En Otro Reino.

CAPÍTULO 13

ELOISE.

Responde al beso, me sube sobre su regazo, sujetando mis caderas. Siempre he leído los besos que los príncipes de los libros dan, besos tiernos que hostigan a más de uno, los de Mikael, son como ya dije, bruscos, salvajes, especiales…

—Creí que habías dicho que lo olvidará, Loise.

—cállate y bésame. —lo tomo del pelo y lo incito a que siga.

No sé en que momento sucedió, pero ya me encuentro debajo de él. No me deja de besar.

Su mano se mete debajo de mi falda, tocando de nuevo esa parte delicada y sensible de mi cuerpo.

Esta vez no hay ruido, no hay oídos, no hay nadie, solo una cabaña en medio de la nada, un paisaje hermoso teñido de blanco, una cálida chimenea y nosotros…por lo que liberó un gemido.

—comienzo a creer que te gusto.

—tú dijiste que todo lo que deseas saber lo conoces, bueno ya sabes mi respuesta.

Se ríe, su sonrisa es preciosa, los hoyuelos que se le marcan le hacen ver inocente.

—No me veas así, que harás que cometa una estupidez.

—No me sonrías de esa forma, o harás que yo te aliente a que hagas esa estupidez, Majestad.

—Nos acabas de condenar, Eloise.

Sin decir nada, saca su mano de mi sexo, se desabotona los pantalones y yo para igualarlo me quito el vestido, agradezco que sea accesible.

Me mira con morbo, me mira como si fuera su nueva presa, tal vez sí lo sea, un Rey no mira a su contricante como en estos momentos él lo hace conmigo, incluso que me vea de ese modo me apena un poco.

Lo jalo de nuevo y lo acerco a mi cuerpo.

—¿Qué ocurre majestad? —lo cuestiono, cuando veo que no me quita esa mirada tan sugerente.

Sus labios atacan mis pechos, sus manos masajean mi trasero… es el cielo, en la tierra.

—¿Cómo me llamaste?

—¿Majestad?

Me toma una mano y me la pone en su miembro que ha decidido cobrar vida.

—Mira como es que me pone que me digas así.

Sus dientes se encajan en uno de mis pechos.

—debes andar siempre así, —aprieto con cuidado lo que está en mi mano. —todos te lo dicen a diario.

—No, solo cuando una reina rebelde me llama de esa forma. —me da un beso en la mejilla.

—Lo anotaré, Alteza.

Dejo que me bese donde quiera, estoy a su total disposición.

Me separa las piernas, baja su cabeza y aunque me lleno de vergüenza, lo que su lengua hace…, me hace olvidar de todo.

Lo que sale de mi boca, no es preciso lo que una reina diría.

—Ya no lo resisto, Eloise… Dime que puedo hacerlo.

Esas palabras deberían hacer que pare, que esto terminé, pero mi lado racional se quedó en el palacio cuando decidí salir sola.

—No planeo cohibirlo, Alteza, estoy enteramente en su poder; creo que ya he perdido la cabeza y no precisamente en su guillotina y me temo que esto es peor.

Sin pensarlo se introduce en mí, siento como mi carne se abre, siento un pinchazo doloroso, pero satisfactorio.

—Concuerdo totalmente con sus palabras, Eloise.

Vuelve a arremeter cuando menos me lo espero, enredo mis piernas en su cintura, prohibiéndole que salga de mí, esto es lo más delicioso que he probado.

—¿Le gusta Reina Eloise? —sus embates no son cuidadosos, nada de Mikael lo es, —¿le gusta cómo es que la penetra esté Rey?

Solo me enfoco en besar su cuello, mis uñas se encajan en su espalda, logrando que jadeé.

Mis piernas no lo dejan.

No sé que sucede, pero sale de mí, mis piernas están a su alrededor, haciendo que su derrame caiga sobre mi vientre.

—No querrás que un Regan que no sea yo, este dentro de ti.

Sonrío y él me dedica otra preciosa sonrisa, pero la borró cuando él baja la mirada a las sábanas y yo hago lo mismo.

Me cubro la cara, cuando veo unas cuántas gotas de sangre.

—Qué Vergüenza… Mikael.

—Sin duda, esta es una gran vergüenza. —me dice serio.

las lágrimas amenazan con salir de mis ojos, es lo más vergonzoso que una mujer puede hacer frente un hombre, que vea el líquido carmesí, al menos el que sale por la vagina es una gran pena. me estoy muriendo de los nervios por algo que es tan jodidamente normal... siento como mis labios tiemblan, no creo que resista más.

Me quita las manos de la cara, su cara no me dice nada.

—yo las limpiaré, —me pongo de pie.

Saca su pañuelo y con cuidado me limpia mi parte íntima, por suerte ya no hay sangre, aunque ahora que ya no lo tengo en mi interior, me duele.

—Vístete… —es lo único que me dice, antes de salir.




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