En otra vida si

Día de fotografías

La mañana comenzó con un silencio raro en el pequeño hotel de Le bristol donde Lilith se hospedaba desde hacía semanas. Los pasillos olían a madera húmeda y a café recién hecho que venía desde la cocina. Lilith despertó más temprano de lo habitual, con la sensación de que el tiempo empezaba a correr demasiado rápido, como si París quisiera escurrirse entre sus dedos.

Se vistió con calma, mirándose en el espejo antiguo del cuarto, aquel con manchas en el cristal que deformaban un poco el reflejo. Se recogió el cabello, respiró hondo y salió con la cámara colgada del cuello. En el bolsillo llevaba su cuaderno, con una lista de lugares que aún quería recorrer antes de irse.

Pero esa mañana, lo único que tenía en mente era Aline.

Atravesó las calles frías, con ese aire de principios de otoño que ya acariciaba la ciudad, y subió hacia Montmartre, donde Aline vivía con su tía. Al llegar al edificio, vio desde la acera cómo las ventanas de la casa dejaban escapar una tenue luz amarillenta. Tocó el timbre, nerviosa, y unos minutos después Aline apareció en el umbral, con un suéter ancho y el cabello aún húmedo.

—Lilith… ¿qué haces aquí tan temprano? —preguntó, sorprendida, aunque sus labios insinuaban una sonrisa.

—Tengo una idea —respondió Lilith con un tono entre travieso y serio—. Quiero que hoy tomemos fotos. Muchas fotos. De ti, de mí… de nosotras.

Aline se quedó pensativa, cruzando los brazos.
—¿Así, de repente?
—Sí. París está cambiando. Quiero guardar lo que podamos de este momento, antes de que… bueno, antes de que todo se vaya.

Aline bajó la mirada, como si comprendiera algo que Lilith no había dicho en voz alta. Finalmente asintió.
—Está bien. Pero prométeme que no me harás posar como modelo de revista.
—No. Te haré posar como tú misma —contestó Lilith, sonriendo.

Y así comenzó el día de las fotografías.

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Caminaron primero hacia un callejón escondido en Montmartre, donde la luz caía en diagonales suaves entre los balcones de hierro forjado. El aire olía a pan caliente y a hojas húmedas. Lilith ajustó la cámara con delicadeza, como si fuera un ritual.

—Ponte ahí, junto al muro —pidió.

Aline lo hizo, un poco rígida al principio, sin saber cómo pararse. Lilith la miraba con ternura, intentando que se olvidara del lente.

—Relájate… mírame a mí, no a la cámara.

Aline obedeció, y poco a poco la incomodidad desapareció. Lilith empezó a disparar: el clic se mezclaba con el murmullo de la ciudad. Capturaba sus gestos distraídos, el mechón de cabello que caía sobre la frente, la risa que escapaba de repente.

—Ahora mira hacia arriba, como si buscaras algo en el cielo.
—¿Algo como qué?
—Como si esperases una señal —contestó Lilith.

El rostro de Aline se suavizó. La luz dibujó un contorno dorado en sus pestañas, y Lilith apretó el obturador una y otra vez, como si temiera que ese instante se escapara.

Luego le pidió que caminara hacia ella, despacio. Aline avanzaba con paso tímido, y Lilith capturaba la progresión, como si cada paso fuese una confesión. Cuando por fin llegó hasta ella, ambas quedaron demasiado cerca, con la cámara interpuesta como único refugio.

—Eres buena en esto —dijo Aline en voz baja.
—No. Es que tú haces que todo tenga sentido —respondió Lilith, sin medir sus palabras.

El aire se tensó un momento, antes de que Aline apartara la vista, sonrojada.

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Ahora fue el turno de Lilith. Aline insistió, casi arrastrándola hacia una escalera de piedra que subía a un mirador.

—Vamos, no es justo que solo tú tomes las fotos.

Lilith cedió, aunque se reía nerviosa. Se apoyó en la baranda de hierro, mirando a la ciudad que se extendía como un tapiz de tejados.

Aline tomó la cámara con firmeza. Al principio se mostró insegura, pero pronto fue ganando confianza. Su mirada detrás del visor se volvió profunda, concentrada.

—Cierra un poco los ojos, como si pensaras en algo que no puedes decir —indicó.

Lilith obedeció. El clic sonó.
—Ahora gira un poco la cabeza, deja que el cabello caiga… así.

Cada disparo parecía una caricia oculta. Lilith se sentía vulnerable, pero también extrañamente libre bajo la mirada de Aline.

—Eres hermosa —susurró Aline sin pensarlo, y bajó de golpe la cámara, como si hubiera dicho demasiado.

Lilith se sonrojó, pero no dijo nada. Su sonrisa, leve y temblorosa, lo decía todo.

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El día fue avanzando hasta que decidieron hacerse fotos juntas. Colocaron la cámara sobre un banco con temporizador. La primera foto salió borrosa: ambas riendo, apenas entrando en cuadro. En la segunda, Lilith abrazaba a Aline por la cintura, mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro.

—Parecemos eternas en esta —dijo Aline, mirando la pantalla.

En la última, quedaron mirándose de frente, más cerca de lo que habían planeado. El disparo capturó el instante exacto en el que los rostros estaban separados apenas por unos centímetros, con la tensión palpitando en el aire.

Ya de noche, cuando caminaron de regreso, se detuvieron frente a la puerta del hotel de Lilith. El silencio era tan espeso que casi podían oír el latido de la otra.

—Gracias por hoy… —dijo Lilith, con la voz apenas audible.
—No me des las gracias —contestó Aline—. Fue nuestro día.

Y en ese momento, ambas se inclinaron un poco, como atraídas por una fuerza inevitable. Sus labios casi se rozaron. El mundo pareció detenerse. Pero Aline, de pronto, se apartó con un leve movimiento, tragando saliva.

—Buenas noches, Lilith.

Lilith sonrió débilmente, como si hubiera perdido algo y al mismo tiempo lo hubiera ganado. Cuando Aline se dio la vuelta, su corazón ardía con una certeza callada: algo estaba cambiando.

El día de las fotografías no solo había dejado imágenes en la cámara, sino huellas invisibles en el aire.




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