Se detiene la turbulencia y siento que es hora de abrir los ojos. Suelto un suspiro y miro por la ventanilla y compruebo que estamos bastante alto y subiendo más, aparto la vista y me concentro en mirar al frente, porque también le tengo pánico a las alturas.
—Creo que la mejor opción era viajar en tren, si le temes a las alturas y a la turbulencia de los aviones.
Dirijo mi mirada hacia la vos que acaba de hablarme y en ese entonces caigo en que todavía tengo la mano de la persona a mi izquierda agarrada a la mía.
—O al menos pedir que te cambiarán de asiento para no ir en la ventanilla—vuelve a hablar el chico, sin despegar su vista de la mía.
Suelto su mano rápidamente.
—Gracias por devolverme mi mano, creí ver mis dedos azules, por falta de circulación. Tienes un agarre muy fuerte. — esto último lo dice, abriendo y serrando su puño.
Una vez deja de prestarle atención a su mano, vuelve a posar sus ojos oscuros en mí.
—L l-o lamento, n-no fue mi intención—no sé porque mis palabras salieron tartamudeando de entre mis labios, pero me doy unas palmadas metales felicitándome por parecer estúpida.
—Descuida, ¿Es tu primera vez en avión?—me pregunta él.
—No, es solo que no... todavía no logro acostumbrarme.
—Comprendo—me regala una bonita sonrisa, la cual correspondo.
Decido soltar el moño que ata mi cabello ya que tenerlo amarrado me estaba produciendo un poco de dolor, y entonces dejar que mi pelo caiga sobre mis hombros y luego me quitó lo anteojos.
Mi cabello cae de una forma que tapa el lado afectado de mi rostro, así que muy probablemente me evitará conversaciones incómodas, aunque en realidad sólo se nota si te quedas mirándome fijamente por un lapso de tiempo, ya que el maquillaje hace un buen trabajo al cubrir casi todo.
Vuelvo a posar mi vista en la ventanilla a mi lado y al hacerlo sostengo por encima de la blusa color rosa que decidí usar, el collar que poseo desde que tengo memoria y eso por así decirlo me produce paz.
— ¿Viajas, por placer o trabajo?
La voz de mi compañero de vuelo vuelve a sacarme de mis pensamientos. Dirijo mi mirada de manera perezosa hacia él, y por una fracción de segundos le sostengo la mirada. Y me deslumbra lo prenetrantes que resultan ser sus ojos y podría jurar que son negros.
De sus labios vuelven a salir unas palabras y dirijo mi mirada hasta estos, veo como se detienen y se curvan en una tenue sonrisa y esto me hace mirarlo nuevamente a los ojos.
—Disculpa, ¿Que decías?— pregunto confundida, porque de verdad no escuché.
Él sonríe de manera pronunciada, y estoy segura que por su mente pasa la idea de que soy retrasada.
—Dije que si te molestaba lo que pregunte, no tenías que responder.
—No es molestia—trato de regalarle una sonrisa—. Y no quiero parecer antisocial, solo me gustaría durar las casi dos horas de vuelo en silencio.
Veo como apartar su mirada de mí y gesticula un Bien. Pero no de forma molesta, sino de una manera resignada.
Sé que fui algo descortés, con una persona que solo quería conocerme y entablar una conversación conmigo, pero no estoy con ganas de conocer a nadie y ahora no estoy en mi mejor momento. Me entienden ¿Cierto? No respondan.
Casi dos horas después, por fin el avión aterriza. Me quedo mirando por la ventanilla, mientras espero que algunas personas salgan para yo salir.
Veo como mi compañero de vuelo se levanta y pasa una mano por su cabello largo, despeinándolo un poco. Después de lo que le dije, no volvió a dirigirme la mirada, ni la palabra.
Veo como rebusca algo, en el compartimiento encima de nuestros asientos. Me coloco mis anteojos y abro la boca para hablar, pero la sierro, él me dirige la mirada nuevamente y me sonríe, sonrisa que le correspondo automáticamente.
—Un placer conocerte, un consejo, deberías usar menos anteojos, no dejan apreciar los bellos ojos azules que posees.
Casi le agradezco por el cumplido, pero tan rápido como lo dijo, así mismo se marchó y me dejó con las palabras en la punta de la lengua.
Me di cuenta que era una de las pocas personas que aún quedaban en él avión y me dispuse rápidamente a recoger mis cosas y salir también.
Una vez, recogidas mis maletas y subidas a un carrito para transportarlas mejor, arrastró a este hacia la salida, dónde me planteo pedir un taxi.
En la salida del aeropuerto me sorprendo al encontrar un taxi rápidamente, el taxista me ayuda a subir las dos maletas y cuando estoy dentro del coche le digo rápidamente la dirección del Hotel en Italiano.
Me distraigo con la dulce melodía de la voz de un cantante desconocido para mí y me transportó a otro lugar mirando las hermosas calles de Roma, llenas de vivacidad y cultura.
Solo salgo de mis pensamientos cuando el chófer me dice que hemos llegado, le pago la suma correspondiente y el sale junto a mí para sacar las maletas.
— Que tenga un buen día, señorita—. me desea el taxista, en Italiano.
—Muchas gracias, igualmente para usted— le respondo mientras veo como se marcha.
Me quedo frente a la entrada del edificio y veo que al frente hay no más de cuatro personas, charlando sentadas y un señor con delantal atendiendo los, pareciera un restaurante al aire libre con sombrillas de colores. Las personas ríen por algo que dice el señor que los atiende, sonrió también, planteándome visitar después ese lugar.
Arrastró mis dos maletas hacia el interior del pintoresco condominio que estoy segura alguna vez fue un hotel y un portero me recibe con una gran sonrisa, la cual le correspondo amablemente y habré las puertas para mí.
Me dirijo hacia la recepción y le digo mi nombre la encargada, la cual se encuentra detrás de un escritorio blanco, frente a un ordenador. La mujer de no más de veintitantos, probablemente mi edad, mueve sus manos con manicura perfecta en el teclado del ordenador, la chica está vestida con una camisa blanca impecable con el nombre del lugar y tiene su cabello recogido en una coleta. Unos segundos después posa su vista nuevamente en mí y me sonríe.
Editado: 19.07.2021