En Otro Reino.

CAPÍTULO 14

MIKAEL.

 

Llegó primero yo al palacio, pues no quiero que comiencen los rumores, no me importan, pero debo de respetar la postura de ella, la gente siempre habla.

Un sirviente toma mi caballo y me adentro a mis aposentos.

—¿Dónde estaba? —mi madre me mira preocupada, me he ido todo la tarde fuera.

—En algún lugar, con permiso.

Me retiró del sitio, pues no deseo estar aquí rodeado de mujeres, no ahora.

Me voy a mi habitación, me quitó la camisa y me acuesto en mi cama.

mi mente trae todo lo sucedido, es como una secuencia de alguna obra teatral, como si mi cuerpo se resistiera a volver a la realidad,  esa que encabeza que soy un Rey, una persona que debe mantener un bajo perfil en lo relacionado con rumores, con amoríos y demás, una persona que es intachable frente a mi nación, en la cabaña me permito ser quién hubiese deseado ser, me hubiese gustado ser ese maravilloso escultor, ese maravilloso pintor, ese maravilloso escritor, ese maravilloso y excepcional pianista, ese maravilloso hombre que algún día recuerde todo el mundo, cómo con Sócrates, Platón u Homero, que después de tanto aún siguen viviendo en nuestra actualidad y estoy casi seguro que así seguirán siendo de importantes en algún futuro. la gente suele recordar lo que causa un impacto masivo en su vida, ya sea un objeto o algún recuerdo ya sea bueno o malo. por eso es que me esfuerzo tanto en ser el mejor Rey, pues deseo que aún después de morir, mi nombre se siga escuchando y que digan lo excepcional que fui con mi pueblo y lo malditamente aterrador que fui con quién intentaba quitarme mi bendita paz. me gusta tener el control de tanta gente, me gusta el respeto y la alabanza que me brindan... por ello es que en mi cabaña pongo todo lo que me fascina en el mundo, mis pinturas, mis escritos, todo lo que representa la otra cara del rey, esa cara que representa al Mikael Regan que nunca subió al trono y que no dejo de soñar. ahora también Eloise forma parte, nunca creí que alguna mujer o más bien otra persona entrará a dicho sitio, siento como si fuera la pieza que faltará y no me refiero al hecho de que me gusten tanto las mujeres y mucho menos la veo como un trofeo, la veo como la deidad que falta en alguna iglesia que lo representa, Eloise no es una mujer común y corriente, es...

Pierdo la noción del tiempo y solo escucho el bajo golpe de alguien llamando mi puerta.

—¡Adelante!

Aunque parece que no escuchan mi demanda, porque siguen llamando.

Me levanto de mala gana y es cuando deseo que un sirviente me abriera la maldita puerta para todo, pero hay días en los que estoy pintando o escribiendo y no es de mi agrado que corten mi inspiración.

Abro la puerta y enseguida entra mi madre, no esta sola, la Monarca de Basset esta con ella.

Mi madre se tapa la boca cuando ve mi torso desnudo.

—¿Qué te sorprende? —pregunto.

—¿No te has visto? Tienes marcas… Que descarada mujer. —se abanica la cara.

No entiendo hasta que me doy vuelta para ir a verme al espejo, mi madre vuelve a pegar un grito.

—¿Ahora qué?

—te ha dejado todo arañado, esa…Esa…

—No digas cualquiera, pues es de todo, menos eso, Madre.

Miro a Eloise y su cara esta de todos los colores.

—Pues que salvaje… ¿cómo es que dejaste que lo hiciera?

—¿Quieres que te explique? —sonrío con maldad.

—No me pidieron mi opinión, pero creo que no es de nuestro interés las aventuras de su Majestad, Lilian. —habla Eloise, con un cierto tono de ironía.

—qué curioso, ella no dejo de decirme de esa forma, mientras…

—¡Mikael! Basta, la Reina Eloise; tiene razón, no nos incumbe con quién te revuelcas.

No puedo evitar una carcajada, cuando veo cómo me mira la reina de Basset, pero ella empezó.

—¿Qué se les ofrece?

—Ah, cierto…

 

 

A la mañana siguiente, el ruido es monumental, se están preparando para macharse a Basset, me pongo de pie y me arregló.

Bajo al comedor y observo los asientos vacíos, volvimos a lo normal, que es estar solo en mi palacio, sin tanto ajetreo y sin tanta gente de otros lugares. Un mayordomo se acerca y me da un envase de mermelada de arándano y una nota.

—¿La leíste? —es lo primero que pregunto.

—No, su alteza.

Hago un gesto con la mano indicando que se marche de aquí.

Abro la nota y la leo:

“No quería irme sin dejarte probar mi deliciosa jalea, compartimos un gusto por los deliciosos frutos rojos, por ello me tome el atrevimiento de hacerte un poco… Pobre de usted que no la coma, pues hará que me enoje demasiado, Majestad”.

Inmediatamente una sonrisa se adueña de mi cara, tomo el envase, meto el dedo índice y me lo llevo a la boca.

Es exquisita, he probado las mejores jaleas, pero sin duda esta es mi favorita.




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