En Otro Reino.

CAPÍTULO 8

MIKAEL.

Me voy con mi madre y sus invitadas a ver la obra teatral, pues admito que me gusta demasiado este tipo de obras.

Al llegar observo a la bella dama que me espera en las escalinatas del teatro, luce bellísima con ese vestido verde jade.

Me acerco a ella y no dejo de observarla.

—te ves muy bella, —le digo.

—Gracias, majestad.— se sonroja con mi cumplido.

Me adentro con ella y nos sentamos en mi palco privado, despido a los guardias y detallo la tranquilidad que surge en estos sitios, hay duda y emoción por saber que es lo que presenciaremos en los siguientes actos.

Antes de que la obra comience, nos besamos y toqueteamos, quisiera llegar a más, pero debo respetar los límites,  pues ante todo soy un caballero, o al menos eso es lo que creo.

—¿te está gustando? La obra —le pegunto, cuando termina el segudo acto.

—sí, aunque al comienzo no entendí. —veo que cada que se dirige a mí, su tono de piel cambia, su mirada duda conmigo y sobre todo, su cuerpo se resiste a mí presencia. sé que impongo, sé que soy un soldado después de todo, que soy la máxima autoridad, pero debería saber que bajo unas cuantas armas con ella.

Me pongo a explicarle a detalle cada punto de la obra. Ella fascinada me escucha, sin preguntar ni nada, eso me ayuda a distraer mi mente de tantas cosas que se me atraviesan en estos momentos.

—¿Queda claro ahora?— le sonrío y con algo de valentía le doy un ligero apretón a su mano y hago que la ponga sobre mi pierna.

—creo que sí, alteza...— y con temor aleja su mano de mí, detalló con atención el acto y trago saliva. —No debo tocarlo. —solo le sonrío y vuelvo la vista de nuevo al escenario.

Y después de tantos meses, me cuestiono el que no me responda, que no me tenga confianza. ¿será así siempre?... recuerdo que mis padres hablaban por todo, muchas veces escuche a mi madre aconsejándolo sobre algo y a él escuchándola, las mujeres también suelen tener grandes ideas, se visualizan más que los hombres, nostros podemos ser ambiciosos, ellas lo son y le suman que saben ser cautelosas.

Quizás cambie en el matrimonio, tal vez se sienta más confiada con ella misma y conmigo cuando seamos un matrimonio.

La obra da fin y somos los primeros en salir, pues deseo darle un beso de despedida con sabor a confianza.

—te veo en una semana, tengo demasiado trabajo y me será imposible verte. —no quiero que se aburra entre tanto papeleo que aún no le corresponde.

—lo entiendo, te amo —me da un beso tímido y  pequeño.

—igual yo.— me encargo de que su carruaje avancé.

Me subo a mi carruaje después de varios minutos y las tres damas que me acompañan están compartiendo su opinión sobre la actuación. No digo nada, solo voy viendo por la ventanilla el camino.

Cada una da un argumento, pero Eloise le da un toque de entusiasmo al suyo y logro entender que en realidad es dramática por naturaleza, evito sonreír y tirar mi careta de amargado, que suelo usar con ella.

Nos bajamos y nos despedimos, yo no entro al castillo, me voy a caminar por los jardines, pues por primera vez en la vida mi cabeza es un completo lío y algo muy adentro me grita que no sé que hacer.

Me quedo sentado por un buen rato, viendo a las libélulas que salen a iluminar la noche.

Una nube cubre la mitad de la luna, el viento me sopla en la cara y me es imposible no erizarme y cerrar los ojos. estar solo nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos y es justo lo que necesito ahora.

el frío me cala en los huesos, me paraliza y es algo que sé que me hace humano, que me recuerda que no soy un muro y que como todo ser humano tengo mis debilidades, por eso amo y odio este clima.

—¡Dios! Que susto me has provocado. —dice una voz de entre los jardines, provocando que yo también de un pequeño salto.

—¿qué haces afuera tan noche? —le pregunto.

—no podía dormir y decidí dar un paseo.

—bien, sigue tu camino.

—¿tú qué haces aquí? Desde que saliste del teatro te comportaste raro. 

—no sabía que me observabas cuando no me daba cuenta.

—no te observo, solo vi que actuabas raro.

—muy bien, ya puedes marcharte.

—me iré cuando me digas que te sucede.

—¿quién te crees? —comienzo a molestarme.

—mucho gusto, soy Eloise Maureen Basset, heredera del reino Basset, siendo la primera mujer que asciende al trono de forma legítima… Esa soy yo, bueno esa es la monarca que conoces. —dice rápidamente.

—¿te llamas Maureen? —es lo único que se me ocurre preguntarle.

—así es, hace mucho frío, te dejo que me invites un té.

Me carcajeo.

—¿yo invitarte un té? Si que estas mal, Maureen.

—ya acepté y espero que cumplas con tu invitación. —eleva una de sus cejas.

—pero, no te he invitado siquiera.

—hazlo, tenemos toda la noche.

—pues te quedarás esperando, porque no lo haré.

—creí que tu madre te había enseñado modales.

—lo hizo, pero no invito a nadie, nada.

—bien, entonces rechazo la invitación. —se acomoda la parte baja de su bata y camina.

—¿por qué rechazas algo que no te he ofrecido? —le respondo, pero sigue su camino ignorándome.

Y como a mí nadie me ignora, me pongo de pie y la sigo.

—oye, Eloise Maureen Basset I…

No me responde y sigue su curso.

—¿te atreves a ignorarme?

Sigo tras de ella, hasta llegar a la puerta que da para la cocina.

Veo como toma un pocillo y una taza. Al pocillo le vierte agua y en los recipientes busca el té de su preferencia. Me le quedo viendo, pues sale de la cocina y pienso que ira por una empleada, pero regresa con una vela y con ese fuego enciende el fogón.

—vaya, la reina de Basset sí que sabe encender el fuego. —me mofo de ella, pues comienza a hacer gestos con la cara, dando señal de que está molesta. —¿si sabes lo que haces? Digo, no quiero que mi palacio se vaya a incendiar.




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