Ya había pasado tres días desde que fui a la universidad donde estudiaba Misa, con la finalidad de conocer personalmente a mi rival, hablar con este, y ponerle en claro que una relación como la que Misa y yo tuvimos no podía ser tan fácil de reemplazar.
Tres días de aquella cita, si es que así puedo llamar a lo que Misa y yo tuvimos aquel día, ya que todo fue tenso durante el trayecto al restaurante y dentro de este.
Tres días de no verla, de no oír su voz, de no enviarle presentes.
Tres días que ya no quería que se convirtieran en más, por ello al cuarto día decidí volver a la universidad, ya que este era el lugar más seguro para poder sostener una nueva platica con ella, pues si iba a su casa, lo más seguro era que su padre me echara de la misma.
Y allí estaba esperándola una vez más a la salida de la misma, mirando con cierta impaciencia por momentos mi reloj.
—«Se supone que ya termino su clase, entonces, ¿por qué demora tanto? »— pensé, mientras miraba a los estudiantes salir.
Tras algunos minutos de espera la vi salir, tan bella como siempre, pero había algo en su mirada, esta estaba muy triste, y ello me preocupo. A paso firme y rápido camine hacia ella, pero esta estaba tan inmersa en sus pensamientos que no me veía acercármele.
—¡Hola hermosa! ¿y esa carita? — le dije al estar frente a ella.
—Valentino — dijo ella con nostalgia.
—¿Qué tienes? — acote en tono preocupado.
—Hace tres días que no sé nada de mi novio, él no está viniendo a la universidad y no comprendo ¿por qué?, lo he llamado muchas veces, pero su celular suena apagado — pronunció ella con voz quebrada.
—A lo mejor está en algún lugar donde las llamadas no entran, no me dijiste que él y su abuelo cuidan un huerto en el campo, pues a lo mejor es época de cosecha y por eso no viene — conteste con calma.
—Ya sé lo que haré — pronunció ella con firmeza.
—¿A qué te refieres? — dije intrigado.
—Voy a ir al lugar donde pasan las camionetas que lo transportan, ellos deben saber algo— agrego Misa, luego echo a correr, y yo por supuesto la seguí.
—Espera Misa, yo te llevo, solo dime donde es — dije tomándole la mano.
—¿En verdad harías eso? — respondió ella, mirándome fijamente, con esa mirada que me hipnotizaba.
—Sí, somos amigos, ¿no? — dije con tristeza, al tiempo que pensaba — «Tengo que aceptar mi derrota como lo dijo Kristhy. Misa ya no me ama, ya no me ama»
—Sí, somos amigos — respondió ella con tanta calidez, que tuve que terminar de por aceptar que la había perdido.
—Pues los amigos se apoyan y tú ahora necesitas mi apoyo— conteste, sonriendo al acordarme que esas palabras me las había dicho Kristhy, cuando me ofreció su apoyo a pesar de haber sido una de mis ex.
—Entonces acepto tu apoyo — añadió Misa.
Misa y yo caminamos hacia el lugar donde había dejado el auto, durante el trayecto le comenté que había decidido comprarme un auto en ese pueblo, pues me sería más cómodo y rápido para transportarme dentro del pueblo y a mi pueblo natal, ya que un viaje tan largo en bus no me parecía cómodo para cuando regrese a mi pueblo, y mandar traer uno de mis autos solo para volver en este no me pareció correcto, pues tendría que incomodar a mi padre o a mi único amigo, además los costos de los autos allí eran bastante cómodos, al menos para un millonario como yo.
Misa por su parte me comento sobre su relación con su novio, sobre como lo conoció, cuanto le valió su amistad y sus consejos para superar el dolor que ella sentía, también me hablo de como él se fue ganando su corazón, del problema congénito cardiaco que él tenía, de su temor a iniciar una relación con ella por este problema, del gran amor que ambos se tenían, de un amor que ella sentía que cada día iba creciendo más y más en su corazón, de un amor que era su mayor fortaleza para él y también para ella, de un amor que ella quería se llegue a cristalizar.
El escucharla hablar me hizo reflexionar sobre mi actuar para con aquel joven hace tres días, me sentí culpable por las mentiras que le dije, me sentí culpable por manchar tan puro amor de los dos, me sentí culpable y a la vez miserable, pues había perdido al amor de mi vida, y tenía que aceptarlo, ya no podría recuperarla, ya no, ya no.
—Por aquí — decía Misa, haciendo que yo gire el volante para entrar por una angosta calle.
—¿Estás segura? — dije al ver el lugar.
—Sí, es este el lugar, alguna vez vine aquí con Bárbara a esperarlo para que nos lleve a la casa de campo que cuida con su abuelo — agregó ella.
—¡Con Bárbara! — dije sorprendido.
—Sí— contesto Misa, haciendo una pausa para añadir — Recuperamos nuestra amistad
—Me alegra que hayan vuelto hacer amigas y comprendo que ella no me haya dicho nada a pesar de verme tan mal, yo también la lastime mucho — dije.