Ya ha pasado un año desde que Misa y yo contrajimos matrimonio. Un año lleno de mucha felicidad para los dos en nuestro pequeño hogar, el cual los dos cuidábamos con tanto cariño día a día.
Ese día ha vuelto temprano del trabajo, yo había decidido llevar a casa un pastel para festejar un proyecto que había lograr cerrar, un proyecto que traería grandes beneficios para nuestra familia. Tras cruzar el umbral de la puerta de nuestro hogar, la vi a ella, sentada en una de las sillas que rodeaba la pequeña mesa de nuestro comedor, muy concentrada, mirando algo, que a la distancia no pude saber en sí que era.
Cerré la puerta con sutileza y caminé lo más despacio que pude hacia el lugar donde estaba ella.
—¿Qué haces hermosa? — dije al llegar junto a ella, mientras la rodeaba con mis brazos tras la espalda, al tiempo que dejaba la caja de pastel sobre la mesa.
—Armando un book, para presentarlo a mi profesor — respondió ella mirándome dulcemente.
—Son fotos de la fiesta de primavera a la que fuimos — dije, mirando alguna de las fotos.
—Sí, mira — respondió ella, mostrándole fotos de los árboles y flores que había en el lugar.
—Sin duda eres muy buena fotógrafa, la calidad de las imágenes son excelentes — pronuncié, dándole un beso en la mejilla mientras me sentaba junto a ella.
—Pues gracias y ¿dime cómo te fue en el trabajo? — contesto ella, dulcemente.
—Bien, a los clientes les gustó tanto el proyecto que decidieron que lo cerremos de una vez — dije.
—¡Qué bien! — respondió ella.
—Dime hermosa, ¿te falta poco para que termines? — agregué.
—No en realidad ya terminé, solo estaba mirando nuevamente el book para darle mi aprobación final — contesto ella.
—Entonces, ¿te invito a cenar fuera? — dije.
—Pues con gusto acepto, ¿pero el pastel? — añadió ella.
—Nos lo comemos antes de irnos — respondí sonriendo.
—Bien hagámoslo así — dijo ella.
Y tal como lo acordamos lo hicimos, Misa, guardo su book, se lavó las manos y consumimos el pastel, luego ella decidió darse un baño y cambiarse de prendas para salir, mientras yo me quede en la sala, viendo las noticias.
Tras algunos minutos de espera Misa llego al lugar donde estaba, ella llevaba el cabello suelto, lo cual la hacía ver aún más bella de lo que era, para esta ocasión Misa se había puesto unos aretes largos y el collar y pulsera que le había regalado días antes de nuestra boda, y llevaba una cartera tipo sobre en una de sus manos, una cartera que ella tomaba con ambas manos como si en esta llevara algún tesoro.
—Ya estoy lista — pronunció ella sacándome de mi ensueño.
—Estás bellísima — dije, mientras me acercaba a darle un apasionado beso, para luego tomarla de la mano y salir juntos de casa.
Minutos después abordamos nuestro auto, y digo nuestro, pues desde que nos todo lo mío era también de mi Misa. Mientras iba conduciendo ella me iba platicando de su día, mientras yo escuchaba atentamente.
—Y eso me dijo el maestro — decía Misa.
—Pues entonces en cuanto acabes ya tienes trabajo — respondí sonriendo.
—Si eso parece — dijo ella con su encantadora sonrisa.
—Me alegra que te lo hayas puesto — pronuncie, refiriéndome al collar y la pulsera que llevaba puesta.
— Es que hoy es día especial, ¿no? — contesto con dulzura.
—Pues mis días a tu lado, siempre son especiales — dije sonriendo.
—Los míos también, pero hoy es mucho más especial — añadió ella, generando intriga en mí.
—Ah sí, ¿por qué? — agregue en tono curioso.
—Te tengo dos sorpresas — dijo ella con los ojitos brillosos.
—Ah sí, ¿cuáles? — respondí aún más intrigado, al tiempo que la miraba por momentos mientras conducía.
—Te lo diré cuando lleguemos al restaurante — pronunció ella.
—Pues entonces tendré que apresurarme pues ya quiero saber de qué tratan esas dos sorpresas — añadí sonriendo.
Tras varios minutos llegamos al lugar que había elegido para cenar, estacione mi auto frente al mismo, luego baje para abrir la puerta del lado donde estaba mi amada esposa para ayudarla a bajar.
—¡Gracias¡ — dijo ella sonriendo.
Misa y yo entramos al restaurante y ocupamos una de las mesas que horas antes ya había reservado.
—¡Buenas noches¡ — dijo un mesero que se había acercado a tomar el pedido.
—¡Buenas noches¡ — respondimos Misa y yo, mientras el mesero nos entregaba la carta de platillos.