En Otro Reino.

CAPÍTULO 9

MIKAEL.

Agatha esta sentada frente de mí en la biblioteca, no lee, solo me observa tocar el piano. Y yo solo toco el piano por tocarlo.

Mi cabeza me duele y siento una pesadez extra en los hombros.

¿por qué no cumplí con lo que le dije a Arthur?

Debí dejarlo arrodillarse. Pero lo peor fue que cuando ella puso su mano sobre mí brazo, quise obedecerla en todo lo que ella demandara. Luego ese sentimiento al verla sentada con él,  es el mismo que siento ahora, los veo desde mi ventana. Él teniendo su cabeza sobre su hombro y riendo como si nada. conmigo nunca ha reído, no al menos por gusto, lo hace por educación. Deben de platicar de algo interesante.

—¿qué opinas de la vestimenta del baile? —le pregunto a Agatha, a las mujeres les gusta hablar de bailes y ropa.

—pues, no puedo cuestionar tus elecciones.

—independientemente de mis elecciones, ¿qué opinas tú?

—pues… que me gusta la idea de verme de blanco, es un color que me gusta demasiado.

—entiendo. —me volteo y la veo directamente a los ojos, no digo nada y solo la veo. Pero nuestro contacto visual no dura, pues ella me agacha la mirada.

—¿por qué no me miras?

—si lo hago, pero a un rey jamás se le debe ver fijamente.

—soy tu pareja.

—pero sigues siendo mi rey y yo una humilde súbdita que ha tenido suerte de ser tu pareja.

—¿me quieres como rey o como Mikael?

—te quiero en ambas formas.

—bien.

—¿usted me quiere?

—por supuesto que lo hago y mucho. —me pongo de pie y le doy un beso, el cual la sorprende.

—¿por qué huyes de mi tacto?

—no te pedí permiso para que me tocara.

—¿siempre me lo pedirás?

—¿qué?

—el permiso.

—por supuesto, tú, independientemente de ser el rey, eres un hombre y mereces más respeto que yo.

No digo nada, solo me pongo de pie y por la ventana veo que Eloise y el príncipe arrojan una rama a un perro.

—te veo mañana, ya es tarde y estoy exhausto.

—aquí estaré, seré la mujer más bella.

—ya lo eres, descansa.

Salgo de la biblioteca y me marcho a mi habitación.

Agatha es muy bella, pero tiene un pequeño problema no me habla de nada de lo que le ocurre, creo que la conversación mas completa que he tenido con ella, es la de esta tarde.

Yo recuerdo que mis padres siempre hablaban, las parejas que veo en la plaza hablan y ríen, discuten y se enojan. ¿por qué yo no? Sé que hay un protocolo de por medio, pero no todo el tiempo se debe cumplir, al principio yo fui él que puso algunos limites, pero con el paso de los días le di pauta para que ella tomara la decisión.

Solo algo me ronda en la mente, “No quiero esto para mi vida” no quiero silencios y ser siempre yo él que tenga que hablar, antes no pensaba así. Pero mi pensamiento ha cambiado brutalmente.

 

 

No he podido conciliar el sueño, pues mis pensamientos son como las negras olas; azotando en las firmes piedras, segundo tras segundo.

Miro el cielo y esos nubarrones que presagian una nevada, mañana el día número veinte del mes doce, es mi cumpleaños y a la media noche se celebra el tratado de paz.

Me siento en mi cama, desesperado por no saber la respuesta a mi preocupación, odio el no tener nada bajo control. Soy el amo y señor, él que todo lo puede, pues he sido bendecido por Dios.

Sin pensarlo bajo a la cocina, dispuesto a ir a despertar a alguien para que me preparé un té y poder dormir, pues las medias lunas bajo mis ojos jamás me han gustado, pues ellas se encargan de dar entender que luchas constantemente con tu criterio.

Antes de ir a la habitación de alguna de mis sirvientas, escucho que de la cocina vienen ruidos, aun no es de mañana por lo que nadie debería estar dentro.

Con cuidado y sin hacer ruido entro.

Veo a una mujer con el cabello recogido, haciendo malabares con unos tazones, la mesa esta llena de harina y hay cascarones de huevo por todas partes, mi empleada no es, pues saben que mi cocina debe lucir reluciente.

Escucho que balbucea cosas que no comprendo y por ese gesto deduzco quién es. Debo mencionar que el aroma que sale del horno es exquisito.

Dejo que acomode los tazones que no utilizo y cuando esta dispuesta a tomar la franela para limpiar su desorden, le jalo el cabello.

En cuanto siente el tacto se voltea como una guerrera y me empieza a golpear con la franela, llenando mi pijama de harina.

—¡Basta! —grito. Pues me arrincona entre la mesa, parece que tiene diez brazos, pues no sé ni de dónde me llegan los golpes. —¡Basta, mujer!

—¡Deja de tocarme el cabello, pareces un animal salvaje! —grita enfurecida, pues su ceño me indica que lo esta.

Agitada, la tomo de las manos y me la quito de encima.

—¿qué haces? —le pregunto, mientras señaló el hornillo que ya esta apagado.

—espero que mi tarta que hice se enfríe.

—¿sabes hacer tartas? —pregunto confundido.

Se pone derecha y levanta el mentón con orgullo.

—por supuesto que sí, —se coloca la franela sobre su hombro. —sé cocinar, bordar, toco varios instrumentos, se leer, matemáticas y muchas cosas más.

—¿qué instrumentos toca? —le pregunto incrédulo.

—la lira, el piano y el orlo.

—vaya, que impresionante. —me dirijo a donde esta la tarta, la tomo y la coloco sobre la mesa.

—se ve deliciosa, —digo mirándola directo a los ojos. es la única persona que no me baja la mirada y puedo ver ese gris que los adorna.

—lástima que no sea para ti, Mikael.

—¿no? —tomo un cuchillo y con toda la maldad que puedo corto una rebanada grande. —yo creo que sí.

Me mira molesta y si pudiese le saldría humo por sus orejas, hago sonidos de gratificación, pues es la tarta más deliciosa que he probado y de mis frutos favoritos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.