broquel que normalmente adornaba su oreja izquierda y llevaba unos lentes oscuros en la cabeza.

 

—No puedes verte un poco menos no quiero que me reconozcan —dije antes de salir de casa, pero me ignoró y terminamos yendo con ese look al supermercado.

—¿Quieres ver una película? —preguntó mientras entrelazaba sus dedos con los míos.

—¿Vamos al cine?

—Preferiría que rentáramos una y la viéramos en casa —murmuró en mi oído. El roce de su aliento tibio me hizo cosquillas y provocó que un escalofrío me recorriera.

—De acuerdo —respondí mientras intentaba que mi pulso se normalizara.

—Elige tú —dijo mientras paseábamos por los anaqueles.

—¿Y si no te gusta mi elección? —Enarcó la ceja izquierda, haciendo aquel mohín tan Yori.

—No creo que eso ocurra —respondió con picardía.

—Yo te lo advertí —dije. Caminé hacia el aparador que estaba al otro lado y regresé con dos películas—. ¿Te gustan las películas de terror?

 

Sus ojos me causaron gracia, pero no dije nada. Jamás imaginé a Yori como el tipo de persona que no gusta de las películas de miedo. Para mí las películas de terror japonesas eran de lo mejor que podía haber pues, a comparación de las películas americanas, el estilo de terror era más psicológico, no contaban con grandes efectos especiales y eso provocaba que fueran más reales, al menos para mí.

 

—Dijiste que podía elegir —dije poniendo la voz aguda.

—Pero ¿por qué de terror? —preguntó angustiado. Hice un gesto de puchero y Yori cerró los ojos y las tomó.

—¿Por qué no te gustan este tipo de películas? —pregunté mientras esperábamos en la fila para pagar la renta.

—No es que me desagraden, pero no entiendo por qué las personas las miran. ¿No les parece suficiente el terror que vivimos a diario?

 

   Me parecía lógico su comentario, solo que nunca lo había visto desde ese punto de vista. Para mí ver películas de terror era una forma de relajarme, lo cual para mi padre, por ejemplo, era algo sumamente extraño.  Imagino que, de haberlo comentado con Yori, habría opinado igual que él. Así que decidí guardar silencio.

 

Llegamos a casa y comenzamos a guardar las compras en su lugar. Me coloqué el delantal color gris que Yoko utilizaba para cocinar.

 

—¿Me ayudas? —pregunté.

—Sí. Pero no me pondré eso —dijo mientras señalaba el otro delantal que estaba en la entrada de la cocina.

 

Con cada ingrediente que agregábamos, me acercaba y había un beso o una caricia de manos, una que otra sonrisa y, por supuesto, muchas miradas intensas.

 

—Está listo —grité para que se apresurara en pasarme los platos.

 

   Nos sentamos a comer.

 

—Extrañaré tu comida. ¿Ya tienes fecha para la promoción del disco?

—Sí, pero tranquilo, aún tenemos poco más de un mes.

—¿Un mes? Es muy poco tiempo. Cuando hicimos la promoción de mi disco,  tenía tres meses más o menos de haber sido grabado.

—Liam dice que si dejamos que las personas pierdan interés en mi música, después será más complicado que compren discos.

 

La cena continuó con nuestra conversación acerca de trabajo, las diferencias de nuestras discográficas, las similitudes. Queríamos saber cuánto tiempo pasaríamos separados, ya que a ninguno de los dos le emocionaba la idea.




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