En mis sueños

No quiero perderte

Kenya me esperaba sentada en las escaleras con la mirada perdida. Estacioné el auto justo frente a ella y bajé. Caminé hacia ella con los hombros cuadrados y sosteniendo su mirada cuando esta se posó en mi rostro.

 

—¿Sobre qué quieres hablar? —pregunté.

 

La forma en que me miró me dejó impactada. Desde su visita a Tokio ella solía mirarme con ojos llenos de odio y envidia, pero en su mirada oscura y lúgubre ya no existían aquellos poderosos sentimientos. Solo había tristeza, desesperación y lo que parecía ser un atisbo de arrepentimiento.

 

—Lamento haberte hecho venir hasta aquí.

—No hay problema, pero no tengo mucho tiempo, solo ve directo al grano. ¿Qué quieres?

—Necesito contarte muchas cosas, pero no sé por dónde comenzar.

 

Los cuchicheos de los estudiantes captaron mi atención. Estábamos siendo demasiado interesantes para ellos y eso no era bueno para mi imagen. Si no quería que Liam se enterara sobre mi pequeña reunión clandestina con Kenya, debíamos salir de ahí.

 

—Sube —ordené señalando el auto con un movimiento de cabeza. Ella se puso de pie y caminó arrastrando los pies hasta la portezuela del copiloto.

Conduje hasta una pequeña cafetería al fondo de un callejón. El dueño ya me conocía. Cuando tenía deseos de huir de la presión, me escondía en ese sitio. Además, por la decoración rustica, era un lugar excelente para escribir o componer. La atracción principal era un piano antiguo que decoraba el recibidor.

—Hola, Fleur —saludó el anciano que molía el café detrás de la barra. Era un barista muy bueno, me había vuelto adicta a la cafeína con sus lattes y capuchinos.

—Hola —saludé—. ¿Quieres un café? —pregunté a Kenya, quien estaba distraída observando la hermosura del sitio.

 

Mesas de caoba oscura, perfectamente repartidas por el establecimiento, ventanas adornadas por cortinas blancas con encajes color crema, en una de las esquinas un librero antiguo con muchos libros, tanto antiguos como modernos, adornando sus repisas. Mientras el aroma del café contrastaba con el aroma a menta y eucalipto que provenía de un par de macetas a la entrada.

 

—Por favor —respondió.

—Dos lattes, por favor. —Me senté en una mesa circular al fondo del establecimiento.

—¿De qué quieres hablar? —pregunté cortante.

—Quiero disculparme contigo.

 

Sus palabras sonaron sinceras. Pero ni siquiera su notorio arrepentimiento podía hacer que olvidara tan fácilmente lo que había hecho. Quizá no tenía pruebas, pero solo ella me ofreció bebidas esa noche. Sin importar cuántas veces lo pensara, el resultado de la ecuación era el mismo.

 

—¿Por qué?

—Te hice algo terrible —murmuró.

—¿Te refieres a que me abandonaste en el momento en el que más te necesité? O quizá al hecho de ser tan malditamente cruel cuando estaba ahí destrozada y pensando que podría estar embarazada de André —siseé. No era el mejor momento para charlar conmigo, no estaba en mis cinco sentidos, sentía demasiada ira carcomiéndome por dentro.

—No solo por eso. Fleur, soy consciente de que después que te cuente todo tal como ocurrió, no vas a querer ni siquiera escuchar mi explicación, y también sé que tendrás todo el derecho para hacerlo. Por eso estoy pidiéndote que me perdones antes. Fleur, yo le dije a los medios sobre la firma que falsificaste.

 

   Debo admitir que, en alguna parte de mi mente, ya lo sabía. Había sido un día difícil. Quería un respiro pero, al parecer, la vida no estaba dispuesta a darme lo que necesitaba. Así que, agobiada, me solté a reír.

 

—¿Fuiste tú?  —Ella clavó la mirada en el piso—. Debo admitir que estoy sorprendida, te consideraba mi mejor amiga, confiaba en ti, te contaba todo acerca de mí —susurré.

 

—Aún hay más… Venderte no ha sido la única traición que cometí hacia ti —musitó. Tomó su bolso y de él sacó un cuaderno con espiral y cobertura negra. Lo colocó sobre la mesa.




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