-¿Cuánto tiempo te queda para que te revoquen el castigo?- Se atrevió a preguntar el demonio un día, al sentir que la curiosidad podía con él. También quería saber cuánto tiempo le quedaba a Damon junto al ángel.
-Solo faltan cuatro días para que me convoquen y decidan que hacer conmigo.- Respondió Angeliel, parecía aliviado de que ya estaba a punto de regresar a su hogar.
Damon siguió visitando el ángel regularmente. A veces se sentaba al lado de Angeliel en un silencio que a ninguno de los dos le inquietaba, otra veces tenían conversaciones cortas, pero divertidas.
Sin embargo, otros días, le invadía una repentina vergüenza, que ni siquiera sabía de dónde provenía, por lo que no sacaba la valentía necesaria para poder acercarse, y solo se quedaba a la distancia observando al ángel, para luego marcharse con la esperanza de que al día siguiente no se sintiera de aquella forma extraña.
Hasta que un día, el demonio decidió que dejar de ver a Angeliel era la mejor solución para dejar de sentirse de esa manera, por lo que el demonio dejó de visitarlo por una semana entera, en un intento de olvidarse de él, de su risa, de su calmada y pacífica voz, en la manera en la que pensaba antes de hablar, buscando las palabras indicadas que siempre expresaban exactamente lo que deseaba.
Para un ser inmortal, el tiempo humano era insignificante y extremadamente limitado, sin embargo aquella semana que pasó sin ver al ángel, le pareció eterna, cada intento de distracción que hacía solo provocaba que pensara en el ángel aún más. Por lo que no pudiendo aguantar mucho más, se dirigió al parque corriendo, y aunque supo que era cruel y egoísta de su parte, deseó que el castigo de Angeliel no se hubiese culminado aun, para que este siguiera allí.
Llegó con el corazón latiéndole desbocado y con alivio divisó al ángel recostado en el banco de siempre. Damon de acercó con una sonrisa que disimuló conforme se fue acercando.
-Angeliel...- Le llamó en un tono de voz suave, quería despertarlo sin sobresaltarle. -¿Todavía sigues aquí? ¿Sucedió algo?-
Angeliel no respondió y por un instante, el demonio supuso que este seguía dormido, por lo que levantó la mano con intención de volver a intentar despertarle...
-Decidieron que había comenzado a corromperme, que mi fe en el Señor estaba desapareciendo.- Respondió sorprendiendo a Damon. La voz de Angeliel estaba cargada de dolor. -Dijeron que si pasaba otro mes en este mundo sin corromperme más de lo que ya estaba, les probaría mi lealtad y mi fe a Dios.-
Damon abrió la boca con intención de responder, sin embargo el ángel apartó el brazo de su rostro, ocasionando que el demonio colgara las palabras que estaba a punto de pronunciar, intercambiándolas por una sorprendida exclamación.
Uno de los ojos de Angeliel se había tornado de un intenso carmesí.
Un dato curioso sobre los ángeles es que estos contaban con un poder divino, el cual hacía que los ángeles no tuvieran que comer, dormir, inestabilidad física, mental, enfermedades, entre otras cosas que sufrían los humanos e incluso los demonios.
Sin embargo, si un ángel rompía una de las reglas que el líder de los ángeles le imponía, recibía una castigo que constaba en confiscar el poder divino que poseía el ángel, lo que básicamente hacía que experimentara el hambre, el sueño, enfermedades, desgastes físicos, hasta que el líder decidiera removerle el castigo.
Aunque entre más tiempo pase el ángel castigado, más ansias este tendría de devorar un alma humana y si llegaba a matar a un humano para tomar su alma, recibiría el castigo máximo, el cual era córtale las alas, y sería expulsado del paraíso, y tendría que pasar toda la eternidad en el mundo humano robando almas para poder sobrevivir. Es decir, se convertiría técnicamente en un demonio.
Es por esto, que los demonios sentían tanto odio hacia los ángeles. Porque alguna vez fueron uno.
Sin embargo, algo extraño le estaba pasando a Angeliel. Algo que Damon nunca había visto antes y a lo que no tenía explicación alguna.
-Angeliel, ¿mataste a un humano?- Preguntó Damon con voz calmada, aunque en realidad se estaba consumiendo por dentro. Estaba experimentando una preocupación muy fuerte por el ángel, el cual él mismo estaba comenzando a temer.
-¡¿Qué?! ¡No!-Angeliel se sobresaltó ante tan brusca pregunta. -Solo debo de aguantar un mes, luego podré volver...-
El demonio sabía que un mes era demasiado tiempo; Angeliel ya se encontraba en pésimas condiciones como para poder soportar más. Damon estaba seguro de que no lo lograría, pero no tuvo el valor, ni el corazón de decirle algo así, por lo que solo asintió y se sentó a su lado.
-De acuerdo, ¿y cómo lo llevas?-
-Si te soy sincero... fatal.-
-¿Y por qué no vas a un lugar más apartado? Así será más fácil resistir a la tentación.-
-Puede ser, pero la presencia de los humanos me reconforta.- Explicó con una sonrisa. -Están tan llenos de vida... Tienen tanta suerte y ni siquiera lo saben, ni lo aprovechan.-
-Son humanos, están destinados a hacer estúpidos.- El ángel dejó escapar una sonora carcajada, la cual intentó retener momentos después cubriéndose la boca con ambas manos.
-Por todos los cielos...- Murmuró intentando apaciguar su risa. -No debería estar riéndome de eso.-
-En las circunstancias en las que estás, creo que es comprensible que quieras y necesites reírte un poco.- Mencionó el demonio, quien tras escuchar aquella risa nuevamente, había bajado todas sus defensas.
Angeliel le miró, sus ojos estaban llenos de alivio y agradecimiento.
-¿Sabes? Hace poco sentí que mi auto control se estaba volviendo inestable, pero me siento mejor ahora que estás aquí conmigo.-
El extraño sentimiento volvió a hacerse presente y la vergüenza se apoderó del demonio ocasionando que su rostro se tornara de rojo, lo cual intentó disimular cubriéndose el rostro con una mano.