En mis sueños

Bendita Ignorancia

La luz que se filtraba por la ventana hizo que despertara. Poco a poco comencé a parpadear para ubicar dónde me encontraba. Me dolía el cuerpo y tenía la sensación de ser la mujer más feliz del planeta. La cabeza de Yori estaba recargada en mi pecho, mientras que uno de sus brazos me apretaba contra él por la cintura, era una posición en la que nuestras extremidades estaban unidas, o más bien dicho enredadas. No quería despertarlo, así que comencé a moverme debajo de él, y con cuidado fui arrastrándome hasta la punta de la cama. Intenté rodar hacia afuera, pero la sábana estaba enredada en mi pie, así que al tratar de ponerlo sobre el suelo caí de cabeza y terminé diciendo una palabrota en francés. Me golpeé la frente con la mesita de noche. Me levanté tan rápido como pude y me percaté de que Yori me observaba sorprendido. Me sentí tan ridícula y avergonzada que solo se me ocurrió soltar una risita tonta, a la que Yori respondió riendo a carcajadas.

 

—¿Estás bien? —preguntó al ver que me estaba tocando la cabeza.

—Sí —respondí con la respiración entrecortada.

—¿Qué estabas haciendo?

—No quería despertarte y… tengo mucha hambre, así que decidí levantarme, preparar el desayuno y sorprenderte, pero… —respondí intentando sonar normal.

 

Una sonrisa tierna le iluminó el rostro. Se levantó rápido de la cama y caminó hacia mí. ¡Wow! Verlo desnudo provocó que mi mente invocara los recuerdos de la noche anterior. Él notó la intensidad de mi mirada y se encogió de hombros.

 

—Fleur, me estás intimidando —dijo divertido. Recogió una de las sábanas del piso y la colocó sobre mis hombros, había olvidado que yo también estaba desnuda.

—Gracias —musité.

—Un placer —susurró mientras rozaba mi nariz con la suya.

 

Intenté caminar hacia las cortinas para descorrerlas y dejar que entrara la luz de sol en todo su esplendor, y con ello tener un pretexto para dejar de mirarlo, pero una punzada en las caderas hizo que gimiera y me sostuviera de la mesa donde estaba la computadora de Yori. Él recorrió el espacio entre nosotros de una sola zancada larga y me sostuvo por la cintura.

 

—¿Te duele?  —Su pregunta provocó que el rubor subiera por mis mejillas, había evocado un nuevo recuerdo. Sacudí la cabeza a modo de negación—. Fleur, si te lastimé… necesito saberlo, yo no sé mucho de estas cosas.

 

Refrené mi necesidad de poner los ojos en blanco y responder algo como «y yo sí». Hasta ayer, yo pensaba que André había abusado de mí, y ahora todo indicaba que, aparte de la paliza y el susto de muerte, no me había tocado un solo cabello.

 

—Estoy bien… solo fue… intenso —respondí con un hilo de voz.

 

¡Dios…! ¿Cómo podía sentir tanta vergüenza de hablar sobre esos temas con él? También él parecía incómodo con la conversación, pero era necesario tenerla. Abrí la boca para comenzar con el tan esperado tema, pero la voz de Yoko nos sobresaltó.

 

—Chicos, ¿están en casa? —gritó.

 

Habían regresado antes de lo planeado. Yori y yo intercambiamos miradas de pánico. Él respiró profundo. Sabía tan bien como yo que si nos descubrían esto caería como una bomba en la familia. Recogió su ropa del piso y se puso tan rápido como pudo el pantalón de deporte que usaba como pijama. Me miró con ojos de «¿Qué haces? ¡Vístete!». Yo me puse la ropa interior a toda prisa y caminé detrás de él. La sábana captó mi atención de pronto.

 

—La sábana —musité mientras la señalaba con el dedo índice. Él abrió los ojos como platos y la arrancó rápido del colchón, y la convirtió en una bola gigante que metió en su mochila con agilidad.

—Yo los distraigo, entra en tu habitación. —Asentí.

 

Salimos juntos de su habitación y él corrió hacia las escaleras, mientras yo corría hacia mi habitación. Una vez estuve en ella, me abracé a mí misma. Había sido un fin de semana memorable.




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