En Otro Reino.

CAPÍTULO 2

MIKAEL.


Han pasado dos meses después del baile del general, y mentiría si dijera que no busque a mi misteriosa mujer.
Intente detallar a cada doncella que miraba y ver si algo dentro de mí cambiaba, pero no sucedió y la anciana tuvo sabiduría al decir que el futuro es incierto.
Bajo a despedirme de mi madre, quién está cuidando de sus jardines, jamás entenderé como es que a las mujeres les fascinan. 
—iré a cazar. —le digo, mientras observo como les canta a sus flores, es una locura. Pero es mi madre y siempre ha sabido hacer bien las cosas.
—¿no son hermosas? 
—probablemente sí, pero a mí en lo particular no me agradan. 
—¿por qué?
—nunca les he detallado lo suficiente y no lo he hecho porque no es algo que me llame la atención.
Me mira y sonríe, mientras me toma de la cara.
—siempre ignoramos las buenas cosas, los pequeños detalles. Toda tu vida has estado acostumbrado a verlas, por ello es que las ignoras, pues sabes que siempre han estado. Pero si no fuera así, las apreciarías y cuidarías, comprendiendo que son hermosas y que tienen vida propia, deseando cuidarlas. 
—concuerdo con usted, madre...
—por ello es que ninguna mujer te atrae, pues todas se te vienen encima queriendo tu atención. Si no fuera así, tú buscarías llamar la atención de ellas. 
—bien, se me hace tarde y sabes que odio llegar tarde. 
—con cuidado, majestad. —intenta inclinarse, pero la detengo. 
La tomó de sus manos y le beso la mejilla.
—no debes inclinarte ante mí, lo sabes.
—el protocolo lo indica y debo cumplirlo para que los demás lo cumplan. 
Enarco una ceja y solo ante ella, inclino mi cabeza. E intenta que no lo haga.
—eres mi madre, siempre será así.
—eres un rebelde… ahora márchate.
La dejo mientras riega y cuida sus plantas.

Tomo mi caballo y me dispongo irme de casería.
Al llegar al bosque nos adentramos y comenzamos a buscar las presas. Los sabuesos corren mientras intentamos encontrar algo que valga la pena. Pero por horas no aparece nada.
—Disculpe, majestad. Se me olvido informarle que la princesa Lisa, del reino Duffy. Solicita una cita con usted. —habla Ronald.
—¿qué quiere? ¿su padre la envía?
—por supuesto que no, solo desea una plática amena con el monarca de Regan.
Apunto a un conejo y suelto la flecha.
—Niega su entrada al reino, no deseo tratar con ella.
—por favor, debería. Es una princesa y toda su vida ha sido capacitada para saber comportarse adecuadamente. 
—no me interesa, yo no me casaré con una extranjera, mi linaje deberá ser puro. 
—es una princesa…
—de un reino extranjero y un reino que suele mantener guerra con Connolly, jamás expondría a mi ejercito por una guerra estúpida.
—nadie dijo que te tendrías que involucrar. 
—el punto es, que no deseo nada con una princesa de otro reino.
—cómo ordené, majestad. 

—Si te vas a dedicar a conseguirme pareja, mínimo que sea una de mi reino.

—como ordené, majestad. —carraspea, —pero usted debería buscarla, al final del día se casará con usted.

—pero será tu reina...  —no me deja terminar.

—pero será su esposa. —lo miro mal y se marcha.
Pese a que es mi consejero es mi mejor amigo y a veces confunde la situación. Pues la mayor parte del tiempo soy su monarca y no ese amigo de hace cinco años.


Después de cazar presas pequeñas, el equipo y mis escoltas se reúnen para ir de regreso al castillo.
—iré solo. —demando.
—pero, mi señor, no podemos dejarlo ir sin escoltas.
—ya he dado una demanda y creo tener la razón.
El hombre baja la mirada y me hace una reverencia.
Me monto en mi caballo y mientras voy observando la belleza natural de mi reino voy pensando en todo. Me gusta pensar y planear, me gusta divagar, pues hay varios escritos de pensadores que realmente hacen que tú quieras saber más.
Hace calor y llevo a la orilla del arroyo al caballo a beber agua.
Al acercarme veo a tres mujeres dos me observan y al identificarme me hacen una reverencia, la tercera mujer esta de espaldas y tiene sus pies sumergidos en el agua.
Veo que en el pasto hay comida y vino.
—su majestad, está detrás de usted, mi lady. —susurra una de las mujeres que la acompañan.
Me acerco al arroyo y mientras mi caballo bebe, yo me lavo las manos y la cara. 
—disculpe lo atrevida, pero le ofrezco una toalla. —dicen a mi lado.
Me compongo y la mujer que estaba sumergiendo los pies, me dedica una reverencia.
—disculpa aceptada. 
Tomo la tela y me seco la humedad.
Al levantar la mirada veo por fin; con atención su rostro. 
Es una mujer bella, su melena rubia, piel blanca y esos ojos color avellana. 
—soy Agatha Collins, hija del caballero Peter Collins.
—bien, desconocía su existencia, Agatha. No suelo revisar la descendencia de nadie, a menos que me sea de ayuda en algo.
—entiendo, no debe ser fácil ser rey.
—no soy cualquier rey, soy Mikael Regan.
Me sonríe.
—decidí comer en el bosque ¿gusta acompañarme? 
—no suelo comer fuera de casa…
—entiendo, el protocolo lo menciona.
—exacto, pero aceptaría la invitación de quedarme a acompañarla.  —sonrío.
Satisfecha por lo que respondo, ordena a sus sirvientas que me acomoden un lugar digno para sentarme.
—disculpe la inaptitud, son nuevas y no saben rendir tributo.
Las regaña y yo solo la observo, es sin duda atractiva.
—sé de memoria el protocolo. —habla.
—¿en verdad?
—sí, tengo una duda. 
—expresé la. 
—es verdad ¿qué nadie lo puede tocar sin su permiso? 
—verdad.
—que tan cierto es ¿qué los otros reyes deben inclinarse ante usted?
—soy el rey más poderoso, por ello merezco tal privilegio. En mi reino todos son inferiores a mí y me deben un respeto y él que no lo cumpla deberá ir a la guillotina.
—¿jamás ha ido a los demás reinos?
—no son dignos de que pise su pueblo. 
Las horas pasan y cada vez me gusta más.  Hablo y me escucha de todo lo que le platico.
—bien, debo marcharme. —me pongo de pie.
—me siento privilegiada por hablar con usted.
—es privilegiada, Agatha. Le extenderé una invitación al castillo, para poder hablar con más comodidad. 
—¿en verdad?
—por supuesto, ha sido una tarde entretenida con usted. 
La dejo y me voy a casa. 




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